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Abrirnos a la maravilla

Les contó otra parábola: —El reinado de Dios se parece a una semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su campo. Es más pequeña que las demás semillas; pero, cuando crece es más alta que otras hortalizas; se hace un árbol, vienen las aves del cielo y anidan en sus ramas. 

Les contó otra parábola: —El reinado de Dios se parece a la levadura: una mujer la toma, la mezcla con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. Todo esto se lo expuso Jesús a la multitud con parábolas; y sin parábolas no les expuso nada. Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación [del mundo]. Después, despidiendo a la multitud, entró en casa. Mt 13, 31-35

Estas dos parábolas tienen muchas cosas en común. Tantas, que prefiero empezar por señalar las diferencias, que luego contribuirán a dar densidad a lo que tienen en común.

En la primera de ellas es un hombre el que siembra una semilla de mostaza. En la segunda, es una mujer la que mezcla la levadura con tres medidas de harina.

En la primera, el ámbito es el trabajo, la transformación creadora. En la segunda lo íntimo, el hogar.

En la primera, la semilla sembrada en el campo se hace un árbol en el que las aves del cielo pueden anidar. En la segunda, la levadura mezclada en la masa da lugar a un pan que alimentará a los de la casa.

Estas son las diferencias entre una parábola y otra, que nos conducen a lo común y lo presentan como complementario: cuando lleguemos a lo común de la parábola, que nos habla del reinado de Dios, sabremos ya que ese contenido al que ambas se refieren es a la vez masculino y femenino, atiende a lo de fuera y a lo de dentro, transforma y alimenta, y se va gestando al contacto con lo real.

En ambas parábolas, el reino de Dios se parece a algo muy pequeño que, al mezclarse -hacerse uno, podríamos decir- con algo más grande y común, da lugar a una realidad nueva y buena: un árbol en el que los pájaros encuentran cobijo, un buen pan que nos alimenta.

Si ahora lo unimos todo, el reino de Dios es pequeño como la semilla y la levadura, que siembras con tu fe y tu trabajo, el que te toca. A su tiempo, ese encuentro entre lo que viene de Dios y lo nuestro dará lugar a un fruto inesperado y abundante que no podían augurar los comienzos. El reino de Dios llena de alegría la vida de los hombres y mujeres que, en lo que hacen -pues tanto lo pequeño como lo grande, lo de dentro y lo de fuera, el ámbito íntimo y el público- se entregan amorosa y confiadamente a Dios en medio de todo. El reino de Dios estalla en medio de esas cosas aparentemente normales, porque se parece a esas cosas aparentemente normales… y a la vez, se diferencia de todas ellas porque es la Vida que lo colorea todo…

Un apunte, para terminar: ¿no te parece que estas dos parábolas tan pequeñas son capaces de abrirnos a la maravilla que es mucho más grande que lo que en su pequeñez podían imaginar? ¿Puede ser que estas parábolas, si las leemos con fe, hagan lo que dicen?

Con estas parábolas que Jesús, afortunadamente, no ha dejado de contarnos, hemos aprendido a desear, buscar y reconocer un poco más el Reino que trae y que se encuentra ya en medio de nosotros.

¿Quieres contarnos dónde reconoces tú el Reino? Si te parece mejor, hazlo a partir de un hecho de la vida cotidiana, como nos ha enseñado a hacer Jesús…

Imagen: Austin Ban, Unsplash

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