Lectura de la profecía de Zacarías (9,9-10)
Sal 144,1-2.8-9.10-11.13cd-14
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,9.11-13)
Lectura del santo evangelio según san Mateo (11,25-30)
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»
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Al evangelio de Jesús lo llamamos –seguro que lo has oído- “buena noticia”. Y no sólo es que sea una buena noticia, sino que la persona que lo reconoce así descubre el evangelio como la buena noticia. Escuchamos muchas veces buenas noticias: si leemos que ha terminado una guerra, que han derrocado a un dictador o que Gómez encontró trabajo o que la hija de la vecina tiene un novio que la quiere de verdad (… puedes poner aquí todas las cosas que para ti serían buena noticia) escuchas estas palabras como buena noticia. Pero son buenas noticias relativas: nos alegran el corazón, pero no lo suficiente… viene otra noticia peor, y el horizonte que se había iluminado vuelve a mostrarse gris oscuro, o algo peor…
Las buenas noticias son tan precarias, por tanto, como las malas: todas por igual relativas (no nos vendría mal fijarnos un poco en esto). Pero además, es que nada te garantiza que lo que hoy es buena noticia mañana lo sea, porque nadie garantiza que lo bueno se mantenga igual para siempre (tampoco lo malo, y haremos bien en caer en la cuenta de ello).
En cambio, la buena noticia es una noticia que es buena por encima de las demás, por encima de todo. Se recibe como “la buena noticia” porque te alegra el corazón como lo hacen las cosas que no se pasan. Se recibe como la buena noticia porque te da una perspectiva amplia sobre la vida, tan amplia que todas las demás cosas caben en ella, y se ven a la luz de esta: si Gómez encuentra trabajo, muy bien; pero si no lo encuentra, tu corazón no va a dejar de pedir, y tus recursos de buscar, lo mejor para él, porque la buena noticia que ha prendido en tu corazón ha hecho de ti una buena noticia; si derrocan a ese dictador, muy bien, pero si no lo derrocan, vas a seguir anhelando, esperando de Dios y de aquellos que han de propiciar un cambio de régimen el que las cosas mejoren para ese pueblo.
Y es que la buena noticia es que, en medio de este mundo en que se alternan las noticias buenas y las malas, Dios está actuando en medio de nuestra historia, y la vida, tenga ahora el signo que tenga, conocerá la victoria de Dios. Es verdad que es una victoria desconcertante, porque, cuando escuchas decir a Zacarías que tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica será el que destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra, te cuesta creer que sea así. Nos cuesta, porque nuestro modo de mirar es otro: siempre pensamos que con esas trazas humildes, modestas, discretas, no se puede ser rey en este mundo. Antes les extrañaba escuchar que un rey así pudiera romper los carros de los guerreros, y ahora nos parece increíble que un Dios al que no vemos y del que tantos hablan despectivamente pueda vencer el poder de la bomba atómica, las bravuconadas de todos los Trump o de esos científicos que parecen poseer la llave del universo.
Nuestra lógica se estrella aquí, antes como ahora. La fe en cambio, se alegra como decía la primera lectura. Porque cuando miras con los ojos de la fe, la esperanza y el amor, puedes ver, en esos pequeños signos que no parecen casi nada, la buena noticia que es Dios que está venciendo en medio de todo lo que cree.
Si no lo ves, no tires a Dios, su Palabra, su modo que no ha fallado a ninguno de los que han creído en él (y a muchos de los que no han creído). Deja caer, más bien, tus modos de comprender, tu pretendida experiencia de la vida, lo que otros te han contado… deja caer aquello de ti que no cree a Dios. Lo dice Pablo con palabras rotundas: si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis.
Pide el modo de mirar de los sencillos, el modo de mirar de los verdaderamente sabios: ese modo que, al mirar la realidad, sabe reconocer la acción de Dios en medio de todo. En las noticias que llamamos buenas, en las que llamamos malas. La mirada que en todo se maravilla porque en todo reconoce el amor de Dios, su acción en medio de nosotros, su deseo de llenarnos de alegría, su deseo de ser nuestro descanso, de aliviar nuestras cargas, de ser-con-nosotros.
¿Qué te parecería si en las buenas noticias, y en las malas, y en las cosas normales de cada día, que son tantas, y cuando te cansas y cuando no sabes cómo hacer (en todo, vamos), pudieras reconocer a Dios ahí, queriendo encontrarse contigo para vivirlo todo contigo?
¿Sería, o no, la buena noticia?
Si no ves que lo sería, pídelo.
Si lo ves, ¡alégrate y canta, porque te ha llegado la salvación!
Imagen: Frank McKenna, Unsplash