Lectura de la profecía de Ezequiel (18,25-28)
Sal 24,4bc-5.6-7.8-9
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,1-11)
Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,28-32)
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
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Jesús, aquí, está enfadado. Si no, lee el texto de la primera lectura, después este del evangelio, en varios tonos: prueba con el tono conciliador, después con el instructivo, prueba con un tono indulgente y pásate después al tono enfadado. Y luego, me dices cuál de estos tonos le cuadra mejor a los textos.
Yo creo que el tono enfadado, sin duda alguna, es el que más le cuadra. Venimos de la lectura de Ezequiel, en la que Dios nos reprocha que le acusamos de injusticia.
A Él.
Nosotros.
A Él, que es tan justo que castiga la injusticia y perdona al que se arrepiente.
Nosotros, que estamos tan ciegos que nos atrevemos a quejarnos de Dios, siendo nuestro proceder el que es injusto: nosotros cometemos injusticia, nosotros perdonamos al malvado si nos interesa o nos cae bien, nosotros mantenemos el castigo del que se arrepiente… y aún nos atrevemos a llamar injusto a Dios.
Viniendo a la parábola, Jesús cuenta a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, es decir, los representantes de “los mejores”, esta parábola de los dos hijos. «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Todos tienen claro que el que hace lo que quería el padre es el primero. No el que dice lo que el padre quiere oír, sino el que hace lo que el padre dice. Hasta aquí, todos de acuerdo.
Ahora interviene de nuevo Jesús, siempre dirigiéndose a los sumos sacerdotes y a los ancianos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»
Es decir: los publicanos y las prostitutas son como el hijo que ha dicho no, pero luego hace lo que Dios ha dicho, esta vez a través de Juan. En cambio, los ancianos y los sacerdotes han dicho que sí a lo de Juan, pero no han hecho lo que Dios decía a través de él. No han creído a Dios, y no se han movido en la dirección que Dios decía.
Los ancianos y los sumos sacerdotes creen que saben mucho de Dios, y no escuchan a nadie. En el texto de Ezequiel, estos son los que se atrevían a reprocharle a Dios. Ahora, son ese hijo que dice que sí, pero no se mueve.
En cambio, los publicanos y las prostitutas, son el hijo que dice que no, el hijo que de primeras se rebela, pero luego obedece al padre, y es quien de veras hace su voluntad.
Lo que le importa a Jesús es que creamos a Dios. Que cuando escuchemos a alguien como Juan el Bautista que dice palabras de vida, alguien que toque nuestro corazón como solo la verdad sabe tocarlo, creamos a Dios que nos habla por él y nos pongamos en marcha.
Y si no creemos a Juan el Bautista, creamos a los publicanos y las prostitutas que han creído y se han convertido a Dios por su predicación.
Los sumos sacerdotes y los ancianos están seguros de tener la verdad, y no escuchan palabras de vida en ninguna parte, ni aunque oigan al mayor de los profetas, porque asienten sin oír, acorazados en su búnker religioso-mental-afectivo del que no salen para nada.
Los publicanos y las prostitutas no se tienen en mucho, y esa brecha los mantiene en búsqueda, y cuando encuentran algo que es mejor que lo que vivían, creen, y se convierten.
Los sumos sacerdotes y los ancianos tienen la verdad, dicen sí a Dios. Pero merecen la censura de Jesús.
Los publicanos y las prostitutas tienen un corazón quebrantado y humillado, buscan, y Jesús los propone como ejemplo a todo Israel.
¿Dónde están los “buenos”? ¿Dónde están los “malos”? No los encontrarás por lo que dicen –mira el hijo que dice que sí-, sino por lo que creen. Porque dan una respuesta de fe que luego se les nota en lo que hacen, en la vida.
Otro modo de “hacer” en el que se nota nuestra búsqueda es si vivimos abiertos, si vivimos buscando y nos abrimos a la vida que encontramos. Si miramos a los publicanos y las prostitutas ( a “malos” de nuestros días) y aprendemos de su fe que se pone en marcha, de su amor al prójimo, de su respuesta a Dios.
Que no tenga que venir de nuevo Jesús a decirnos que decimos pero no hacemos. Que somos como el hermano que dice sí, pero su vida dice que no. Míratelo, no vayas a estar perdiendo la vida…
Decía al principio que Jesús está enfadado. Nos cuesta que Jesús se enfade, porque el ver a Jesús enfadado choca con nuestra idea de Dios. Te guste o no, te encaje o no, Jesús se enfada. Y quizá esa idea que tienes de lo que Jesús debe y no debe hacer es de esas cosas que te impiden escuchar al Jesús real. Como aquellos de Ezequiel, que decían que Dios era injusto porque no hacía las cosas como ellos querían que las hiciera.
Si algo hay que tirar, son tus ideas acerca de Dios, porque te están estorbando para encontrarte con él. Al hacerlo, ya estarás dando más crédito a Jesús, a lo que es y a lo que hace, que a ti. Estarás creyendo en él, y tu vida se abrirá a su Vida.
El texto de la segunda lectura, no sé si te has dado cuenta, es un himno magnífico en el que se ensalza a Cristo, su modo de venir a la historia. La primera parte del himno, que empieza en Él, a pesar de su condición divina… contempla el descenso de Jesús al venir a nosotros, descenso que no se detiene hasta la muerte, y una muerte de cruz. Ahí, el himno toca fondo y desde ahí se alza, como Cristo, por su obediencia, ha sido ensalzado por el Padre: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo… y toda lengua proclame que Jesús es Señor, para gloria de Dios Padre.
Te recomiendo que te lo aprendas de memoria, y verás que al recitarlo se ensanchan tu corazón y tu mirada. Este movimiento eterno que viniendo de Dios ha descendido a lo profundo de lo humano, de la realidad toda, para ascender desde ahí rescatándolo todo y mostrándonos a Jesús como Señor, es la verdad en la que descansan nuestro mundo y nuestras vidas. Es un precioso modo de orar en el que la oración toma forma de alabanza y se une a todos los hombres y mujeres que lo han proclamado, cantado, contemplado y celebrado a lo largo de los siglos.
Y con todo esto, ¡nos vemos en los comentarios!
Imagen: Dariusz Sankowski, Unsplash