Cuando se marcharon, se puso Jesús a hablar de Juan a la multitud: —¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten elegantemente habitan en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Os digo que sí, y más que profeta. A éste se refiere lo que está escrito: Mira, yo envío por delante a mi mensajero para que te prepare el camino. Os aseguro, de los nacidos de mujer no ha surgido aún alguien mayor que Juan el Bautista. Y sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de Dios sufre violencia, y gente violenta lo arrebata. Hasta Juan todos los profetas y la ley eran profecía. Y, si estáis dispuestos a aceptarlo, él es Elías que debía venir. Quien tenga oídos para oír que escuche. ¿Con qué compararé a esta generación? Son como niños sentados en la plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo. Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: está endemoniado. Vino este Hombre, que come y bebe, y dicen: miren qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores. Pero la sabiduría se acredita por sus obras. Mt 11, 7-19
En la entrada de la semana pasada veíamos a Juan el Bautista dirigiéndose a Jesús con una pregunta. Ahora, es Jesús quien hace preguntas a la gente acerca de Juan: —¿Qué salisteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten elegantemente habitan en los palacios reales. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Las preguntas de Jesús confrontan. A Juan lo seguían multitudes. Jesús les hace preguntarse qué es lo que iban a ver cuando se dirigían al desierto, a ver a Juan. Esta es una primera referencia de sabiduría: Jesús nos hace preguntarnos por lo que hemos hecho, para que volvamos a nuestro interior y descubramos lo que nos mueve. Sin volver a nuestro interior, nuestras acciones son a menudo puramente mecánicas: antes íbamos a ver a Juan, ahora a Jesús, luego… y la vista se nos queda prendida en lo de fuera, en lo inmediato. Hay que mirar más allá.
En las preguntas que Jesús hace a la gente se subraya la acción de mirar: contemplar-ver-ver. Llama la atención que Jesús haga la pregunta de este modo, porque parece que lo que la gente iba a hacer al desierto era oír, o escuchar la predicación de Juan. Jesús, en cambio, insiste en el ver. Nos da ocasión con ello de entrar en relación con Jesús y preguntarle por qué pregunta así: puede ser porque el sentido de la vista despierta comunión inmediata con el fuego de Dios que Juan desprendía; puede ser porque los reconoce lanzados hacia afuera, indiscretos y superficiales; puede ser… pregúntate, y pregunta a Jesús, para entrar en relación con él a través de las preguntas.
A las preguntas que nos ha hecho, esas preguntas que nosotros tendríamos que hacernos, nos responde Jesús celebrando a Juan. Celebra a Juan como el mayor de los nacidos de mujer, a la vez que nos presenta a los hijos del Reino, otra estirpe de seres humanos que superan con mucho lo mejor de lo humano. Jesús lleva más allá nuestro deseo y también nuestra búsqueda: podríamos haber ido al desierto por razones bien desencaminadas, podríamos haber ido buscando un profeta. Pero ahora tenemos ante nosotros un nuevo horizonte: los que habitan el Reino de Dios, y que son más que Juan, el más grande de entre nosotros. De Juan también dice que los violentos arrebatan ese Reino de Dios que se alcanza a través de hacerse violencia. No es que no vayas a mirar solamente, sino que te dejes alcanzar por la grandeza de Juan, que refleja la grandeza de Dios. No es solo que busques el Reino, sino que consientas ser arrebatado por él, poseído, atravesado. Y Juan, arrebatado por la violencia que se hace al Reino, es Elías, también arrebatado (2Re 2, 11) por el fuego de Dios, para quien lo pueda escuchar, y entender. Poder oír lo que Jesús dice, también requiere sabiduría.
Y la última lección de sabiduría de esta perícopa nos devuelve a unas palabras de Jesús que denuncian nuestro modo de mirar: Son como niños sentados en la plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado endechas y no habéis hecho duelo. Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: está endemoniado. Vino este Hombre, que come y bebe, y dicen: miren qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores y pecadores.
Un modo de ver que atiende solo a lo que tiene delante de los ojos, a lo que está en la superficie, y lo malinterpreta, lo critica, lo vuelve opinable y discutible. Un modo de mirar falto de sabiduría, que juzga desde la estrecha mirada, y desde ahí condena lo que ve: a Juan, el mayor de los nacidos de mujer, y al propio Jesús, el Mesías.
Pero la sabiduría se acredita no por un ver que no mira, no por un hablar hecho de ceguera, sino por sus obras. La sabiduría, que es Jesús, mira más allá: a la pasión de Juan, no perceptible a simple vista; a su violencia, más sagrada que las formas que toma; a su grandeza, solo por Dios conocida. La sabiduría de Dios ve las obras: las de Juan, sí. Pero sobre todo las de Jesús, que juzga la realidad con la penetración y la hondura misma de Dios.
Escuchar a Jesús para aprender sabiduría. Conocer sus obras para captar el sentido de lo que se ve.
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