Hoy comienzan los domingos del tiempo de cuaresma. Te propongo vivirlos como lo que son: tiempo de volver a lo esencial, a lo que de verdad importa, dejando lo demás. Aquello que más que ayudarnos, nos estorba para vivir…
Lectura del libro del Génesis (9,8-15)
Sal 24,4bc-5ab.6-7bc.8-9
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,18-22)
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15)
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
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¿Has estado alguna vez en el desierto? No te hago la pregunta en plan retórico… vamos a intentar imaginarnos cómo se está en él. De hecho, la posibilidad no es tan extraña, por lo que se ve. Parece que en muchas situaciones te puedes encontrar el desierto, y abrirte a reconocerlo.
La primera lectura, del libro del Génesis, refiere la alianza que Dios hace con Noé y sus hijos después del diluvio: si el diluvio expresaba la hartura de Dios por nuestra ceguera y nuestro pecado, que llega hasta la destrucción de la tierra que había creado, el arco de Dios puesto en el cielo recuerda, cada vez que llueve, su fidelidad más grande que todo nuestro mal, que toda la destrucción que mereceríamos.
Sin duda, Noé y los suyos, los animales que entraron en el arca y que tuvieron que esperar en ella hasta que en algún lugar de la tierra volvió a haber suelo firme, pasaron por una experiencia de desierto: aquella situación en la que no ves el final de tu padecimiento, de la que no sabes si saldrás vivo, de la que sabes que no saldrás el mismo. Una situación en que, lejos de la abundancia de bienes que teníamos en la vida, nos exponemos a la intemperie, nos tenemos que manejar con la carencia, con la limitación, con la dureza… Si esto lo vivimos con confianza, abiertas como se supone que lo han vivido Noé y los suyos, de esta experiencia de carencia se abrirá la vida.
A veces veremos que es el mismo Dios el que nos lleva al desierto. Se nos dice en el evangelio de este día, que Jesús ha sido llevado al desierto, y pasa también a veces en nuestra vida. Cuando esto sucede, nuestra reacción espontánea suele ser quejarnos de Dios –por qué me has traído aquí, qué he hecho yo, esto es un castigo, etc…-. Por si nos da por pensar eso, hemos escuchado las palabras del salmo, y nuestra respuesta a ellas: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad. Así que, si queremos dejar de escuchar a nuestras quejas, a nuestro miedo, a nuestra muerte, podemos abrirnos a que también el desierto puede ser un camino del Señor, un camino de misericordia y lealtad al que somos llevad@s para encontrar vida.
Jesús, viniendo a nuestro mundo, ha sido conducido por el Espíritu al desierto. Ha permanecido en el desierto, padeciendo la tentación y enfrentándose a ella como preparación para la misión que tenía que vivir: proclamar el reino de Dios.
Decía antes que cuando a nosotros nos tocan situaciones en la vida de desierto: el paro, o no ver frutos de nuestro trabajo; el fracaso con los hijos, o el no tenerlos; la carencia prolongada en alguna dimensión de la vida o en varias; una crisis; el no entender, la desesperanza como mirada habitual, la soledad, la enfermedad…
Hay muchas formas de desierto. Y hay una diferencia entre el modo como las vemos nosotros y el modo como las vive Jesús. Nosotros nos resistimos a entrar en el desierto porque este aparece como lo contrario de lo bueno, de lo que tiene sentido, de lo que estamos dispuest@s a vivir. Y si nos encontramos ya en él y no tenemos posibilidad de evitarlo, nos defendemos buscando compensaciones (o sea, caemos en todas las tentaciones que Jesús ha evitado). Esto nos pasa porque para nosotros, que miramos a corto plazo, a lo que tenemos delante de los ojos, más si es costoso, rechazamos el desierto y nos defendemos de ello.
En cambio, si sabes que es Dios quien te ha traído al desierto y sabes que sus sendas son misericordia y lealtad, respondes a lo que hay con la mirada puesta en responderle a él, y entonces puedes ver las tentaciones como tentaciones, y rechazarlas. Porque el desierto, lugar de lo esencial, pone a prueba, saca a la luz lo que hay en tu interior: si en tu interior hay deseo de Dios, en esta hora esencial puedes manifestarlo; si en tu interior lo que habita es la necesidad de mirar por ti, ahí saldrá y se hará patente también.
En este tiempo de Cuaresma que estamos comenzando tienes la oportunidad de consentir en las sendas del Señor que te llevará al desierto, para que le busques a Él, le elijas a Él, le prefieras a Él sobre todo lo demás: ¿es, o no es Jesús lo esencial? Habrá tentaciones, sin duda: la de esquivar el desierto si te es posible, en primer lugar; también la de redecorarlo y buscar compensaciones que lo hagan más tolerable.
Sin embargo, en el desierto –que no es un castigo, ni una carga, ni un sinsentido- te preparas, a través de la acogida de lo que viene, sabiendo que las sendas del Señor son misericordia y lealtad, a esa misión para la que el desierto, con el rechazo de las tentaciones y la confianza en el Señor, te han traído.
¿Te imaginas que este desierto que ahora vives no fuera una desgracia, sino que se convirtiera en ocasión para ser desde lo esencial, e hiciera posible que tu vida se despliegue en el sentido de aquello a lo que Dios te llama?
Cuéntanos en los comentarios cómo vives tú esto del desierto… cómo te resuena esta llamada a vivir de lo esencial.
Imagen: Foad Manghouly, Unsplash
Realmente ha sido cuando la vida me ha puesto en un desierto cuando he visto a Dios más cerca y cuando he sentido su misericordia, que me ha hecho confiar en él, porque yo sólo NO PUEDO
Qué verdad, Javi: yo solo NO PUEDO. No podemos, aunque tanto la sociedad como nuestras fuerzas durante unos años y lo que hemos necesitado decirnos para valorarnos y que nos valoraran, es lo contrario. En lo que importa de la vida, no podemos. Pero cuando descubrimos eso, descubrimos también que DIOS PUEDE… y quiere poder en nosotros.
“El Señor lleva al desierto, para que le busques a Él, le elijas a Él, le prefieras a Él sobre todo lo demás”… Creo que cuando estas en desierto (tal vez otro nombre sería “noche”, no?), el no perder este horizonte es súper importante. Porque a mi me pasa y veo que caminar mirando solo a lo costoso que es caminar… O andar fiándose de que el Señor nos da ese tiempo para llevarnos a más Vida – cambia mucho.
Es así, así nos pasa: miramos a lo que tenemos delante de los ojos, y nos perdemos lo demás. Por eso, mirar más allá, mirar más lejos… no sólo nos enseña a vivir lo costoso del camino, sino que le da sentido.
… y sí, Marta, otro nombre es “noche”.
A mí, esto del desierto me cuesta, porque en el camino uno se mueve, ve diferentes paisajes, personas….pero el desierto es quietud,soledad, calma…. No es lo habitual. Me cuesta
Sí, cuesta, es así. Pero déjame hacerte otra pregunta, Koro. Para esto, y en general: cuestan los tiempos de desierto en la vida pero, ¿qué posibilitan? ¿A qué nos abren? Si vemos el sentido de ese desierto simbólico, sabremos más de cómo afrontarlo.
Yo he vivido mi desierto muy duro
Al comienzo me preguntaba por qué a mi.pero Dios me permitió atraves del café evangelio entender muchas cosas hoy puedo decir que este desierto que viví ha sido para un propósito de Dios en mi vida y en mi familia.?
¡¡Damos tantas gracias a Dios, Noris!! Tu desierto se ha convertido en lugar de bendición para ti y tu familia… y a través de ti, para nosotros que somos bendecidos con tu agradecimiento.