Cuando Jesús subía hacia Jerusalén, tomó aparte a los Doce [discípulos] y por el camino les dijo: —Mirad, subimos a Jerusalén, y este Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y letrados que lo condenarán a muerte. Lo entregarán a los paganos para que lo afrenten, lo azoten y lo crucifiquen. Al tercer día resucitará.
Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo.
El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.
Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos.
El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre.
Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos.
Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad.
Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Mt 20, 20-28
Seguimos acercándonos al texto en clave existencial. Es muy bueno porque a través de ella descubrimos cómo vivir la vida de todos los días, al modo de Jesús.
Vamos a verlo en el texto que acabamos de leer.
Lo podemos reconocer como relato de uno de esos conflictos tan comunes entre nosotros.
Primero viene la madre de los Zebedeos, en un gesto que reconocemos común entre las madres (luego lo harán o no, pero pertenece a la esencia de las madres): mirar por sus hijos. No sabemos si lo hace porque no tiene ojos ni corazón más que para ellos, porque los considera unos inútiles, porque cuando ve a alguien poderoso intenta sacar tajada y que le beneficie a través de sus hijos, porque tiene ansia de medrar en ellos o porque sus hijos le han pedido que pida… El caso es que se acerca a Jesús a pedirle algo.
El contexto (tercer anuncio de la pasión) también importa: habla de esas situaciones existenciales en que lo que sucede es algo grande, importante, grave, y nosotros estamos solo a lo nuestro… que revela que no estamos percibiendo esa realidad que nos rodea: ¿será un aviso para ese “amor de madre” que no ve más que la necesidad de los hijos y es ciega para lo que importa? ¿Será para que nosotros, que contemplamos la escena desde fuera, reconozcamos algo común a nuestro modo de situarnos, de mirar?
Jesús acaba de anunciar, por tercera y última vez, con detalles, lo que va a suceder con él. No sabemos si la madre no lo ha oído, o si es que no lo ha entendido, no se lo ha creído o, sencillamente, ella estaba esperando que Jesús guardara silencio para hacer su petición. Cuando nos enteramos de lo que la mader le pide a Jesús, vemos que es algo enorme: que mis hijos tengan los primeros puestos de tu reino, junto a ti.
Grande y sin duda, inoportuno. Jesús ha dicho que va a morir de muerte violenta que describe con detalle, y la madre de los Zebedeos “considera” que ese es buen momento para pedir ventajas para sus hijos.
Decíamos que este es el tipo de petición que hace una madre, y lo consideramos por ello “normal”. Sin embargo, esta madre está pidiendo “lo mejor” para sus hijos, sin mirar más allá. Así nos pasa muchas veces en la vida: miro desde mí, deseo desde mí o desde los míos, sin saber si eso me corresponde, sin mirar a Jesús más que como aquel que puede obtenerme lo que deseo. Sin mirar sino desde el ángulo estrecho de su interés.
Jesús le responderá, a ella y a sus hijos: No sabéis lo que pedís. Ahora no nos detenemos en el motivo por el que les dice esto, lo veremos más adelante. Ahora me fijo en que, aunque haya hablado Jesús, el Maestro y el Señor, y haya hablado de su muerte, los discípulos se ven “abducidos” por la petición de la madre, que les toca mucho más de cerca: No se orientan según las palabras de Jesús, sino según las palabras de la madre y los Zebedeos: Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los hermanos.
Según nuestro modo de mirar –ese que llamamos humano a secas- lo que ha pedido la madre de los Zebedeos es amenaza. Igual no lo habías pensado antes, pero ahora te das cuenta de que te ha ganado al decirlo primero. O puede que ya lo hubieras pensado, pero no te has atrevido a pedírselo a Jesús, y ya se sabe que, en nuestro mundo,“el que da primero da dos veces”.
Aunque Jesús ha respondido a la mujer y a los hermanos, los otros diez tienen oídos sobre todo para lo que entienden. Para lo que les importa. Y su reacción, después de haber oído a Jesús, es enfadarse con los Zebedeos porque los Zebedeos se te han adelantado.
La madre tenía una fantasía: ver a sus hijos como poderosos, gobernando junto a Jesús (a quien ve como el más alto que conoce, o el más alto a que puede aspirar).
Los Zebedeos tenían una fantasía: ser eso que desean ser, sin saber si pueden, en algún sentido (capacidad, posibilidad, sentido), serlo.
Los diez se enfadan contra ellos porque tienen una fantasía: que el hecho de que los Zebedeos se hayan adelantado con su fantasía les arrebata a ellos algo.
Todos ellos, los unos como los otros, funcionan desde esa fantasía, y como en esa fantasía no caben las palabras reales de Jesús, no las escuchan.
Y con todo eso, se una tensión que ahora queda en segundo plano porque interviene Jesús, pero que entre nosotros un modo común de entrar en conflicto.
Y es que los presentes se enfrentan entre sí por un hecho, sino por una fantasía que no tiene base –No sabéis lo que pedís-. No corresponde. No tiene sentido. No va así.
Muchas veces funcionamos así: relacionándonos a base de fantasías. Deseamos en base a fantasías, nos sentimos protegidos o apoyados en base a fantasías, nos enfurecemos en base a fantasías.
¿No es un poco preocupante, esta tendencia a vivir una existencia paralela a la realidad, irreal? ¿Qué pasa cuando no somos capaces de escuchar lo que Jesús tiene que decirnos?
Imagen: Jean-Philippe Delbergue, Unsplash
Es verdad! Cuanta fantasía, cuanto deseo irreal, cuanta suposición infundada. Vivimos desde el ego, somos débiles; y Jesús está ahí para abrir nuestros ojos a la realidad. Menos mal!