Los hombres del lugar lo supieron y difundieron la noticia por toda la región. Le llevaron todos los enfermos y le rogaban que les permitiese nada más tocar la orla de su manto, y los que lo tocaban quedaban sanos. Mt 14, 35-36
Qué ganas tenemos de comunicarnos lo bueno. Esta es una de las grandes cosas de nuestro mundo: si sabes de algo que va bien, enseguida te acuerdas de este vecino, de aquella mujer mayor que lo pasaba mal con… y eso hace que el bien se difunda. Así hablaban también de Jesús como de un Bien que recomendar a los enfermos, a los que padecían cualquier dolencia… Eso sí, decían también: “es un hombre de Dios, y hay que acercarse a él con fe”.
Y los que lo tocaban quedaban sanos.
Se nos olvida muchas veces esta fuerza de Dios que, empezando por el cuerpo, lo más visible, alcanza hasta lo más espiritual, el fuego de Dios presente en nuestra fe, en nuestro amor. Y lo cierto es que cuando tocas a Dios, que siempre da lugar a que Dios te toque, se da esta “certeza corporal” que te abre a la vida en plenitud.
Te dejo con un poema de González Buelta[1] que lo dice preciosa y profundamente:
CERTEZA CORPORAL
Certeza corporal
Primero fue la sensación
en la piel cansada.
La brisa estaba llegando
desde el mar azul
con el alivio fresco
y su sabor de yodo y sal.
Mi afectividad
se fue llenando
con un sentimiento de regalo infinito,
de estar situado
en el centro mismo
de la ternura de Dios.
Mi razón pensó:
“Dios me está creando ahora,
Dios es hoy mi creador”.
Y mis pensamientos
siguieron las huellas de su fantasía infinita
creando en un misterio
que desborda mi comprensión.
Desde el centro de mi libertad
dije: “Aquí estoy”.
Una expresión de acogida
y una decisión de entrega,
para ser creador de la vida
desde la vida recibida de Dios.
La sensación consciente,
el sentimiento grato,
el pensamiento luminoso
y la decisión entregada,
se fueron haciendo carne,
certeza corporal,
cuerpo transfigurado
en el reposo sabio
de la contemplación callada.
Y al salir a los caminos
el cuerpo
fue diciendo
su certeza en la historia,
en la entrega de todas las fuerzas
al proyecto del Reino,
y en el simple pasar gratis entre la gente,
sin pretensiones ni agenda.
[1] B. González Buelta, Salmos para sentir y gustar internamente.
Imagen: Fonsi Fernández, Unsplash