Cuando se marchaba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: – Sígueme.
Él se levantó y lo siguió.
Después, mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.
Al verlo los fariseos, preguntaron a sus discípulos: – ¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y los pecadores?
Lo oyó Jesús y les dijo: – No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Mt
Estamos viendo, en los cc. 8-9, la segunda parte del díptico de palabras-obras por el que Mateo nos presenta a Jesús como una persona en quien se da una integridad plena entre ambas.
Hoy vamos a ver otro aspecto de esa integridad plena entre palabras y obras. Hoy vamos a ver que sus palabras llaman… a los que nadie hubiera esperado que Dios llamara. Y aquellos a los que llama, como a Mateo el publicano[1], los llama a la cercanía y la relación familiar con él: a continuación vemos a Jesús sentado a la mesa en casa de Mateo, compartiendo en adelante mesa, y vida.
Aquí tenemos otro ejemplo de esas palabras-obras de Jesús. Hasta este punto la llamada se realiza: a los que llama, los llama a compartir la vida. Tan bien lo entienden los amigos de Mateo, que se acercan a su casa y se sientan también a la mesa, a compartir como iguales la vida.
Vemos así que las palabras-obras de Jesús cambian el modo de estar en la vida. En nuestra idea de Dios, incluso si Dios te llama (y los fariseos consideran tan imposible, y seguramente los publicanos también), que te quedas a distancia, sin responder a la llamada sino a medias, porque no puedes creer (este es el punto, como ya hemos dicho: la fe) lo que Dios ha dicho.
Sin embargo, hay en las palabras de Jesús al llamar a Mateo que éste se siente implicado enteramente, y deja su vida por seguir a la de Jesús. Así vemos cómo se responde a la llamada -con toda la vida-, pero también cómo llama Jesús para que uno desee responder así. Y también, las ganas que tenían de ser llamados, y cómo se saben acogidos por Jesús aquellos publicanos y pecadores que, al ver a Jesús sentado a la mesa de Mateo, se acercan a él.
La llamada de Jesús, esa llamada hecha a toda nuestra persona y a toda nuestra vida, implica tan enteramente que no afecta solo al llamado, sino que moviliza a los que se sienten identificados con él.
¿Ves por qué al evangelio lo llamamos buena noticia? Se puede ver por todos lados, pero resulta muy palpable cuando reconocemos esta llamada que moviliza la vida de Mateo y la de otros que también se sienten implicados en esa llamada. Los publicanos, y de paso los pecadores que también se integran en el grupo al ver que son llamados los publicanos, recobran la esperanza ante la llamada de Jesús a Mateo. Así sabemos que la llamada de Jesús a Mateo no solo ha sido tal que ha movilizado a Mateo, sino que el llamar a Mateo ha movilizado a muchos otros publicanos que se sienten identificados con él y quieren también venir a Jesús. Y el movimiento de los publicanos ha movilizado a otros pecadores, que a su vez también reciben con alegría el que Jesús sea así…
Los fariseos ven mal todo esto. Ven el movimiento, pero no lo perciben como movimiento de vida, sino como desorden o amenaza. Y van a pedir explicaciones a los que seguramente no pueden dárselas, para frenar el movimiento que se está dando, que perturba su modo de mirar y de comprender la vida. Aquí también podríamos decir que todo aquel o aquella que no reconoce la vida y la esperanza que Jesús moviliza a su alrededor y se enfrenta contra ella, se asocia a los fariseos en su modo de mirar.
La respuesta de Jesús, que asociamos al mismo Dios (no solo porque ya empezamos a ver que ningún hecho es un hecho aislado sino que siempre participa de este movimiento de vida que se contagia y se extiende, queriendo llegar a todos), también porque Jesús cita la palabra de Dios para avalar su misión, y nos ilumina sobre el sentido de esta: misericordia quiero y no sacrificios. Jesús, al llamar a Mateo, a los publicanos, a los pecadores, inicia un movimiento de salvación que está caracterizado por la misericordia.
Sea lo que fuera lo que los fariseos pensaban de Dios y enseñaban a la gente, queda ahora en entredicho por lo que Jesús está diciendo y haciendo en nombre de Dios. La gente le sigue, se descubren amados y llamados por Dios, y esa llamada hace que las cosas cambien, que la vida cambie.
Pero también entendemos que este enfrentamiento –la integridad entre palabras y obras tiene esta consecuencia también- dará lugar a un enfrentamiento de los fariseos y de todos los poderes al final contra Jesús que es la consecuencia de que uno comprometa no solo sus palabras, sino su vida.
Si quieres seguir, seguimos en los comentarios…
[1] Publicano deriva de la voz «público». Entre los romanos era el arrendador o cobrador de los derechos públicos (…) En los textos del Nuevo Testamento, los publicanos, además de pertenecer a un grupo social bien definido, poseen una identidad simbólica: “representan a los seres humanos separados de Dios, ligados a los bienes materiales sin temor a preterir a sus semejantes. https://es.wikipedia.org/wiki/Publicano
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