Lectura del primer libro de los Reyes (3,5.7-12)
Sal 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-136
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,28-30)
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-52)
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
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¿Qué te parece si nuestro comentario de este domingo lo empezamos por la segunda lectura? No es que sea un texto de esos muy fáciles, la verdad. Pero no es por su dificultad por lo que lo escogemos en primer lugar, sino porque creo que nos puede dar luz para todo lo demás. ¿Lo intentamos? ¿Te parece? ¡Vamos!
La segunda lectura, no sé si te has fijado, es de la carta de Pablo a los Romanos. En ella, Pablo presenta a los Romanos, antes de ir a visitarlos a su comunidad, el evangelio que ha anunciado, y el modo como fundamenta este anuncio. Un marco inmenso, que abarca todo el proyecto salvador de Dios que culmina en Jesucristo. Y en el capítulo 8 nos presenta la salvación que ha venido sobre el mundo a partir de la redención de Cristo. En este contexto es donde se comprende, a partir de la centralidad de Cristo que se nos ha hecho patente con su muerte y su resurrección, que nosotros, los seres humanos, hemos sido creados a imagen de Cristo, que es el primogénito de muchos hermanos. Lo que se dice aquí es que todos y cada uno de nosotros hemos sido llamados a la vida para reproducir la imagen del Hijo, un destello de su rostro, de su ser.
Así que tú, que igual no sabes para que estás en la vida o tú que piensas que no tienes nada que aportar o tú que haces las cosas según tus planes y pones el esfuerzo en que no te los estorbe nadie, y tú que quieres hacer lo que Dios quiera pero no sabes cómo integrar tus capacidades en ese deseo, y yo que… todos nosotros, y todos los seres humanos creados a lo largo y ancho de la tierra, desde el principio de los tiempos hasta el último minuto… todos nosotros hemos sido creados con algo que hace visible el rostro de Jesús, el Hijo, y esta imagen suya es lo más grande que podemos dar a nuestro mundo.
Dios nos ha creado, nos ha llamado a la vida dándonos la imagen de su Hijo. Si lo dudabas, ya no dudes de su Amor por ti: ¿qué otro rostro ama más un Padre que el de su Hijo? ¿Cuánto ha de amarnos, si ha querido imprimir su misma imagen, sus rasgos, su rostro en cada un@ de nosotr@s?
Jesús se ha entregado por nosotros para que tuviéramos Vida, esa Vida suya que nos ha regalado con su muerte y resurrección y que se te da por creer en Jesús. Por creer en que, más allá de tu poca fe y de tus limitaciones, más allá de tu amor más bien pequeño y de tu débil esperanza, Jesús ha muerto para que tengas vida. Atrévete a creer en él, veas de ti lo que veas, veas del mundo lo que veas, y él hará lo demás.
Esto no son teorías, sino que se concretan en ti: fuiste cread@ a imagen del rostro, de la persona de Jesús, y él se entregó para que tuvieras una vida a su modo, una vida que viene de Dios, una vida nueva que vence a la muerte. Y el Espíritu de Dios va realizando en ti esa imagen del Hijo a lo largo de los días, de los años, de la vida. Para hacerlo, se vale de las circunstancias, de las personas, de los encuentros y los desencuentros, para hacer que te parezcas a ese rostro único, para que reflejes en ti un resplandor, un destello del rostro de Jesús, ese que tú estás llamad@ a reflejar. El rostro que, viniendo de Dios, es lo más tuyo, es el modo como te vas expresando y vas dando lo mejor de ti. Por este camino es por donde llegarás a saber lo que es la plenitud, que toma tantos rostros, y que tan profundamente deseamos. Y sabrás que la plenitud es glorificar al Padre, como lo ha glorificado Jesús. Y tú, y yo, y cada uno de nosotros lo hacemos en la medida en que reflejamos el rostro de Jesús del que somos imagen.
Esto es grande y además da esperanza, ¿verdad? Es grande y es buena noticia escuchar que eres, que soy, que cada uno de nosotros somos, estamos llamados a ser un reflejo del rostro de Cristo. Tan grande que te dan ganas de ponerte a vivir para reconocer esa plenitud, dan ganas de vivir (porque pensando no lo vas a descubrir, y de imaginarse no va tampoco) cuando descubrimos que con nuestra propia vida, vivida en verdad, somos buena noticia para los demás, viviendo al modo como ha vivido Jesús.
Desde aquí, si ahora vamos a la primera lectura y al evangelio, encontramos una concreción de lo que acabamos de decir. En esa historia preciosa del libro de los Reyes, Salomón pide a Dios sabiduría para gobernar a su pueblo. Y Dios se alegra de su petición y le concede una inteligencia y una sabiduría inmensas, al modo de Dios. Este será el don que Salomón va a reflejar en el mundo.
Y luego, en el evangelio, Jesús, la Sabiduría de Dios, aparece enseñándonos sabiduría por medio de parábolas. Y caemos en la cuenta de lo que hemos estado diciendo: a Salomón se le regala una sabiduría que prefigura la que Jesús, en la culminación de los tiempos, llevará a plenitud. Y después de Jesús, muchos hombres y mujeres han sido creados para reflejar este aspecto del rostro de Cristo que es la inteligencia y la sabiduría. Unos la han deseado ardiente y humildemente, como Salomón; otros se han apropiado de ella; otros han hecho un largo camino para aprender a usarla, camino del que no ha estado ausente el Espíritu. Y todas esas personas, conscientes y a menudo inconscientes de ello, han sido llamadas a la vida para reflejar este rostro de Dios que es su sabiduría, que ha tomado y toma formas infinitamente ricas y variadas a lo largo de los tiempos y los siglos; ellas y ellos han sido justificados, rescatados por el Hijo para poder así hacer de ese don que habían recibido no una vida a su medida, sino una Vida que refleje la Vida de Jesús, el Hijo, una vida que será así su plenitud; ellas y ellos han tenido la oportunidad de glorificar a Dios a partir de ese rostro de Cristo que cada una de ellas y de ellos fueron llamados a reflejar, y han sido para ello asistidos por el Espíritu de Dios que renueva todas las cosas según el deseo del Padre.
Ahora hemos puesto el ejemplo de la inteligencia y la sabiduría. Pero podemos hacer lo mismo con todos los matices de la infinita belleza, que es Jesús, el Hijo. De él procedemos todos, y por ello, todos tenemos el privilegio y todos hemos sido llamados a reproducir en nuestra vida ese rasgo suyo que el Padre ha querido imprimir en ti, y en ti, y en mí.
Déjate ser desde lo que Dios ha querido que fueras. Ábrete a vivir, aunque no sepas cómo se concreta, desde ese destello del Hijo que eres. El Espíritu lo irá manifestando en ti, si te dejas conducir.
Serás… lo que Dios ha querido para ti. Descubrirás… que ningún otro proyecto ni plenitud para tu vida es más grande, más hermoso ni más plenificante que ese.
Por eso, el que encuentra este tesoro, deja todo lo demás. Y el que aún vive buscándolo, está dispuesto a dejar cualquier cosa por él. Y, como sigue diciendo Jesús, en esta batalla estamos todos implicados –grandes y pequeños, buenos y malos-, porque para todos está en juego la misma vida.
Imagen: Logo de mientrasnotengamosrostro, (¿a que mola?)
Qué grande es saber que mi vida viene de Dios.
Que se refleja en mí, en tod@s, la imagen de Jesús.
Porque así surge mi deseo de que me construya nueva como Él quiere, como Él sabe y que su Palabra haga vida en mí. Dejarme llevar con confianza por su Espíritu.
Vivir así es vivir de otra manera, vivir mejor, porque la esperanza se me vuelve infinita y la reflejo.
Jesús ya sabe lo que quiere de mí, no quiero estorbar con mis impedimentos de pensamientos o imaginación. Alabar la grandeza que me da. Es un tesoro que no quiero perder.
Gracias Teresa. ¡Qué estimulo tus comentarios!, que acojo y comparto.
GRACIAS, Teresa. El Señor te bendice y te guarda.
Gracias, Pati. Y eso nos da la vida!