Próximos ya a Jerusalén, al llegar a Betfagé, cerca del monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos con este encargo:
Id a la aldea de enfrente; nada más entrar, encontraréis una borrica atada con su pollino al lado; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, diréis que el Señor los necesita, pero que en seguida los devolverá.
Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice el profeta Decid a la hija de Sión: Mira, tu rey viene a ti, humilde y sentado en un asno, en un pollino, cría de un animal de carga.
Los discípulos fueron e hicieron lo que Jesús les mandaba trajeron la borrica y el pollino; pusieron sobre ellos los mantos, y él montó encima. El gentío, que era muy numeroso, tendía sus mantos en el camino¸ otros cortaban ramas de árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.
Al entrar Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió y se preguntaban:
– ¿Quién es este?
La gente respondía:
– Es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea. Mt 21, 1-11
Asombrarnos. Es la actitud que estamos subrayando como puerta a estos textos enormes que preanuncian la Pasión.
¿No te asombras de lo que estamos diciendo? ¿Puede ser porque conoces los textos, e identificas lo sabido con vivido? ¿Puede ser que lo conocido es para ti lo “normal”, y esa “normalidad” te cierra a la realidad que las palabras encierran? ¿Puede ser porque lees el texto como un cuento, como un relato del pasado que nunca te planteaste que importara cómo ha sucedido? ¿Puede ser porque no te importa Jesús tanto como para respirar sus palabras y seguirlas paso a paso? ¿Que no creas que puedes aprender de él?
Sea lo que sea, si te pierdes el asombro, te pierdes mucha vida.
Vamos a dejarnos asombrar. Si te quedas por el camino, al menos sabrás que el asombro nos lleva más allá (un asombro, claro, atravesado por la fe). Si puedes seguir lo que decimos, descubrirás mucho de Dios, porque aquí Dios se dice a sí mismo. Y aprenderás mucho de los humanos, que nos revelamos en nuestra respuesta a Dios.
La actitud de asombro es actitud de apertura a lo que se dice, en este caso, en el texto (un texto que habla de una realidad, y que por tanto, nos “entrena” en abrirnos a la realidad). El asombro se abre a los hechos sabiendo de antemano que la realidad contenida en la Biblia en general, y en el Nuevo Testamento en particular, es asombrosa: no como empeño rígido y obtuso, sino como experiencia adquirida en tantas lecturas, en tantos relatos que nos aseguran cómo son las cosas cuando está presente Jesús.
Asombroso es, por ejemplo, que Jesús, el Hijo de Dios, que sabe dónde están el pollino y la borrica y tiene autoridad para tomarlas cuando las necesita, advierte a la vez humildemente que enseguida las devolverá.
Va a entrar a Jerusalén como rey, pero rey sorprendente: él mismo prepara su coronación, y lo hace con signos de sencillez –el pollino-, y de transitoriedad –lo devolverá-. Su realeza, que arraiga en lo eterno, se manifiesta en este escenario de lo efímero.
Jesús entrará en Jerusalén, donde las gentes sencillas, quizá movidas también por el entusiasmo del momento (¡cuántas veces es solo gracias a los demás que despertamos a lo que tenemos delante!), lo aclaman como rey. Donde quizá se expresa la profunda adoración que llevamos dentro, a la que tanto le cuesta salir… momento culminante de nuestro amor a Dios, expresado gracias a la adoración de otros.
La escena nos habla también de la sencillez que alberga el entregarse: algo has visto en Jesús, algo que te saca de ti y te fija en él. Algo reconoces que te dice que es Él, el que siempre has deseado. Algo en su porte humilde que tu intuición espiritual reconoce como lo que siempre habías pensado que tenía que ser Dios. Algo en su fuego que refleja poderosamente la verdad que Dios es. Algo en su sencillez que conecta con eso sencillo que reconocemos, al final de todo, como lo más verdadero. Algo en esa figura de hombre tan presente que, a la vez, no se señala a sí misma sino que evidencia de modo misterioso la presencia de Dios… ¡el Santo de Dios!
Ante la santidad de Dios, nuestro espíritu se pone de pie. Quizá no lo sabíamos, quizá pasábamos por ahí o caminábamos distraídos. Quizá se nos contagió el entusiasmo de otros… por distintos caminos, nuestro ser tiene “algo” con la santidad de Dios anhelada, tantas veces, sin saberlo. Estamos hechos para esto: para salir de nosotros mismo en favor del que Es, del Santo de Dios. Un momento puro de adoración en el cual, a través de los mantos y los ramos, te pones a ti mismo a los pies de tu Dios.
Qué momento tan exaltante. Y no exaltante por la emoción del ambiente, que sin duda lo fue, sino por aquello que en muchos espíritus se manifestó como verdad, como gozo, como reconocimiento de las búsquedas y los deseos profundos, de la fe.
Y esto, en el contexto de la limitación inherente a todo lo humano: si antes hablábamos de lo efímero de las formas de esta celebración –un pollino tomado y devuelto, una entrada en Jerusalén tan victoriosa, ahora caemos en la cuenta de otro modo de lo efímero, que es el corazón de los humanos: el reconocimiento de los que lo adoran, que son los mismos que en pocos días gritarán “¡Crucifícalo, crucifícalo!”.
Asombroso es también que Jesús, que conoce nuestro corazón del mismo modo que sabe lo del pollino, acoja esta adoración efímera y acoja, también, el rechazo que vendrá después. Asombroso que acoja lo uno y lo otro –un Dios humilde, más aún por esto que por todo lo anterior-, no solo porque este modo de actuar supere nuestra capacidad, sino sobre todo porque al hacerlo así nos indica que este es el modo de abrirse a la realidad, de acoger al Padre en ella, haciendo posible que su designio de salvación se realice a través de lo que es: esta realidad efímera, limitada, enorme, asombrosa en su signo y en sus contrastes, en la adoración y el rechazo de Dios, en la verdad y la mentira de nuestro corazón, es la realidad en la que Dios está acogiéndolo y transformándolo todo desde dentro.
Hemos titulado a esta entrada “Ejercitarnos en el asombro”. Sin duda, esto lo podemos decir de cualquiera de los textos del evangelio. Con lo que hemos dicho aquí, ¿te animas a probar tú con el que viene después? ¿O con la vida, tan asombrosa?
Imagen: Chad Madden, Unsplash