Lectura del libro del Éxodo (34,4b-6.8-9)
Salmo Dn 3,52-56
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (13,11-13)
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-18)
En este día de la Trinidad, lo mejor que puedo transmitirte para que desees estar con este Dios nuestro que es relación, que es comunión, es un fragmento del libro de W.P.Young, La Cabaña. ¡Creo que te encantará! Ojalá te ayude como me ha ayudado a mí a vivir en relación con este Dios que es Amor… como el Amor Es.
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“Apenas había andado unos quince metros vereda arriba cuando sintió que una súbita ráfaga de aire cálido le llegaba desde atrás. El canto de un ave rompió el gélido silencio. El camino frente a él perdió pronto su cubierta de nieve y hielo, como si alguien lo hubiera secado soplando. Mack se detuvo y miró mientras a su alrededor el manto blanco se disolvía, para ser reemplazado por una naciente y radiante vegetación. Tres semanas de primavera se desdoblaron frente a él en treinta segundos. Se frotó los ojos e intentó serenarse en medio de ese remolino de actividad. Hasta la ligera nieve que había empezado a caer se convirtió en diminutos capullos perezosamente regados por el suelo.
Lo que veía, por supuesto, no era posible. Los bancos de nieve se habían desvanecido, y estivales flores silvestres empezaron a colorear los bordes de la vereda y el bosque hasta donde alcanzaba su vista. Petirrojos y pinzones se perseguían a toda prisa entre los árboles. Ardillas comunes y listadas cruzaban ocasionalmente el camino, deteniéndose algunas para erguirse y mirarlo un momento antes de sumergirse de nuevo en la maleza. El creyó vislumbrar incluso un gamo joven que emergía de un umbroso claro en el bosque, pero al mirar bien, había desaparecido. Por si fuera poco, el perfume de las flores empezó a llenar el aire: no sólo el pasajero aroma de las flores silvestres y de montaña, sino también la opulencia de las rosas y las orquídeas y otras exóticas fragancias propias de los climas tropicales.
Mack dejó de pensar en su casa. El terror se apoderó de él, como si hubiera abierto la caja de Pandora y se le arrastrara al centro de la locura, para perderse por siempre. Tambaleante, volteó con toda cautela, tratando de preservar una traza de cordura.
Se quedó boquiabierto.
Poco, si acaso algo, era lo mismo. La ruinosa cabaña había sido reemplazada por una firme y hermosa casa de troncos, directamente levantada entre él y el lago, que pudo ver justo sobre el techo. Era de largos troncos descortezados a mano, contorneado cada cual para un ajuste perfecto.
En vez de la sombría y ominosa exuberancia de matorrales, brezos y abrojos, todo lo que Mack veía ahora tenía la perfección de una tarjeta postal. Humo se abría indolente paso de la chimenea al cielo de la tarde, señal de actividad adentro. Un camino se tendía a y en torno al portal, flanqueado por una cerca blanca de afiladas estacas. Ruido de risas llegaba desde cerca, tal vez dentro, aunque Mack no estaba seguro.
Quizá en esto consistía experimentar un total colapso psicótico. “Me estoy volviendo loco”, murmuró Mack para sí. “Esto no puede estar sucediendo. No es real”.
Aquel era un lugar que Mack sólo habría podido imaginar en sus mejores sueños, y eso volvía todo más sospechoso. La vista era prodigiosa, los aromas embriagadores, y sus pies, como dotados de mente propia, lo guiaron de nuevo al camino y hasta el portal. Brotaban flores en todas partes, y la mezcla de fragancias florales y punzantes hierbas despertaba recuerdos hacía mucho tiempo olvidados. Siempre había oído que la nariz era el mejor vínculo con el pasado, que el olfato era el sentido más fuerte para perforar la historia olvidada y, entonces, remembranzas de su infancia ha mucho almacenadas revolotearon en su mente.
Una vez en el portal, se detuvo de nuevo. Hasta él llegaban claramente voces del interior. Rechazó el súbito impulso de huir, como un niño que hubiera arrojado su pelota sobre el seto del vecino. “Si Dios está adentro, no serviría de mucho de todas maneras, ¿verdad?” Cerró los ojos y agitó la cabeza con intención de borrar la alucinación y restaurar la realidad. Pero cuando los abrió, todo seguía ahí. Extendió vacilante la mano y tocó el barandal de madera. Desde luego, parecía real.
Enfrentó entonces otro dilema. ¿Qué debe hacerse al llegar a la puerta de una casa, o cabaña en este caso, donde podría estar Dios? ¿Tocar? Supuestamente, Dios ya sabía que él estaba ahí. Tal vez sólo debía entrar y presentarse, aunque esto parecía igual de absurdo. ¿Y cómo debía dirigirse a él? ¿Debía llamarlo “Padre”, o “Todopoderoso”, o quizá “señor Dios”, o sería mejor postrarse y adorarlo aunque en realidad no estuviera de ánimo para eso?
Mientras intentaba establecer cierto equilibrio mental, el enojo que recién creía muerto en él comenzó a emerger de nuevo. Ya sin preocupación ni interés en cómo llamar a Dios y energizado por su ira, se acercó a la puerta. Decidió tocar fuerte para ver qué pasaba; pero justo cuando levantaba el puño para hacerlo, la puerta se abrió de golpe y Mack se vio frente al rostro de una enorme y radiante mujer afroamericana.
Instintivamente, dio un salto atrás, pero resultó demasiado lento. Con una agilidad que desmentía su corpulencia, la mujer acortó la distancia entre ellos y lo cubrió con sus brazos, levantándolo y dándole vueltas como a un niño. Entre tanto, ella gritaba su nombre -“¡Mackenzie Allen Phillips!”- con el ardor de quien ve a un pariente hace tiempo perdido y profundamente amado. Al fin lo puso otra vez en tierra y, con las manos en los hombros de él, lo empujó para verlo bien.
-¡Mírate nada más, Mack! -estalló ella ruidosamente-. Cuánto has crecido. ¡No sabes qué ganas tenía de verte! Es maravilloso tenerte aquí con nosotros. ¡ Ay, ay, cómo te quiero!
Dicho esto, lo envolvió otra vez entre sus brazos.
Mack se quedó sin habla. En unos segundos, esa mujer había roto todo el decoro social detrás del cual él se atrincheraba tan tranquilamente. Pero algo en la forma como ella lo miró y gritó su nombre hizo que también a él le deleitara verla, pese a que no tuviera la menor idea de quién era ella.
De pronto se sintió arrollado por el perfume que emanaba de esa mujer, y tal cosa lo sacudió. Era un aroma floral con dejos de gardenia y jazmín, el inconfundible perfume de su madre que él guardaba en su cajita de hojalata. Llevado aventuradamente hasta el precipicio de la emoción, ese perfume devastador y los recuerdos concomitantes lo dejaron perplejo. Sintió el calor de las lágrimas empezar a congregarse detrás de sus ojos, como si tocaran a la puerta de su corazón. Al parecer, también ella las vio.
-Está bien, mi vida; déjalas salir… Sé que has sido lastimado, y que estás enojado y confundido. Así que adelante, y déjalas salir. Al alma le hace bien dejar correr de vez en cuando las aguas sanadoras.
Pero aunque Mack no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas, no estaba preparado para soltarlas; no todavía, no con esa mujer. Hizo un gran esfuerzo por no caer en el agujero negro de sus emociones. Entre tanto, aquella mujer le tendía los brazos, como si fueran los brazos mismos de su madre. Sintió la presencia del amor. Era cálida, incitante y conmovedora.
-¿No estás preparado? -repuso ella-. Está bien; haremos las cosas en tus términos y a tu tiempo. Pero entra. Dame tu abrigo. ¿Y esa pistola? No la necesitas, ¿verdad? No querríamos que alguien saliera lastimado, ¿no es así?
Mack no sabía qué hacer ni qué decir. ¿Quién era ella? ¿Y cómo sabía? Inmóvil en el lugar donde se había parado, se quitó lenta y mecánicamente el abrigo.
La inmensa mujer negra cargó el abrigo y él le entregó el arma, que ella recibió con dos dedos, como si estuviera contaminada. Justo cuando ella se volvía para entrar a la cabaña, una mujer menuda, evidentemente asiática, emergió detrás.
-Dame eso -cantó su voz.
Era obvio que no se refería al abrigo ni el arma, sino a otra cosa, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba frente a Mack.
Él se puso rígido cuando sintió que algo acariciaba suavemente su mejilla. Sin moverse, bajó la mirada y vio que la nueva mujer se afanaba con un frágil frasco de cristal y un cepillito, como los que había visto que Nan y Kate usaban para maquillarse, retirando algo de su cara con toda delicadeza.
Antes de que él pudiera preguntar, ella sonrió y murmuró:
-Mackenzie, todos tenemos cosas que valoramos mucho y coleccionamos, ¿verdad?
La cajita de hojalata destelló en la mente de él.
-Yo colecciono lágrimas.
Mientras ella daba marcha atrás, Mack se descubrió parpadeando sin querer en su dirección, como si hacerlo permitiera a sus ojos ver mejor. Pero, de una manera extraña, seguía siéndole difícil fijar la vista en ella: esa mujer parecía resplandecer de forma tenue en medio de la luz, y su cabello flotaba en todas direcciones pese a que no hubiera brisa. Se diría que era más fácil verla de soslayo que directamente.
Al retirar la mirada de ella, Mack notó que una tercera persona había emergido de la cabaña, esta vez un hombre. Parecía de Medio Oriente y vestía como obrero, con cinturón de herramientas, guantes y todo. El nuevo se recargó tranquilamente en el quicio de la puerta y cruzó los brazos frente a él, vistiendo jeans empolvados de aserrín y una camisa a cuadros arremangada sobre los codos, que dejaba ver musculosos antebrazos. Aunque de facciones agradables, él no era particularmente apuesto; no era un hombre al que se distinguiría en una multitud. Pero sus ojos y su sonrisa iluminaban su rostro, que Mack no podía dejar de mirar.
Mack dio marcha atrás de nuevo, sintiéndose un poco abrumado.
-¿Hay más de ustedes? -preguntó, con voz algo ronca.
Los tres se miraron y rieron.
Mack no pudo evitar sonreír.
-No, Mackenzie -respondió la mujer negra, riendo entre dientes-. Somos todo lo que tendrás; y créeme: somos más que “sirviente”.
Mack hizo un nuevo intento por mirar a la mujer asiática. Esa persona de correoso aspecto parecía ser, por su etnicidad, del norte de China, o de Nepal, o incluso de Mongolia. Pero era difícil saberlo, porque tenía que hacer un esfuerzo para verla siquiera. A juzgar por su ropa, Mack supuso que era cuidadora o jardinera. Llevaba unos guantes doblados al cinto, no los pesados de cuero del hombre, sino los ligeros de tela y hule que Mack usaba para hacer jardinería en casa. Llevaba puestos unos jeans sencillos con figuras ornamentales en los bordes -cubiertas de polvo las rodillas por haber estado arrodillada- y una blusa de colores brillantes, con manchones amarillos, rojos y azules. Pero supo todo esto más por una impresión de ella que por verla en verdad, pues parecía entrar y salir en fases de su visión.
Entonces el varón avanzó, tocó a Mack en el hombro, le dio un beso en ambas mejillas y lo abrazó con fuerza. Mack supo al instante que le simpatizaba. Cuando se separaron, el hombre dio un paso atrás y la dama asiática se acercó de nuevo a Mack, tomando esta vez su cara entre sus manos. Gradual e intencionalmente, ella acercó su rostro al de él y justo cuando Mack creyó que lo besaría, ella se detuvo y lo miró profundamente a los ojos. Mack pensó que casi podía ver a través de ella. Luego la dama sonrió y sus perfumes parecieron envolverlo y quitarle un gran peso de encima, como si cargara su equipaje en una mochila.
Mack se sintió de súbito más ligero que el aire, casi como si no tocara el suelo. Ella lo abrazaba sin abrazarlo, o hasta sin tocarlo siquiera. Sólo cuando se apartó, segundos más tarde quizás, él se dio cuenta de que seguía parado sobre sus pies y éstos seguían tocando el suelo.
-Oh, no te inquietes por ella -dijo riendo la enorme mujer negra-. Tiene ese efecto en todos.
-Me gusta -susurró él, y los tres estallaron en nuevas carcajadas. Esta vez Mack se vio riendo con ellos sin saber exactamente por qué y sin que en realidad tampoco le importara.
Cuando al fin dejaron de reír, la mujer grande rodeó con su brazo los hombros de Mack, lo atrajo hacia sí y le dijo:
-Bueno, nosotros sabemos quién eres, pero quizá deberíamos presentarnos. Yo -movió las manos en un gesto ceremonioso- soy el ama de casa y cocinera. Puedes llamarme Elousia.
-¿Elousia? -preguntó Mack, sin comprender nada.
-Bueno, no necesariamente tienes que llamarme Elousia; es sólo un nombre al que soy afecta y que tiene particular significado para mí. Así que -cruzó los brazos, llevándose una mano al mentón, como reflexionando a conciencia- podrías llamarme como lo hace Nan.
-¿Qué? No querrás decir que… -Mack se sintió aún más asombrado y confundido. ¿Acaso ella era Papá, quien le había enviado la nota?-. ¿Es decir, “Papá”?
-Sí -respondió ella y sonrió, esperando que Mack hablara como si tuviera algo que decir, lo cual no ocurrió.
-Y yo -interrumpió el hombre, quien parecía de treinta y tantos años y un poco más bajo que Mack- intento mantener las cosas en buen estado aquí. Me gusta trabajar con las manos, aunque, como ambas te lo confirmarán, también me agrada cocinar y cuidar del jardín tanto como a ellas.
-Pareces de Medio Oriente, ¿eres árabe? -conjeturó Mack.
-Medio hermano de esa gran familia. Soy hebreo; para ser exacto, de la casa de Judá. -Entonces… -Mack se quedó estupefacto ante su constatación-. Entonces tú eres…
-¿Jesús? Sí. Y llámame como quieras. Después de todo, ése se ha vuelto mi nombre común. Mi madre me llamaba Yeshua, pero según se sabe, también he respondido al nombre de Joshua, e incluso Jesse.
Mack se quedó mudo y pasmado. Lo que veía y escuchaba era simplemente inaudito. Todo era imposible… pero ahí estaba él, aunque ¿realmente lo estaba? De pronto se sintió mareado. La emoción lo embargó, como si su mente hiciera intentos desesperados por asimilar tanta información. Justo cuando estaba a punto de caer postrado, la mujer asiática se acercó y distrajo su atención.
-Y yo soy Sarayu -le dijo, inclinando la cabeza con una ligera reverencia y sonriendo-. Cuidadora de jardines, entre otras cosas.
Las ideas se atropellaban mientras Mack hacía un esfuerzo por saber qué hacer. ¿Alguna de esas personas era Dios? ¿Y si eran alucinaciones o ángeles, o Dios llegaría más tarde? Esto podría ser muy penoso. Puesto que había tres de ellas, tal vez eran una especie de Trinidad. ¿Pero dos mujeres y un hombre, y ninguno de ellos blanco? Aunque para ser sincero, ¿por qué había supuesto naturalmente que Dios sería blanco? Se dio cuenta de que divagaba, así que se concentró en la pregunta cuya respuesta más ansiaba.
-Entonces -se esforzó en preguntar-, ¿cuál de ustedes es Dios?
-Yo -contestaron al unísono los tres.
Mack paseó la vista de uno a otro de ellos; y aunque estaba lejos de entender lo que veía y oía, por alguna razón les creyó.”
Imagen: Dawid Zawila, Unsplash
Qué bonito…muchas gracias! He podido sentir el abrazo y la caricia de Dios . Me ha ayudado y emocionado mucho.
Algo tan sencillo rompe mis esquemas e ideas de Dios…qué cerca y sencillo se nos presenta…
Aviva mi deseo de abrir los ojos y el corazón mucho…de encontrarme con Él detrás de cualquier puerta…
Y me quiero leer ese libro!!!
Sí, merece la pena ese libro, que nos abre a un Dios más grande que nuestros esquemas… y la relación con Él, la relación viva, a un Dios más grande que todo lo que podemos abarcar. Qué bien que te haya servido, Cris!!
Gracias Teresa. Gracias por compartir con nosotros este texto tan bonito.
Cada mañana al ir al trabajo, escucho los audios que nos subes para la lecturas del domingo. Hacerlo repetidamente cada día, me permite apreciar aspectos que las veces anteriores me habían pasado desapercibidos. (A veces, porque mi propia mente se queda con algún comentario y sigue su propio hilo …)
Hoy me he sorprendido con este texto.
Que sino hubiera sigo por ti, seguramente no hubiera llegamos a mis manos.
Ha sido muy agradable sentirse como MAC, transportado en ese entorno y sentirse frente a la presencia del Señor: cercana, acogedora, deseosa de abrazarte, de abrirte sus puertas, de estrecharte en sus brazos, transmitirte el amor que te tiene, de demostrarte … como te conoce, … y … como comprende y sabe lo que estás viviendo…
¡Gracias!
Qué Dios tan grande, tenemos, ¿verdad, Raúl? Leyendo estas cosas, aún se nos despiertan más ganas de conocerle, de hablar con él, de vivir con él, y así sentirse como Mac, como nuestro Dios que es Tres quiere hacernos sentir a cada una, a cada uno… Gracias por compartir lo tuyo, Raúl!!!
Meditando los 4 textos…
Cada día me levanto dando gracias a Dios con alegría por lo que me ama, le pido que no me aleje de su presencia, le presento mis buenos propósitos y bajo por el ascensor a la calle a emprender un nuevo día.
Pero me alejo, porque la compañía de mi ego endurece mi cerviz.
Meditando los 4 textos me doy cuenta de que si quiero trabajar mi perfección, no para mi, sino para servir a los demás, tengo que volver (con la ayuda de Dios) a hacer flexible mi cerviz, inclinándome, dejarme bendecir por Él que es amor, me ama como soy y recibir su ternura.
Tomar conciencia de que los demás no son mis escuchantes, sino mis hermanos, hijos de Dios como yo y mi deber es amarlos.
Este es mi trabajo diario que quiero, cada vez más, lo dirija Jesús.
Gracias Teresa.
Es un regalo ver cómo la Palabra pone luz sobre nuestra vida. Damos gracias al Espíritu por tanta luz que nos da. Un abrazo, Txaro.
La película me acitivo al principio creí q era raro ver a Dios representado x una mujer, PERO luego lo entendí. Las frases de la película”fuiste creado para ser amado” y “quiero que sepas que te amo” llegaron a lo más profundo de mi corazón. Oír decir “si me conocieras, y supieras cuánto te amo entenderías” Creo fue El Espíritu Santo hablando a mi vida diciéndome justo lo que en ese momento necesitaba. Gracias a Dios por sus vidas y x la película.
Qué bien que te haya hecho bien, Mónica. Eso nos da luz para discernir, si lleva a Dios o no:)
Muchas veces nos encerramos en nosotros mismos viendo que nunca actuamos mal y que los causantes de nuestras tristezas y decepciones son los demás y pueda que sea verdad, pero algo que he entendido durante el transcurso de mi vida papito Dios definitivamente usa momentos malos para que bajemos nuestro orgullo humano y nos acerquemos a él. La película además me permitió entender que en ciertas circunstancias nos olvidamos de su inmenso amor y misericordia, al tener ese reencuentro con él nos permite sanar y restaurar situaciones dolorosas.
Sofía lopez
Damos gracias a Dios por todos los caminos que usa para darnos vida o devolvérnosla, cuando la hemos perdido. Gracias, Sofía, por compartir tu vivencia.