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Encontrarse con Jesús (IV)

En este nuevo comentario de Lucas venimos de nuevo a aprender a mirar al modo de Jesús. Para ello, comenzamos leyendo el texto y luego vamos a ir comentando todo lo que lo que, a través de Lucas, el Espíritu quiere mostrarnos en él. Hay mucha más riqueza que todo lo que podamos alcanzar, pero ojalá  te sirva para acercarte un poco más al Evangelio, y sobre todo a la persona de Jesús. Ojalá te sirva para para querer vivir más con él y como él.

El texto de este día dice así:

Al salir vio a un recaudador, llamado Leví, sentado junto a la mesa de recaudación de los impuestos. Le dijo: —Sígueme. Dejándolo todo, se levantó y le siguió. Leví le ofreció un gran banquete en su casa. Había un gran número de recaudadores y otras personas sentados a la mesa con ellos. Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discípulos: —¿Cómo es que coméis y bebéis con recaudadores y pecadores? Jesús les replicó: —No tienen necesidad del médico los que tienen buena salud, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan. Ellos le dijeron: —Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos; en cambio los tuyos comen y beben. Jesús les contestó: —¿Pueden los invitados a la boda hacer ayuno mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que les arrebaten el novio, entonces ayunarán. Y les propuso una comparación: —Nadie rasga un retazo de un manto nuevo para remendar uno viejo. Pues sería arruinar el nuevo, y el remiendo del nuevo no le cae bien al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; pues el vino nuevo reventaría los odres, se derramaría y los odres se echarían a perder. El vino nuevo se ha de echar en odres nuevos. Nadie que ha bebido el vino viejo quiere vino nuevo; pues dice: bueno es el viejo. Lc 5, 27-38

Nos vamos a imaginar que, sobre ese hecho mayor que ha sido la llamada a Leví y la fiesta que se hace después, en ese mismo contexto es don los fariseos preguntan a los discípulos y contesta Jesús. Al final la pregunta ha sido hecha a Jesús, y las críticas o las incredulidades, están hechas a Jesús. Le preguntan a Jesús acerca de Leví, que les parece que no tiene que ser elegido, que no tiene que ser llamado por Dios. Entonces sería a Leví porque era recaudador de impuestos, y hoy sería a quien nosotros consideremos pecador y por tanto, indigno de esa llamada. En cualquier caso, lo que estamos escuchando es cómo mira Jesús la vida, cómo la planteamos nosotros y a qué vida nueva nos llama. Lo primero que se nos decía, si recuerdas, al principio este capítulo, es que Jesús llama a Pedro, a Santiago y a Juan, que lo dejan todo y le siguen. Esa atracción que produce Jesús se manifiesta ahora en Leví, que estaba con sus bienes que tanto nos cogen el corazón, y cuando Jesús lo llama, se levanta y lo sigue. Es posible que esta llamada de Jesús nos cueste más secundarla y no nos fiemos, y por eso nos defendamos. Sin embargo, cuando esta llamada que puede manifestarse inmediatamente por este gozo que libera nuestro corazón, o también puede ser después de una larga batalla interior. Pero siempre que escuchamos la palabra del Señor, somos atraídos por ella y esa llamada tiene fuerza para ir venciendo a nuestras muertes. Desde el gozo de que Jesús lo haya asociado a él, que es el gozo que refleja el Evangelio, vemos que Leví ha encontrado la vida al encontrarse con Jesús, y celebra ese encuentro invitando a las personas que conoce -a otro recaudadores y otras personas que con las que se trataba-. Jesús ha ido a esa comida a celebrar con todos la llamada a Leví, la vida nueva que ha venido para él y seguramente que en esa misma comida Jesús ha ofrecido esa vida nueva a muchas personas. Cuando alguien lo mira desde fuera, sean los fariseos y los letrados o seamos nosotros, que creemos que sabemos cómo tienen que ser las cosas, quizá no veamos lo que el evangelio dice. El gran criterio para descubrir si estamos equivocados es ver que Jesús no lo hace así. Por eso nos hace tanta falta dejarnos iluminar por el evangelio y ver cómo son las cosas en realidad.

Vemos que los fariseos y letrados, como hemos dicho, murmuran y preguntan a los discípulos.  Aunque en el relato de Lucas la pregunta ha sido hecha a los discípulos, el que responde es Jesús, porque en último término estas preguntas se las hacemos a Dios. Antes o después, de una manera o de otra, será Dios el que nos responda y con eso nos dará su palabra de vida. Su palabra nueva, que en el contexto de esta perícopa es esta No tienen necesidad del médico los que tienen buena salud, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan. .Abrirnos a lo que Jesús es, a lo que Jesús ha venido a hacer en nuestro mundo, parte de acoger esta llamada a los pecadores. A nosotros nos puede parecer que eso no cuadra con lo que nosotros pensamos de Dios o con lo que habíamos escuchado de Dios hasta ahora. Abrirnos a lo que hace Jesús, es abrirnos a su persona y a este evangelio que es la buena noticia.

Quizá, en el contexto de esa misma fiesta -para dar un poco unidad a todas estas preguntas diversas-, le hacemos otra pregunta a Jesús. La pregunta es, en definitiva, lo mismo: “no entiendo esto que haces, porque no es lo que conozco yo”. Lo que le decían era  lo que le decían era  Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos; en cambio los tuyos comen y beben. Está muy bien que le hagamos estas preguntas a Jesús, porque esto indica que queremos abrirnos a su respuesta. Pero más nos ayuda ver de qué manera y desde qué lugar estamos haciendo estas preguntas. Si las estamos haciendo desde la humildad ante Jesús: “no entiendo esto, me desconcierta y me quiero abrir a lo tuyo”, o si es desde esa mirada crítica o incluso   prepotente soberbia que dice “toda la historia la religiones habla del ayuno y tú a tus discípulos no les dices de que ayunen; tú eres el que se equivoca”. Esa forma de preguntar no vale, aunque siendo Dios tan humilde es posible que también nos responda, pero esa soberbia nos cierra para acoger la palabra de Jesús.

El caso es que cuando le preguntan Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos; en cambio los tuyos comen y beben.  Jesús les responde “porque el novio está con ellos”. Jesús es el novio que ha venido a unirse con nosotros en una unión de amor. Estamos en tiempo de fiesta: ¡siempre que Jesús está con nosotros estamos en tiempo de fiesta! Y cuando Jesús no esté, en los momentos de nuestra vida particular o de la vida del mundo en que no reconocemos a Jesús entre nosotros, esos serán los momentos de ayunar, y entonces ayunaremos.

Se nos está hablando de esta llamada de esta de esta llamada que se nos hace a vivir al modo de Jesús, de vivir de su palabra, de vivir en la alegría cuando toca y de vivir ayunando -es decir, renunciando a lo que toque por amor de él, por amor de los hermanos-, siempre con la mirada puesta en Jesús que es el motivo del ayuno.

Hay una tercera pregunta a Jesús que prolonga un poco la reflexión de una manera misteriosa, en respuesta a su pregunta: Nadie rasga un retazo de un manto nuevo para remendar uno viejo. Pues sería arruinar el nuevo, y el remiendo del nuevo no le cae bien al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; pues el vino nuevo reventaría los odres, se derramaría y los odres se echarían a perder. El vino nuevo se ha de echar en odres nuevos. Nadie que ha bebido el vino viejo quiere vino nuevo; pues dice: bueno es el viejo. Con ello dice a los fariseos y a los letrados, y nos dice a nosotros cuando le hacemos preguntas a Jesús desde el “no te entiendo”, desde el “no me gusta lo que dices”, lo que sea que le digamos desde nosotros… y es que a veces intentamos acoger este vino nuevo del Evangelio, este paño nuevo del Evangelio que es enteramente nuevo, intentamos recibirlo en nuestros paños viejos, en nuestros vinos viejos: “esto que Jesús dice para mi vida, cómo casa con que esta persona me ha tratado mal y no me da la gana de perdonarla” o “Jesús nos ha dicho que los bienes vienen de Dios, pero como casa eso con que yo pienso que no debo nada a nadie y que soy la que tiene que disfrutar de lo propio, y luego ya veremos si sobra algo para los demás”…

Eso es hacer un remiendo de paño viejo y nuevo. Eso es poner el vino nuevo en odres viejos, que todo se estropea. Porque el vino nuevo, esta palabra nueva de Jesús, es la única vida que tienes que acoger. Y tienes que tirar todo lo que estorba a esta buena noticia, a esta palabra de Jesús.

A la vez dice Jesús otra cosa, que es que nadie que ha bebido el vino viejo, quiere el nuevo porque el bueno es el viejo. Y es que Jesús lo es todo: Jesús es el vino nuevo, es la buena noticia que viene a transformar toda nuestra vida, pero una vez que acogemos su vida en nuestra vida, entonces descubrimos que esto es lo que Dios ha dicho siempre. Por eso Jesús es la plenitud de la ley, es la plenitud de la vida. Jesús lo es todo, y por esta razón venimos a él, a acogerlo como vino nuevo que es.

Imagen: Tyler Nix, Unsplash

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