En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: ¿Quién es el más importante en el reino de los cielos? Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: – Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el reino de los cielos. El que se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre, a mí me acoge. Mt 18, 1-5
Los discípulos llegan, y le preguntan a Jesús quién es el más importante. Y Jesús, sin plantearse responder a eso, les dice que cambien. Que esa pregunta que han hecho indica que no se enteran de lo que importa.
Y les pone un ejemplo: un niño. Incluso ahora que valoramos tanto a los niños, no los consideramos el referente de humanidad. El niño, decimos los adultos, está por hacer, tiene aún que formarse, que aprender tanto de la vida, de los que saben más que él, tener experiencias… Jesús en cambio, le dice y nos dice: Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños no entraréis en el reino de los cielos. El que se haga pequeño como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre, a mí me acoge.
Lo primero es dejar lo nuestro, puesto que nuestro modo de mirar –cultural, familiar, adulto…-, nos impide comprender lo que dice Jesús. Hay que comenzar por reconocer que no entendemos lo que dice Jesús para pedirle a él que nos lo enseñe. Y para eso, lo primero es reconocer que no le entendemos, y sacudirnos nuestro modo, que impide abrirse al de Jesús.
Hay que dejar caer, por tanto, ese modo de acercarnos a las personas que privilegia lo que tienen, lo que pueden, lo que nos aportarán en cualquier sentido… y dejarlo caer sabiendo que no vale. Que no establece relaciones auténticas con las personas. Y que te impide abrirte al modo de Jesús.
Igual conoces una canción de Silvio Rodríguez –Cuando yo era un enano-, que transmite muy bien el modo de mirar y de ser de los niños:
Cuando yo era chiquito todo quedaba cerca cerquita,
para llegar al cielo no más bastaba una subidita.
El sueño me alcanzaba para ir tan lejos como quería,
cuando yo era chiquito yo si podía, yo si podía.
La mirada de los niños tiene otra lógica. Esa que no está a nuestro alcance, por la que, después de haber alcanzado, con lo costoso que es, la adultez con toda su experiencia, empiezas a sospechar –porque crees a Jesús- que la verdad está en otra parte. Una vez que le crees, empiezas a ver ese otro modo por el que tu mirada transformada empieza a ver que la sabiduría está en hacerse pequeño como un niño, y que esa pequeñez no es solo la de “hacerse niños” sino la de acogerlos viendo en ellos a la persona misma de Jesús. Vale para niños… y vale también para mayores. En cada niño y en cada niña podemos acoger a Jesús, que no niega su pequeñez, sino que la manifiesta. Y habremos de hacerlo también, como él ha hecho, en aquellos “niños” y “niñas” que hace mucho que han olvidado que lo fueron. O incluso lo niegan.
Estamos acogiendo a Jesús al acoger a un niño –a este niño, a cada niño concreto- porque Jesús, tan grande, tiene una mirada que prefiere y se manifiesta en la pequeñez.
Esto no es un ejercicio conceptual. Es un modo de vivir que solo se da en aquellos a quienes les ha cambiado la mirada y pueden ver las cosas al modo de Jesús.
Seguir a Jesús, ya lo vamos viendo, es fiarse de Jesús: de su modo de mirar y de su modo de vivir.
¿Quieres contarnos en los comentarios tu experiencia de esto que vamos diciendo?
Imagen: Andrew Teoh, Unsplash