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La audacia de agradecer

Muchas veces, cuando caemos en la cuenta de que tenemos algo bueno -puede ser un pan o un techo o cualquiera de las muchísimas cosas buenas que hay en nuestra vida- se nos despierta un miedo a alegrarnos de ello. Quizá es por una especie de mentalidad mágica que piensa  que si me alegro mucho puedo perderlo. O por una lógica reivindicativa que te hace apropiarte de ello: “es mío, me lo he ganado”. Otras veces no nos atrevemos a agradecer, o no llegamos al agradecimiento porque pensamos “con lo mal que están en Ucrania y en tantos sitios, con tanta gente pasando hambre, y yo me voy a alegrar encima”.

Qué mal miramos, Señor. Porque sea por el camino que sea, si no te alegras de lo bueno es como si lo derramaras. No te aprovecha. Como un alimento del que solo gustaras el sabor y no hiciera luego bien a tu cuerpo.

No digo con eso que sea fácil agradecer. Pero no agradecer, mata. Así que habrá que ensayar esta audacia del agradecimiento hasta conquistarla.

Por un lado está el que nos puede costar agradecer por todos esos motivos espurios que hemos dicho arriba, que sin duda nos bloquean hasta cerrarnos el camino y el tono del agradecimiento. Nos cuesta, de acuerdo. Pero, ¿qué pasa si ensayamos esa audacia?

La audacia de dejarte alcanzar por la alegría del regalo recibido, a pesar de que tu mente te dice que luego igual no hay.

La audacia de mirarte como persona bendecida, que es mucho más que verte como persona con derechos (la cosa es no quedarse en esto último, no te líes).

La audacia de mirar a los demás a la luz de esa bendición que les rodea, rechazando la mirada que compite y duda y mide y proyecta y teme.

La audacia de abrirte a confiar en nuestro Dios que siempre está cerca y siempre está amando. También en todas esas ocasiones que nos resultan dolorosas y temibles.

La audacia de reconocer el cuidado de Dios en nuestra vida de tantas formas enormes.

La audacia de atreverte a mirar la vida desde este cuidado de Dios que está siempre = la audacia de creer en nuestro mundo, que parece pensar que importa lo que controlas.

La audacia de agradecer el cuidado de Dios en nuestra vida, en lo que vemos y en lo que no vemos.

La audacia de agradecer que nos permite mirar nuestras vidas desde la Vida y no desde la muerte.

La audacia de agradecer, que nos expande el espíritu y nos permite llegar a otros, bendiciéndolos, por tanta bendición que hemos recibido.

La audacia de agradecer, que nos permite volver a intentarlo una vez más.

La audacia de agradecer, que nos permite volver a creer en lo nuevo.

Imagen: Franci Meyer,Unsplash

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