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Luz que se oculta

Lecturas del Transfiguración del Señor

Lectura de la profecía de Daniel (7,9-10.13-14)

Sal 96

Lectura de la segunda carta de Pedro (1,16-19)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9)

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

 

Estamos acostumbrados a ver a Jesús caminando de un lugar a otro. No nos extraña verlo enseñando, curando a la gente, enfrentándose a los jefes de los judíos. Nos gusta verlo rezando y nos maravilla que se detenga a hablar con cada persona de cosas que saben a verdad, a vida, a plenitud… es como ver una imagen mejorada de lo que nosotros queremos llegar a ser: vivos, sabios, liberadores, valientes, verdaderos, gozando de nuestra relación con Dios y con nuestra relación con los hermanos. Un Jesús enorme, sí, pero también cotidiano. Tan normal, a veces, que se nos olvida que es Dios. Y si olvidamos que es Dios, olvidamos que es enorme, y que ha asumido hacerse uno de nosotros, pero que “ser Dios”, sea eso lo que sea (lo más grande que existe, pero de lo que nosotros no tenemos ni idea, puesto que excede nuestra capacidad), lo sacamos también de nuestro corazón.

Pues en este día, primero a tres discípulos en privado y después a todos nosotros, Jesús se nos revela a su verdadera luz. Su imagen transfigurada es su imagen auténtica, la primigenia. Es porque es Dios por lo que puede hacerse hombre, si quiere. Es porque Dios es así –un Dios Amor, un Dios que en su Riqueza asume toda pobreza-, por lo que ha querido habitar con nosotros asumiendo nuestra condición limitada, frágil, mortal.

Aunque esto solo sucede una vez, o al menos, los evangelios nos refieren un solo episodio de transfiguración, en el que Jesús se presenta con su verdadera imagen, una imagen luminosa, debe bastarnos para tener presente para siempre: el que habitualmente vive con nosotros velado, es sin embargo pura luz, luz deslumbrante y poderosa. Con una sola vez que vivamos este deslumbramiento debería bastarnos para vivir deslumbrados. Así le ha pasado a Pedro, que habiendo guardado silencio cuando Jesús se lo ordenó, ha hablado después de su resurrección, y nos relata aquella experiencia como hemos escuchado en la segunda lectura: Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada.

Está claro, si hemos adquirido sabiduría, que si vives una experiencia poderosa que reconoces viniendo de Dios, en adelante deberías ajustar tu vida a esa experiencia. Cuando algo es enorme –y lo que viene de Dios es lo más grande y lo que más interpela al ser humano, de entre todas las cosas que existen- marca, debería marcar un antes y un después en tu vida, de manera que no sigas igual después de lo vivido, sino que eso que has vivido es lo que te debe configurar en adelante.

Lo que los discípulos han vivido, lo que a nosotros se nos acaba de proclamar hoy, es que el rabbí Jesús, tan cercano y tan humano como lo conocemos, es en realidad LA LUZ que lo ilumina todo. Una luz tan poderosa que hace resplandecer todo lo que está en contacto con él. En esta vida, en nuestra mirada sujeta al pecado y a la muerte, por lo común no podemos verlo. Pero hay momentos en la vida en que Dios destella y nos dice que, a pesar de que a Dios no lo vemos, a pesar de que a veces pensamos que no hace nada o que no puede nada contra el mal, contra la pobreza o contra la muerte -tantas cosas que decimos en nuestra ceguera-, lo cierto es que Dios es Luz y está iluminando la realidad del modo que ha tenido a bien hacerlo. Dios es Luz, es Potencia y es Victoria, aunque aún quiera él velar esta Realidad suya.

En este día se nos ha revelado Jesús como Dios, y no solo como hombre mortal. No se nos presenta en la humildad de su carne humana, sino que se revela en su naturaleza victoriosa, la que es desde siempre, la que lo ha creado todo, la que todo lo sostiene y lleva a toda la realidad a plenitud.

Hoy has conocido que Dios es Luz y es Victoria. Se velará enseguida, porque él quiere mostrarse de otro modo… pero no olvides que esta Luz suya es el sentido y la fuente de la dicha para toda criatura suya, como decía el salmo: El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables… cuando empiezas a sentir según Dios, que es el modo de sentir y de vivir, comprenderás que los seres que viven de la luz de Dios que han conocido, reflejan su dicha y viven de ella.

Hoy has conocido que Dios es Luz y es Victoria, y que el Padre y el Hijo viven vinculados por un amor tan dichoso que se refleja en todas las criaturas que reflejan su Amor. A esta luz se hace claro que el desamor que tan a menudo ves en este mundo es solo ausencia de Luz, alejamiento de esta luz en la que las cosas son, viven, gozan.

Hoy has conocido que Dios es Luz y es Victoria, y aunque esta revelación te abrume como a los discípulos, puedes guardarla en tu corazón, que quedará iluminado por ella. Después, cuando Jesús baje de la montaña y vuelva a mostrarse con el ser y el vivir que conocías, no podrás olvidar que se te ha mostrado a su verdadera Luz, la más profunda, la fuente de todo, y de esta revelación saldrá riqueza y vida que iluminarán tu vida en adelante.

Muchas veces rezamos como modo de dirigirnos a Dios en nuestra necesidad. Hoy, a la luz de estos textos, puedes rezar de otro modo: dejándote iluminar por esta luz poderosa que es Jesús. Reconociendo que es Dios. Que esta manifestación misteriosa y magnífica que es su transfigurarse ante algunos de nosotros nos recuerda que Él es Dios, ahora normalmente velado pero ya victorioso hasta que su Luz lo inunde todo al final de los tiempos. Parece una cosa tan de otro mundo, esto de la transfiguración, y sin embargo, la certeza del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu se hace revelación de lo que hay en el Fondo de la realidad, por más que tú veas por todas partes el mal y la muerte. Parece que no sirve para nada, si luego hay que bajar del monte y guardar silencio sobre esa dicha que tanto descoloca a Pedro, y sin embargo… ¿no es la certeza de esta Luz victoriosa y plena de amor, impresa en tus células para siempre, la que te sostendrá cuando veas a Jesús rechazado y entregado a la muerte?

¿Para qué nos permite Dios ver estas cosas? No seré yo quien lo diga, pues Dios tiene muchos motivos, tantos como modos y circunstancias de revelarse. Pero uno de ellos es el de revelarnos que la realidad es como es él, y no como nosotros la vemos. Y otro de ellos es que, con su victoria impresa en nuestra vida, iluminados por su luz resplandeciente, la vida (incluso si de repente no sabes vivirla mejor), se ve y se vive, ya para siempre, a otra luz. A Pedro, a pesar de sus resistencias, le ha permitido sostener la fe de sus hermanos en la dificultad, hacerse antorcha y faro para ellos.

Por eso, quisiera proponerte que reces con estos textos, dejándote iluminar por el deslumbramiento de Amor, de Victoria, de Revelación de una realidad que no sospechábamos y que es más real que todo lo demás. Al rezar, te dejas transformar por la Palabra, por la luz que llega de ella, al modo como ha sucedido a los discípulos.

Así es como las palabras se hacen vida. Por medio de la fe que acoge y consiente.

Lo pedimos unos para otros. Pedimos que esta Luz ilumine toda la tierra.

Luego, puedes compartir tu oración y tus reflexiones en los comentarios. O puedes enviárselo a otros, a quienes veas que les puede iluminar este evangelio transido de Luz.

Puedes descargarte aquí el audio: La Luz que no se ve

Photo by paul morris on Unsplash

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