—Quiero que me des inmediatamente, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista. [26] El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y por los convidados, no quiso desairarla. [27] Y envió inmediatamente a un verdugo con orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue y lo decapitó en la prisión, Mc 6, 25a-27
Me gustaría que nos detuviéramos en este pequeño fragmento del evangelio que se repite tantas veces en nuestras vidas: la hija de Salomé ha hecho una petición monstruosa. Todos podemos verlo así, y no da lugar a muchos más comentarios.
Pero lo cierto es que esa petición monstruosa, por lo enorme, deja en la sombra lo que sigue. Que es, me parece, tan monstruoso como lo anterior: El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y por los convidados, no quiso desairarla.
Por una parte nos dice que el rey se ha puesto muy triste. Por el poco efecto de esta tristeza sobre su persona o sus acciones, aquí tampoco vamos a comentar más. Dice muy triste, pero en realidad nos ha descrito una tristeza enteramente irrelevante. Una tristeza que no le paraliza, que no le advierte, que no le transforma. Tal y como lo dice el relato, este “muy triste” es mero contexto coral de una acción monstruosa.
Cuántas veces nuestra tristeza es así. Emotiva, epidérmica, irrelevante. Impotente. Muda al final, puesto que lo que dice no lo escucha nadie, no mueve nada. ¿Inexistente? En estos tiempos nuestros de plena emotividad, este dato de la tristeza da que pensar.
Se puso muy triste, pero… Se suele decir que el pero es un mentís a todo lo que viene por delante de él. Así es en este caso, desde luego:
pero, por el juramento y por los convidados, no quiso desairarla.
Por no desairar a una muchacha que ha bailado bien y con la que has querido mostrarte espléndido delante de los invitados, queriendo poner la guinda a la vibración de la escena
(Por no desairar a su madre, que sin duda te hará pagar si te niegas)
Porque has afirmado con juramento pero sobre todo, porque has jurado ante todos
Por los convidados, que te criticarían y lo contarán por la ciudad
Por todo esto que son motivos fútiles, nimios, oscuros, irrelevantes, aparentes… harás de rey mandando a tu verdugo a cortar con la cabeza de un hombre.
¿Quién se mira en el espejo después de esto, decimos?
¿Cuál será la siguiente para quien se mueve en tal desbarajuste existencial?
Cuando miramos a esta escena, está claro que lo menor, lo ínfimo, lo irrelevante, lo momentáneo, lo aparente pesa más que lo mayor absoluto –la vida de un hombre-.
Por escandaloso y terrible que nos parezca, esto no se improvisa.
Y es que a nosotros nos pasa lo mismo.
Cuando el cansancio te da coartada para no mirar a tu hijo, para contestar de mala leche, para ofender.
Cuando la propia frustración te justifica para vengarte, para murmurar, para aliarte contra otros.
Cuando la estrechez de la propia mirada se erige en juez de causas nobles.
Cuando ponemos primero lo mío y después lo de los demás aunque se trate de absolutos como comer, dormir, respetar la intimidad y toda necesidad básica.
…
…
…
A veces no sabemos qué hacer con algunos textos del evangelio, por grandes, por extraños, por distantes de nuestra realidad
Y mira. Esto también se refleja en nuestra vida.
Que es lo mismo que decir que por este camino, acabamos como Herodes.
Imagen: Rima Kruciene, Unsplash