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Lecciones de humanidad (III)

Jesús nació en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes. Por entonces sucedió que unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: —¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Vimos su estrella en el oriente y venimos a rendirle homenaje. Al oírlo, el rey Herodes comenzó a temblar, y lo mismo que él toda Jerusalén. Entonces, reuniendo a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo, les preguntó en qué lugar debía nacer el Mesías. Le contestaron: —En Belén de Judea, como está escrito por el profeta: Tú, Belén, en territorio de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe, el pastor de mi pueblo Israel. Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, les preguntó el tiempo exacto en que había aparecido la estrella; después los envió a Belén con este encargo: —Averiguad con precisión lo referente al niño. Cuando lo encontréis, informadme a mí, para que yo también vaya a rendirle homenaje. Oído el encargo del rey, se marcharon. De pronto, la estrella que habían visto en oriente avanzó delante de ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre, María, y echándose por tierra le rindieron homenaje; abrieron sus arquetas y le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra. Después, advertidos por un sueño de que no volvieran a casa de Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.  Mt 2,1-12

 

El capítulo 2 del Evangelio de Mateo nos trae en primer lugar el relato de los sabios de Oriente,  a los que nosotros solemos llamar “Reyes Magos”.  Estos sabios de Oriente,  estos reyes magos si los quieres llamar así,  representan a la gentilidad, a los hombres y mujeres de todos  los pueblos, de todos los credos, la búsqueda de sentido, que se ponen en camino  atraídos por la luz de Jesús. En este camino, en esta búsqueda, se van a equivocar a veces. Como nos sucede a los humanos -cuando miramos desde esa mirada humana natural que el relato de José nos ha enseñado a reconocer como vieja-,  tendemos a pensar que los “poderosos” como Herodes, o el grupo de “sabios” cercanos a la corte, sabrán indicarnos el camino hacia esa luz cuando nosotros la hayamos perdido.

Esto nos indica que la luz de Jesús brilla como un faro en la noche de los pueblos, en la noche de tantos hombres y mujeres que tienen sembrado en su corazón el anhelo del Dios vivo, y no dudan en ponerse en camino, a veces durante toda su vida, para encontrar lo que su corazón anhela con tanto ardor.

Esto nos indica también que en esa búsqueda se van a dar momentos de oscuridad, y que esto no debe sorprendernos, tanto cuando se trata de nuestra propia búsqueda -que pasa a veces por esas fases de oscuridad antes de abrirse a un encuentro más real, más directo con Dios-; como cuando se trata de la búsqueda de tantos hombres y mujeres que padecen por no encontrar lo que anhelan: esos hombres y mujeres de los cuales decimos “yo conozco a una persona a la que le gustaría conocer a Dios, y  Dios no se hace presente en su vida”  o esas otras personas de las que decimos: “estaba buscando a Dios,  pero ha entrado en un grupo que le ha oscurecido la mirada”.  Esta búsqueda que a veces se equivoca,  que a veces yerra, está representada en nuestro relato por la visita de los sabios a la casa de Herodes. Sabios y todo,  pierden de vista la estrella y van a preguntar a donde menos podrán indicarles…  así pasa tantas veces en nuestra historia, ¿verdad?

Ni el Rey Herodes quiere adorar a ese niño, ni los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley saben lo que dicen, aunque digan que Belén es ese lugar.

Está la sabiduría de Dios. Está la sabiduría de los sabios que buscan a Dios, y que a veces confunden o pierden el camino. Y está la “sabiduría” de los que no buscan, sino que escudriñan las Escrituras, quizá toda la vida, sin lograr ver más que la letra en ellas… Qué necesario distinguirlas, para aprender humanidad.

Pero no importa. A los que le buscan, el mismo Dios que los puso en camino volverá a hacer salir su estrella, aquella estrella que habían visto en Oriente por primera vez,  que se detendrá en el punto preciso al que tenían que llegar. Otra señal de la presencia de Dios en nuestra vida, incluso cuando aún no lo hemos conocido, es que nos habla en un lenguaje en el que nadie más nos ha hablado: la estrella del principio es la misma estrella que ahora reaparece. En nuestra vida, la estrella simboliza ese “sabor a Dios” que nos reorienta. Aunque aún no hayan encontrado lo que buscan, ¿no es esta señal una  forma de presencia de Aquel por quien se pusieron en camino? ¿Por qué dudar del que es Fiel, aunque todavía tengas que seguir buscando?

Cuando por fin encuentran al niño, nos dice Mateo, se llenaron de una inmensa alegría. La alegría que viene de Dios es tanta, que supera el espacio y el tiempo y hace que la búsqueda que ahora ha llegado a su término, encuentre su pleno sentido y dé sentido a la búsqueda- quizá de muchos años, quizá de toda una vida-  que han empleado en ella.  El encuentro con este niño, la fe que les dice que esto es lo que habían estado buscando siempre les abre, como a José, a otro orden de realidad en el cual lo que importa no es ya el tiempo transcurrido, ni la distancia recorrida, sino el vivir en presencia del mismo Dios, algo que no puedes dudar -¡has recibido la fe para vivir de ella!- incluso cuando para la mirada humana natural, solo hay un niño.

El relato nos sigue diciendo que estos sabios abren sus tesoros y le ofrecen lo mejor que tienen: oro,  incienso y mirra. Esta actitud de dar lo mejor que tenemos cuando amamos nos es bien conocida.  Algo que también sucede cuando amamos es que no nos importa desprendernos, es más, el desprendimiento de los bienes que uno posee es un modo de despojarse de lo viejo, por valioso que pudiera parecer, para acoger con más plenitud a este niño en quien lo han recibido todo. El regalo es Jesús.

En esta vida nueva que ahora viven, una de las cosas de las cuales gozan es de luz…  y qué distinto es vivir según la luz, a vivir a oscuras.  Ahora es la luz de Dios la que guía su camino y  con esa luz se ve claro que hay que volver al lugar del que partieron por otro camino. Con Herodes,  con la vida vieja,  con las palabras traidoras y las lecturas ciegas, ellos ya no tienen nada que ver.

El que nos  va mostrando Mateo es otro modo de mirar: un modo de  mirar y de estar en la vida conducido por el señorío de Dios.  Un modo en el cual los poderosos se revelan en su realidad, un mundo en el que los que llevan toda la vida escudriñando las Escrituras no perciben vida en ellas,  mientras que los advenedizos, los paganos, los que estaban fuera, guiados por el mismo Dios, encontrarán el camino hasta este niño en quien se concentra la luz del universo.

Estamos en tiempo de Adviento. Mira de qué modo la contemplación de este pasaje te pone “en línea” para avivar tu deseo de celebrar la venida de Jesús a nuestro mundo.

Imagen: Nathan Dumlao, Unsplash

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