Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos, para expulsarlos y para sanar toda clase de enfermedades y dolencias. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Santiago de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el recaudador; Santiago de Alfeo y Tadeo; Simón el zelota y Judas Iscariote, el que incluso le traicionó. Mt 10, 1-4
En este capítulo que ahora comenzamos, Mateo recoge un largo discurso acerca del discipulado. Nos habla de quiénes son los discípulos, de lo que Jesús les encarga, de cómo tienen que comportarse y de lo que se van a encontrar. Vamos a irlo leyendo paso a paso y a ser posible, en primera persona. ¿No eres tú una discípula, un discípulo de Jesús? ¿No estás aquí porque él te ha llamado? El que esa llamada se haya dado en un momento definido o el que te hayas sentido atraída por él a lo largo del tiempo. Como dice Juan, recogiendo otras palabras de Jesús “nadie viene a mí si el Padre no lo atrae” (Jn 6, 44). Si estás aquí, es porque Dios mismo ha puesto en tu corazón esa atracción que te hace mirar, amar, seguir a Jesús. Por eso te digo a ti, a quien Jesús ha llamado, que escuches estas palabras como viniendo de Dios.
Nos dice el texto que Jesús da poder a sus discípulos sobre los espíritus inmundos, para expulsarlos y para sanar toda clase de enfermedades y dolencias. Hay un modo adecuado y un modo inadecuado de leer esto. El modo inadecuado, que es el que nos vamos a sacudir enseguida, es la mentalidad racional. Otro modo inadecuado es desde el “yo” asustado o el humilde, que dicen “eso no puede ser para mí”. Otro modo inadecuado es el de la apropiación orgullosa, que dice “yo quiero eso”. Con esto, ya sabes que todos esos modos, que tienen en común el estar escuchando a Jesús desde tu lógica, no valen. Sin más: no vamos a mirar desde ahí.
Vamos a escuchar desde la fe, que es como las palabras de Jesús deben ser escuchadas.
¿Cómo se escuchan estas palabras desde la fe? Lo primero que escuchas de las palabras de Jesús, cuando escuchas desde la fe, es que Jesús te está dando un poder semejante al suyo. Por tanto, solo se puede usar si estás unido a él. Si te relacionas con Jesús, si crees en Jesús, si lo que deseas para tu vida es manifestar con ella a Jesús. Desde esta relación con Jesús, se te va haciendo claro que es él quien va a hacer que tú puedas hacer a su modo. Y para ello, te va a dar una mirada como la suya: una mirada que desea librar a la gente de sus demonios, una mirada sobre las personas que quiere verlas libres de todo lo que les impide vivir. Desde esa mirada, cuando ves a alguien cogido por el mal, cuando ves a alguien que no puede vivir porque el hambre o la soledad o las penas o la falta de trabajo le están matando, le pides a Jesús su amor y su poder sobre esa persona, y crees que él va actuar a través de ti, o del modo que sea conveniente. Al mirar así, unida a Jesús, ya estás dejando que su poder pase a través de ti. A veces ese poder tomará formas de esas que llamamos “normales”: que tu abrazo a esa persona la haga sentir limpia, o querida; o se hace claro que “gracias a que pasabas por allí” pudiste curar, o consolar, o liberar; o porque contactas a esta persona que está tan mal, con aquellos que le pueden ayudar; o es tu oración, o la oración con otros hermanos, la que salva a esa persona, quizá de repente, o bien después de un tiempo. En medio de esas formas “normales”, cotidianas, en las que no te sitúas como “una más”, sino que te sitúas como discípula, como discípulo. Como enviado de Jesús en favor de tus hermanos. Un modo de vida que podríamos llamar “vivir en estado de buena noticia”. Un modo de vida que llamamos “ser discípulo de Jesús”. Un modo de vida que vive la vida al modo de Jesús: que mira al modo de Jesús al que tiene un demonio dentro, que mira al modo de Jesús a quien tiene la enfermedad de la pena, del abandono o de la mentira.
Otras veces, Jesús usará formas extraordinarias. Porque alguien se lo ha pedido con fe, o porque él ve ese modo de hacer. Y sus formas extraordinarias, que nos hacen desconfiar o nos seducen de modo extraordinario, vendrán a decir lo mismo: echar fuera el mal que nos domina, sanar las dolencias que nos oprimen, orientarnos hacia la vida que se hace plena por la vida de Jesús.
Igual todavía piensas que esto es para gente especial. Sin embargo, ya ves que los que Jesús ha llamado son personas normales: con nombres normales, sin ningún añadido de superioridad añadido a su nombre, solo en alguno la nota personal por la que se le conoce. Unos son más capaces, otros son torpes; unos son resueltos, otros pacientes, otros silenciosos, unos se creen mejores que los demás, otros que no son nada. Llama a algunos que son hermanos, a otros que son amigos; llama a los que recaudan impuestos y a los que se define por su violencia política; llama a gente que le amará entrañablemente, y llama a quien tiene tanta oscuridad en su corazón que llegará a traicionarle. A todas, a todos, como viene expresado en el número 12 que simboliza una estructura plena, equilibrada… al modo de Dios. No porque nosotros seamos perfectos –ya se ve-, sino porque cuando nos entregamos cada uno, y juntos, y para otros, según la llamada de Dios, lo que se construye refleja a Dios.
Te llama a ti, sí. Y a mí. Nos llama a cada uno a distinta hora, y expresa de distinto modo la llamada, y la concreta de distintos modos, por distintos caminos, que expresan su deseo de encontrarse con cada una, con cada uno de nosotros. Todas estas llamadas tienen algo en común, lo más importante: Jesús te llama e inicia así una relación entre vosotros. Y de esa relación fecunda saldrá vida que darás allí donde te encuentres.
Esto –la relación con Jesús y la fecundidad que brota de la vida vivida con él- es lo esencial. Y esto esencial tomará después distintas formas, muchísimas, inimaginables.
Imagen: Anete Lūsiņa, Unsplash
La lectura de esta entrada, esta mañana de lunes, antes de desayunar, me ha dejado un poso que era necesidad de re-posar el comentario.
Me sabe a verdad, a algo grande y bello y recibido. Sabe a vida nueva que quiere derramarse. Gracias
Deja que esta vida nueva se siga derramando en ti, como deseas, como reconoces, Mª Luisa. Y serás cada vez más verdad, más vida nueva. Un abrazo grande