Lo que en ti no quiere, no puede, no ve, no cree: de obstáculos, resistencias, bloqueos, voces, depredadores y toda clase de dificultades
A la vez que experimentamos todas estas resistencias y dificultades para vivir que ya veíamos en la entrada anterior, hay algo que nos impulsa hacia adelante. Y el motivo es que, en medio de “lo que NO”, también puedes percibir un horizonte mayor: la libertad de Jesús que se expresa desde sí y no desde parámetros interpretativos del tipo que sea. Y no sólo se expresa desde sí, sino que transmite y se encuentra con la mujer desde lo más profundo de sí. En los encuentros cotidianos, también es este del encuentro con los otros uno de los modos como se hacen patentes nuestras limitaciones. Y el “otro” que refleja una vida más conectada con el propio ser, o más libre, o tú misma en cuanto que podrías ser más libre de lo que hoy te ves, empieza a movilizar ese deseo de más vida que te mueve a desear liberarte tú también.
Además, la respuesta de Jesús, atravesando las barreras psicológicas y socio-religiosas, la pone en contacto con su deseo más profundo, ese que en este nivel apenas reconocemos, orientados como estamos a satisfacer las expectativas y exigencias de los que nos rodean. De repente, el encuentro con Jesús la ha llevado a su interior, a conectar con su propio deseo, con sus anhelos profundos. Aquí, la persona empieza a decir “yo” de modo personal, y no sólo social. Empieza a vivirse en primera persona, a reconocerse a la luz de las palabras de Jesús…
Señor, si ni siquiera tienes con qué sacar el agua, y el pozo es hondo, ¿cómo puedes…?
… ya no tendré más sed y no tendré que venir aquí para sacarla.
No tengo marido.
Nuestros antepasados rindieron culto a Dios en este monte; en cambio, vosotros, los judíos, decís que es en Jerusalén donde hay que dar culto a Dios.
Seguramente, según vas dejando que las respuestas de la mujer resuenen en tu interior, te van haciendo de espejo, y hacen que se muestren ante tus ojos los obstáculos que tu vives, que conoces… o te hacen sospechar de algunos que no conoces. Seguro que, al escuchar a la mujer, puedes nombrar los parámetros familiares, sociales o religiosos, personales en primer lugar, que te condicionan o te han condicionado, el modo como han marcado tu modo de relacionarte y las dificultades concretas que has experimentado para liberarte de ellos. También habrás reconocido, seguramente, de qué modo esos parámetros externos “protegían” o eran coartada para comportarte de algún modo –seductor, defensivo o retador hemos sugerido aquí, aunque pueden ser tantos otros, y tú tienes que descubrir los tuyos- que te era cómodo, aunque no te convenciera. Ese ha sido otro de los motivos por los que te ha costado tanto librarte de esas superestructuras mentales que, aunque resulten opresivas y limitantes, también protegen y justifican.
A veces, el conectar con los deseos más profundos, que es lo que nos permite decir “yo” en primera persona y nos da el impulso necesario para dejar de someternos a esos depredadores internos y externos que reconocemos cuando queremos empezar a vivir desde el propio yo, nos resulta temible hasta el punto incluso de bloquearnos. Puede haber sucedido, en el encuentro con Jesús, que la mujer se dé un susto de muerte al descubrirse con deseos propios, con anhelos que la movilizan en otra dirección que la que su sociedad, y sus propios ideales tanto tiempo alimentados, le indican. Puede quedarse ahí detenida, quizá durante años….
Pues eso. Que a medida que vamos mirando a la samaritana, puedes ir recorriendo tu propia historia, en la que también has experimentado atascos, bloqueos, en la que también se dan cosas que impiden y que hay que ir superando en orden a la libertad por la que llegamos a ser verdaderamente lo que somos.
A continuación la mujer, que ya no se sitúa bajo el paraguas de su origen social o religioso sino que ha dado un paso fuera de él para hablar, persona a persona con Jesús, tiene que dar un paso más: una vez que ha visto que esos modelos sociales, o familiares o religiosos son ideología que le impide un pensamiento propio, tiene que echarlos de sí para poder escuchar esta palabra nueva que le viene de Jesús, que es Jesús. Tiene que optar entre lo conocido y esto nuevo que se le ha revelado en un destello interior, en un encuentro: Señor, si ni siquiera tienes con qué sacar el agua, y el pozo es hondo, ¿cómo puedes darme “agua viva”? Nuestro padre Jacob nos dejó este pozo del que bebió él mismo, sus hijos y sus ganados. ¿Acaso te consideras mayor que él?
Esta nueva intervención de la mujer implica haber echado fuera de sí bastantes preconceptos que la condicionaban, así como otros obstáculos, más personales, que empiezan a aparecer:
al llamarlo Señor, ya no habla a Jesús desde la etiqueta de judío, sino desde esa nueva condición que se le ha revelado al escucharle;
la racionalización que intenta someter las palabras de Jesús a una lógica controlable: si ni siquiera tienes con qué sacar el agua, y el pozo es hondo, cómo puedes darme “agua viva”? Preguntas necesarias en muchos casos, y también preguntas defensivas, que exigen ser respondidas para que demos el siguiente paso;
es duro, también, ver cómo se tambalean los esquemas religiosos que hasta ahora habían fundamentado tu vida, y ahora, ante la revelación que ha sido la persona de Jesús, quedan cuestionados y acabarán por caer: Nuestro padre Jacob nos dejó este pozo del que bebió él mismo, sus hijos y sus ganados. ¿Acaso te consideras mayor que él?
Fíjate que Jesús no responde como la mujer pretende a estas preguntas basadas en una lógica natural. Por el contrario, como ya hemos visto, exacerba el deseo en su dimensión más profunda, que empezará a intuir como fuente de todas las demás: el deseo de Dios. Es el sabor a vida, no experimentado hasta entonces, que le llega de la persona de Jesús, y no demostración racional o garantía tangible alguna lo que le hacen dar el salto. Toda su persona se ve, ante las promesas de Jesús, sobrepasada a la vez que reconocida en lo más profundo de sí. El motivo por el que vence los obstáculos psicológicos, existenciales o espirituales que se le van presentando es la intuición de algo mejor, y el propio anhelo interno, ahora reconocido y puesto en primer plano, es lo que la mueve. Es lo que hemos dicho al comienzo de esta entrada: no salimos de “lo que NO” por rechazo de lo que nos bloquea, sino por el anhelo de Dios, que reconocemos sembrado en nuestro interior desde siempre.
A esta luz nos hacemos cargo de que este camino es, entre nosotros, largo y costoso porque nos aferramos a lo antiguo, buscamos garantías, procuramos no perder lo antiguo a la vez que nos abrimos a lo nuevo… diversas resistencias que obedecen a todos estos órdenes –psicológicos, existenciales, espirituales- que se irán presentando alternativamente o todos de golpe, y nos darán argumentos para conservar nuestra vida, porque el salto a la otra orilla se nos hace temible.
Lo más gracioso es que este salto que nos parece tan temible es, en realidad, camino de autoafirmación y autorrealización de todo ser humano, y lo que nos parece un paso enorme, es en realidad sólo un comienzo, como la mirada de la samaritana en este punto: Señor, dame esa agua; así ya no tendré más sed y no tendré que venir hasta aquí para sacarla.
Las representaciones que nos hacemos acerca de nuestro propio proceso, de lo grande que es el paso dado o de lo lejos que hemos llegado también son impedimento para avanzar. Por el camino, aprenderemos cuál es el antídoto a esta imaginación que exacerba el esfuerzo o el coste propio: ajustarnos a nuestra pequeña medida, tomar conciencia de nuestra limitación. Para esto es fundamental el conocimiento propio, que se va adquiriendo a base de vivir y “escuchar” lo que hemos vivido. Y para conocerse a una misma, es muy bueno examinar los propios motivos, la propia conciencia, las reacciones que nos mueven en cada situación… y aprender de lo vivido para no equivocarnos siempre del mismo modo sino ir dejando caer “lo que NO” y abriéndonos al SÍ correspondiente, que tiene sabor a vida.
Continuaremos la semana que viene con “lo que NO”, que en nuestra vida está tan presente…
Puedes volver a tu interior…
Escucha –durante algunos minutos, irás deseando más, cuando empiezas a notar que el silencio te atrae y que hay mucha vida que saborear- tu interior y reconoce con qué ha resonado de lo que acabas de leer. Atrévete a detenerte con ello, a sentirlo como tuyo. Escucha la esperanza de que pueda irse de ti para dar espacio a más vida, a vida nueva.
Reconoce cuáles son, aquí y ahora, los obstáculos que reconoces. Hemos hablado anteriormente de que lo que la samaritana va descubriendo en el encuentro con Jesús es un proceso. Mira si ves en qué momento de ese proceso te encuentras, para comprender dichos obstáculos en el contexto del proceso (no olvides que el proceso es orientativo, no determinante, y no es bueno entenderlo de modo racional, sino interior, intuitivo). Te puede venir bien también ordenarlos por categorías, como dijimos: cuáles de esos impedimentos corresponden al nivel físico, psicológico, afectivo, racional, espiritual.
Resuena con la certeza de que si Jesús está en este camino contigo, si te dejas guiar por él, la vida se abrirá, por oscura que la sientas ahora.
Descubre cómo, además de “lo que NO”, late en ti un anhelo más grande que todo lo tuyo: el anhelo de Dios, que se despierta en el encuentro con Jesús y también… descubre todos esos ámbitos en que tu interior vibra con la vida.
Lánzate a mirar la vida desde la confianza: lo que importa no es que venzas todos los obstáculos, sino que estés abierta a derribarlos o a dejar que se caigan en cuanto que te permiten crecer hacia lo que tienes que ser, más fuerte que todo “lo que NO”. Ábrete a confiar, y déjate conducir a través de los medios que hemos ido proponiendo…
La imagen es de Isaac Viglione, Unsplash