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Los perseguidos

Lectura del libro de Jeremías (20,10-13)

Sal 68,8-10.14.17.33-35

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,12-15)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (10,26-33)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

Puedes descargarte el audio aquí.

A no ser que nos toque a nosotros ser de los perseguidos, no nos fijamos mucho en ese tipo de personas, ¿verdad? Nuestra mirada se va a los exitosos, a los premiados, a los fuertes, a los vencedores… de tal manera que, incluso si sabemos que su poder, sus logros, sus beneficios llevan detrás un montón de cadáveres, preferimos mirar en esa dirección, por distintas razones -porque queremos participar de su éxito o porque no nos fiamos de ellos y no queremos perderlos de vista o porque su puesta en escena es más vistosa …-. A los que no miramos – quizá después de mucha madurez, mucha transformación de la mirada, mucho tiempo- es a los perseguidos: a esos que sienten pavor, a esos con los que la gente se ensaña porque son víctima fácil, a esos a quienes traicionan incluso sus amigos, a esos que tienen enemigos poderosos y declarados, como vemos en el texto de Jeremías que hemos escuchado en la primera lectura.

Pues de esos que nadie se acuerda, se acuerda Dios. Y no sólo se acuerda de ellos, sino que los sostiene y acompaña tiernamente…

…el Dios poderoso, creador de cielos y tierra,

…el que tiene poder para resucitar a los muertos y para traerlo todo de nuevo a la vida,

…el Dios de Israel, el Dios de Jeremías, el Dios de Jesús,

¡¡¡está con los perseguidos, está con los pobres de la tierra!!!

Y no sólo es que esté con ellos porque le dan pena, porque los ve solicos en una esquina y les da unas migajas de atención. A nuestro Dios, el Dios de Israel, aquel pueblo de esclavos… el Dios de Jeremías, profeta humillado y rechazado…. el Dios de Jesús, que ha querido para sí el destino de todos los pobres de la tierra… a nuestro Dios se le van los ojos y el corazón detrás de los perseguidos, de los que padecen el mal de los poderosos, de todos aquellos que padecen en nuestro mundo las consecuencias del pecado.

Y no es sólo que nuestro Dios se ocupe de ellos y que quiera estar allí donde ellos están y sostenerlos en su sufrimiento, como hemos visto de manera definitiva en Jesús. No es sólo que se compadezca, y no es solo que se comprometa con ellos, con todos los pobres de la tierra. Es que nuestro Dios mira la vida de otro modo que nosotros:

  • Donde nosotros tememos a los hombres, a lo que el poder, la intriga humana puedan hacer, él nos dice que temamos a Dios.
  • Donde nosotros tememos que lo que Dios nos ha dicho en lo profundo pueda ser amenaza para nuestra vida, él nos dice que proclamemos en alta voz aquello que él nos ha comunicado.
  • Así como nosotros tememos a los que matan el cuerpo y no pueden hacer nada más, Jesús nos dice que temamos al que puede destruir en el fuego alma y cuerpo –o sea, a Él-.
  • Y cuando nosotros nos echamos a temblar porque tememos a cualquiera, pues casi cualquiera podría hacernos mucho daño, él nos dice que el Padre nos está cuidando amorosamente.
  • En cambio, nosotros nos ponemos de parte de los hombres, y Jesús nos dice que nos pongamos de su parte ante los hombres, y que él se pondrá de nuestra parte ante el Padre del cielo.
  • En cambio, nosotros estamos tentados de negarle delante de los hombres… pero entonces él nos negará ante su Padre del cielo.

Un modo opuesto de mirar, ¿ verdad? Nosotros miramos desde el mal, que nos genera miedo al mal y nos tambalea la vida.

Jesús mira, y nos dice que miremos, desde el poder/amor de Dios, que llenará de confianza nuestra mirada y nos dará sabiduría para comprender la lógica de nuestro mundo.

Nos da miedo dejar la lógica de la mentira, la lógica que se ve seducida por los logros y la fuerza de los poderosos, la lógica que nace de la muerte y que en todo ve muerte. Y ese miedo nos cierra la salida: prueba de ello es que no sabemos cómo salir de esta lógica. Si no sabes cómo salir, si además lo deseas poco o nada, es que esta lógica te tiene cogido el corazón.

¿Cómo se sale de esta tierra de Mordor que es el mundo visto bajo el prisma del mal?

El salmo que hemos escuchado nos lo enseña. El salmista es uno de esos perseguidos, solos y vencidos a los ojos del mundo, uno de esos que se entregan a Dios. Fíjate con qué sinceridad, con qué desnudez le cuenta a Dios lo que le pasa esta persona que sufre.

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Y esta persona, después de tanto sufrimiento, no pone su esperanza en los poderosos, sino en Dios, que se compadece de los perseguidos, de los que confían enteramente en él.

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí.

En la última estrofa, el salmista proclama la salvación de Dios a todos los que quieran escucharle. A todos los humildes, que reconociendo su impotencia, se vuelven a Dios. El corazón del salmista está gozoso, porque Dios respondió e hizo algo más: mostrarle un modo nuevo de vivir, ese modo iluminado por la certeza de la fidelidad de Dios: Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos. Cuando experimentas esto, tu corazón deja de estar solitario y se une, lleno de gozo, a todas las criaturas que alaban.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

Los perseguidos que confían en Dios conocen una vida nueva. Los que han hecho este camino ven su persecución, incluso, de otra manera: no como ocasión de tormento, sino como lugar en que se manifestó el amor/poder del Señor en su vida, y en la vida. Hasta el sufrimiento se ve distinto en esta vida nueva que se apoya en Dios para vivirlo todo. Y es que, si nuestro Dios no falla a nadie, ¿fallará a aquellos que aceptan vivir devorados por el celo de tu templo, según la fidelidad a su Señor?

Imagen: Jean Gerber, Unsplash

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