1ª lectura: Eclesiástico 24, 1-4. 12-16
Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20
2ª lectura: Efesios 1, 3-6. 15-18
Evangelio: Juan 1, 1-18
(por si te lo preguntas, sí, es el mismo evangelio del día de Navidad)
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
[ Surgió un hombre enviado por Dios,
que se llamaba Juan:
éste venía como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz,
sino testigo de la luz. ]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
[ Juan da testimonio de él y grita diciendo:
—Este es de quien dije: «el que viene detrás de mí,
pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia:
porque la ley se dio por medio de Moisés,
la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás:
el Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer. ]
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1.El Prólogo de Juan nos presenta, en primer lugar, cómo la Palabra, que es Dios, viene a nuestro mundo para ser nuestra vida, nuestra luz.
Vamos a detenernos un momento aquí, para que esta Verdad, la Verdad, se nos haga consciente.
Somos conscientes de vivir por una serie de realidades: por el alimento, por los abrigos que nos protegen del frío, por el cariño de los que nos quieren, por la demanda de los que nos necesitan, por todo lo que nos llama a más…
De lo que no somos tan conscientes es de vivir por la Palabra de Dios: porque su Palabra creadora nos pronunció un día, porque su Fidelidad nos renueva cotidianamente en la existencia, porque nos alienta y nos anima a crecer a través de los hechos y las personas, a cada paso de la existencia.
Estamos en la vida por este Amor de Dios que nos dirige su Palabra y así, nos va recreando según nuestra verdad. Según nuestra identidad, que sólo Él conoce tal como en verdad es.
Y no lo vemos con claridad, y muchas veces no lo vemos en absoluto, porque las tinieblas efectivamente están, tal como el texto proclama, y quieren apagar la Luz. Lo reconocemos en nuestra vida. Lo reconocemos estos días en la dificultad que experimentamos, en medio de todos los ruidos, los recados, los planes, para escuchar a Dios, su Palabra, que es Luz y se ve, sin embargo, sofocada por todo aquello que, no llevándonos a la Luz, se revela como tiniebla.
Y sin embargo, la Luz está. Está la Luz, y las tinieblas no pueden sofocarla.
Está la Luz, que vence a las tinieblas.
2. La Palabra era la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo hombre.
Aunque nos cueste reconocerlo, ésta es la verdadera Luz: lo reconocemos en el gozo que nos produce escucharla, en el modo como nos sabemos iluminadas cuando esta Luz nos ilumina, de un modo que no sucede con nada más. Cuando somos así iluminadas no queremos otra Luz. Más aún: deseamos vivir de esta Luz, e iluminar con ella todas las demás luces, para saber cuál lo son en verdad y cuál solo son apariencia, tiniebla.
Y nos preguntamos “¿por qué no vivo siempre así, si esto sabe, en verdad, a Vida?”. Claramente reconocemos que esta Luz que nos ilumina nos lleva y nos mantiene en la Vida.
Con esta Luz deseamos mirar todas las cosas, y muy especialmente las tinieblas, para saber que lo son.
Puedes detenerte ahora y suplicar la Luz. O permanecer en ella, si ya se te ha dado. Desde esta Luz, mira qué te sabe a Vida, para mantenerlo y hacerlo crecer. Qué, en cambio, sabe a tinieblas, para rechazarlo. Aunque nos cuesta admitirlo, está en juego la vida.
3. Decíamos antes cómo vivimos por una serie de realidades, y cómo, en cambio, lo que en verdad ES se nos oculta, sofocado a menudo por todas ellas.
Así sucede también con la Luz. La Luz ha venido a nosotros, ha sido puesta por Dios entre nosotros… como Luz, como Palabra, como Vida… y sin embargo, nosotros la confundimos –y a menudo preferimos- otras luces, otras palabras, otras vidas que, sin tener su luz, ni su fuerza, ni su vigor ni su amor, parecen bastarnos, nos confunden, nos envuelven… y nos hacen olvidar o no reconocer la Palabra que ha venido a habitar entre nosotros.
La esperanza está en que hay testigos: hombres y mujeres que, una vez que la Palabra, la Luz radiante y victoriosa que nos trae la Vida, se ha manifestado entre nosotros, no han querido vivir para otra cosa, no han rechazado lo que la Palabra les decía sino que han vivido en diálogo con esa Palabra y van siendo transformados en ella, de modo que, cuando los encontramos, su palabra y su vida nos iluminan, nos recuerdan a aquella Palabra y aquella Vida, y nos hacen desearlas de nuevo, ponernos en camino.
4.Dios, que nos ama, sabe que solo vivimos por Él. No le bastó amarnos tanto como para traernos a la vida por su Palabra. No le bastó con mostrarnos su Luz en medio de las tinieblas. A su Amor no le era suficiente el darnos testigos, los hombres y mujeres en que su Palabra ha prendido hasta hacerse Vida.
A su Amor solo le satisfizo entregarse Él mismo. Venir a habitar entre nosotros para que su Luz poderosa iluminara nuestro mundo y su Palabra salvadora nos indicara el camino de la vida.
Aún ahora, este don de Dios por el que se nos da a Sí mismo, no se nos hace evidente más que por la fe. Sólo los que nacen de Dios, quienes se atreven a mirar y a vivir desde la fe, reconocen que la Luz y la Vida, vienen a nuestro mundo a través de la Palabra, encarnada en la historia y hecha presente entre nosotros en Jesús, el Hijo:
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros;
y hemos visto su gloria,
la gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Démosle tiempo y espacio a contemplar la Palabra de Dios, que la fe nos permite reconocer en este Niño.
Por ella nos vendrán la Luz gloriosa, la Vida victoriosa que transformarán nuestra existencia, la de nuestro mundo, según el Amor de Jesús.
Imagen: Andrei Lazarev, Unsplash