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Mirada de Jesús (III)

Estaba echando un demonio [que era] mudo. Cuando salió el demonio, habló el mudo; y la multitud se admiró. Pero algunos dijeron: —Expulsa los demonios con el poder de Belcebú, jefe de los demonios. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal del cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: —Un reino dividido internamente va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si Satanás está dividido internamente, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues decís que expulso los demonios con el poder de Belcebú. Si yo expulso los demonios con el poder de Belcebú, ¿con qué poder los expulsan vuestros discípulos? Por eso ellos os juzgarán. Pero si [yo] expulso los demonios con el dedo de Dios, es que ha llegado a vosotros el reinado de Dios. Lc 11, 14-20

Como venimos haciendo, vamos a mirar este texto desde la mirada de Jesús.

Jesús acaba de realizar una acción clamorosa al echar ese espíritu malo del hombre que se encontraba atenazado por él. Pocas cosas son tan admirables como esta. Y sin embargo, sucede que unos, precisamente los que más creen “saber” de Dios, interpretan esta curación de Jesús como viniendo de Belcebú, del enemigo de Dios. Unos lo malinterpretan. Otros le piden una garantía para comprobar el origen de lo que acaba de afirmar.

A los unos les responde con la lógica: no tiene sentido que Belcebú vaya contra sí mismo, expulsando los demonios que someten a los seres humanos. Además, esto les tendría que hacer preguntarse con qué poder los echan, entonces, sus propios discípulos. Y si es Dios el que viene a través de mí, ¿por qué no acogéis esta señal que yo soy, en vez de pedirme otra? Así responde también a los que le pedían una señal.

Esta mirada de Jesús que corrige la nuestra nos enseña cuál es el modo de mirar de Dios y también dónde nos situamos en relación a él. Esta mirada nos enseñan, a ellos y a nosotros, a leer los hechos según la verdad. De este modo, a partir de la verdad que vemos en la vida, se nos llama a abrirnos al mirar de Dios.

Algo que también nos enseña acerca de la mirada de Jesús es su humildad: ha venido a nuestro mundo, se ha hecho uno de nosotros, y nosotros no lo vemos, sino que dudamos de él, ¡hasta el punto está desviada nuestra mirada que vemos en él el poder de Belcebú!

Habremos de abrirnos a mirar la presencia de Jesús que está presente de tantos modos actuando en medio de nuestro mundo, aunque para ello sea preciso romper con la mirada de muerte que a veces, o muchas veces, nos domina.

Ojalá que la oración con este texto imprima en ti, un poco más, la mirada de Dios.

Imagen: Nathan Dumlao, Unsplash

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