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Miradas (VII)

Después de esto designó el Señor a otros setenta [y dos] y los envió por delante, de dos [en dos], a todas las ciudades y lugares adonde pensaba ir.  Les decía: —La mies es abundante pero los braceros son pocos. Rogad al amo de la mies que envíe braceros a su mies.  Marchad, que yo os envío como ovejas entre lobos. No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias. Por el camino no saludéis a nadie. Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Si hay allí gente de paz, descansará sobre ella vuestra paz. De lo contrario, tornará a vosotros. Quedaos en esa casa, comiendo y bebiendo lo que haya; pues el trabajador tiene derecho a su sustento. No paséis de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed de lo que os sirvan. Sanad a los enfermos que haya y decidles: Ha llegado a vosotros el reinado de Dios. Si entráis en una ciudad y no os reciben, salid a las calles y decid: Aun el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies lo sacudimos y os lo devolvemos. Con todo, sabed que ha llegado el reinado de Dios. Os digo que aquel día la suerte de Sodoma será más llevadera que la de aquella ciudad. ¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo habrían hecho penitencia, sentados con sayal y ceniza. Y así, la suerte de Tiro y Sidón en el juicio será más llevadera que la vuestra. Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? Pues caerás hasta el abismo. Y dijo a sus discípulos: —Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os desprecia a mí me desprecia; y quien a mí me desprecia, desprecia al que me envió. Volvieron los setenta [y dos] muy contentos y dijeron: —Señor, en tu nombre hasta los demonios se nos sometían. Les contestó: —Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo. Mirad, os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda la fuerza del enemigo, y nada os hará daño. Con todo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están registrados en el cielo. En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo, dijo: —¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, ésa ha sido tu elección. Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo. Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: —¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron. Lc 10, 1-24

Nos detenemos, en primer lugar, en la lectura que hacemos desde nosotros. Cuando leemos desde esta clave, nos podemos sentir honrados porque nos ha elegido, pero enseguida empezamos a temblar porque Jesús nos envía como ovejas en medio de lobos, porque nos dice, a nosotros, hijos de la sociedad de consumo, nos dice que no nos aferremos a nada de lo que nos da seguridad. O nos dice a dónde tenemos que ir, o cómo tenemos que hacer… sale lo nuestro y se enfrenta o discute o no quiere creer la palabra de Jesús. Así caemos en la cuenta de que muchas veces, nuestras lecturas de la Palabra de Dios van cuestionando la Palabra de Dios, según el modo como nosotros somos.

Luego, después de todas estas indicaciones, no se nos dice cómo ha sido esto, sino que se nos dice que los setenta y dos vuelven muy contentos a Jesús, contándole entusiasmados todo lo que ha pasado. Vemos aquí que ya no está nuestra mirada natural, sino la mirada transformada por los frutos de la misión, que hace que los discípulos vuelvan llenos de alegría.

Ahora vamos a leer el texto desde la mirada de Jesús. Desde esta clave, lo primero que vemos es que Jesús es el que los envía. Desde aquí, lo que se hace imprescindible es creer en Jesús. Vemos así que lo que ha permitido que los discípulos se pongan en marcha no es que no sientan miedo, sino que estaban mirando a Jesús, y creen en él. No se nos cuenta nada de este ponerse en camino, porque lo que ha sucedido es lo que Jesús decía. Lo que es ahora lo central es que los discípulos han experimentado el gozo del anuncio y el gozo al ver cómo la buena noticia sana y libera a las personas, y han visto que todo esto se vive como ha dicho Jesús, porque es lo que había dicho Jesús.

Y le cuentan a Jesús lo que han hecho, tan contentos, y Jesús se alegra con ellos. Se alegra con ellos, y sigue enseñándolos: Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo. Mirad, os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda la fuerza del enemigo, y nada os hará daño. Con todo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están registrados en el cielo. Mirad, os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda la fuerza del enemigo, y nada os hará daño. Con todo, no os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están registrados en el cielo.

Confirma lo que los discípulos le cuentan, se alegra con ellos, y a la vez, lleva su alegría Más allá: el motivo de la alegría no ha de ser el que los espíritus se les sometan, que esto aún puede estar mezclado de lo propio, sino que hay una alegría mayor, que es la certeza de que nuestro nombre está escrito en el corazón de Dios. Tu vida no termina en esta vida, sino que tu vida no termina en esta vida, sino que culmina en el corazón y en el amor de Dios, todos juntos.

Como antes, mirando desde nosotros no sabemos alegrarnos de esta alegría. Sin embargo, si nos abrimos a lo que Jesús nos dice, si creemos en sus palabras y en su persona, nos abrimos, por la fe, a lo que Jesús nos dice, y somos llevados a esta alegría mayor.

Y aún, Jesús nos habla de otro nivel de alegría, la que proclama con el júbilo del Espíritu Santo. Lo que dice Jesús a continuación ahora compete a Jesús, que como quiere dárnoslo todo, nos lo dará en su momento, cuando él lo vea.

Hay un nivel de alegría que tiene que ver con el anuncio del reino. Hay un segundo nivel de alegría que es nuestra esperanza de vivir junto a Dios y junto a los hermanos para siempre. Y hay otra alegría, la más alta, que es la de Jesús, que es puro gozo por el Padre, porque el Padre sea así.

Así, vemos que el modo de mirar de Jesús, que nos introduce en una alegría y en una vida que sobrepasan nuestra vida natural y nos entregan esa vida suya, esa vida nueva, nos va mostrando cómo se mira, y se vive, por la fe en él, la vida al modo de Dios.

Imagen: Norwood Themes, Unsplash

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