Todos nosotros, en principio, tenemos unos esquemas desde los que miramos la vida. De tal manera que cuando sucede algo, nosotros aplicamos nuestro esquema: ese que dice que lo que hace la persona que está al lado, como la que está en la otra punta del planeta, está acertada porque mira como yo, o no la entiendo (que equivale de hecho a dejarla de lado), si lo que hace no corresponde a mis esquemas. Esa indiferencia de la que hablamos tanto en este tiempo tiene también mucho que ver con eso: no me interesa lo que no está en mi angular, en mi visión.
Pero sucede que hay mucha vida más allá de nuestros esquemas. Lo expresamos así nosotros mismos, con sorpresa, cuando decimos: “esta persona que no va a la Eucaristía, o que no está en grupos de fe, y habla de Dios de un modo que suena a experiencia, a vinculación”, y tantas veces nos quedamos con el esquema, sin abrirnos a la realidad (“aquí, algo falla”).
O cuando nos asombramos porque una pareja de gitanos, jovencísimos por más señas, viven una historia de amor que ya quisieras para ti. Otra situación a-típica en la que puedes hacer dos cosas: aferrarte a tu esquema, diciendo “esto no es posible, tiene truco”, o dejar de lado tu esquema ante la realidad que tienes ante los ojos, deslumbrante y magnífica.
Si te cierras, ya sabes. No pasa nada. No se mueve tu vida, sino que continúa acomodada y plana, llena de grisura y quién sabe si de desesperanza.
Si te abres, sucederá más de lo que sabes, más de lo que imaginas, más de lo que puedas desear. Pero hace falta que dejes caer tus esquemas, hace falta que te abras a esta vida tan hermosa que se encuentra en medio de la vida.
Seguramente, esta es una de las razones por las que Jesús nos habla en parábolas. Para llevarnos a esa vida que está más allá de los esquemas. Situaciones como esa semilla que sigue su curso sin nuestro concurso, que gozosamente sembrada, da fruto a su hora y es muerta a su hora. Situaciones como la de esa mujer que se llena de alegría por encontrar esa monedita, hasta el punto de reunir a sus amigas para celebrarlo. Situaciones como la compasión de Dios, que se apiada, en el sábado dedicado al descanso de Dios, de aquella mujer que llevaba tantos años encorvada (y ni se te ocurra preguntar qué ha hecho Dios en estos dieciocho años, porque lo harás desde tu esquema que no ilumina nada).
Otro modo de mirar, ese en el que dejas tus esquemas y te abres al Otro, a los otros, a la vida desconcertante en la que el Espíritu nos habla de tantas maneras…
Imagen: Amr Taha Ma, Unsplash