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Misterio de Navidad (I)

En esta entrada te dejo un relato de Navidad que me gustaría que te ayudara a rezar y a contemplar. Esta vez es de José. La semana que viene, si Dios quiere, de María, y después de los pastores… ojalá te ayude a celebrar el misterio y el amor que llena toda la tierra, aunque no lo veamos…

Yosef

Qué luminoso resulta cada vez este recuerdo. No lo viví así entonces. Myriam embarazada, y teníamos que ponernos en camino hacia Belén. Hice todo lo que pude para que no fuera así: ver si podíamos retrasar algunas semanas la salida, o si fuera posible que algún familiar nos censara en mi lugar… cómo me enfurecía de la inhumanidad de los soldados, que no atendían ni a mujeres enfermas, ni a ancianos, porque, como ellos decían, eran órdenes, y las órdenes están para cumplirse. Teníamos poco que hacer, de todas maneras: eran los opresores, y cómo nos lo hacían sentir en ciertas ocasiones. No tenía mucha esperanza de que nos hicieran caso, pero creía que en esta situación sería distinto. No por ellos. Pero sí tenía alguna esperanza en que Yahvé actuaría de algún modo… sorprendente. No sé por qué, quizá por tanto como quiero a Myriam, o porque Dios la había tocado de un modo especial…. Sí, tenía la esperanza de que algo pasaría y de que, al final, no tendríamos que ir.

Recuerdo cada vez que volvía a casa, a nuestra casa de la que había salido contándole a Myriam que iba a hacer esto y lo de más allá, convencido casi de que lo iba a conseguir… y ella, consciente de lo que iba a ser el viaje, me dejaba hacer, pero qué claro era que miraba a otra parte. No era esto lo que le preocupaba. Estaba concentrada en el nacimiento de Yeshua. Era como si la cogiera por dentro, y era esto lo que de verdad importaba. A mí también, decía… pero no era lo mismo. Yo quería protegerlos, protegerla, y ella quería, ¿qué querías, Myriam? Estar preparada. Tenía el corazón en otra parte, y lo demás se supeditaba al niño que iba a nacer.

Ahora sé que ella tenía razón. No sólo porque yo no conseguí lo que pretendía, porque no lo conseguí siquiera más adelante, en Belén. Sobre todo porque Yeshua ha sido nuestra vida, nos ha cogido de tal modo el corazón que no han importado soldados ni vecinos, Egipto o Israel, experiencia o incapacidad. Nos coge el corazón, y hace secundario lo que es secundario. Te enseña dónde está la verdad. No importa lo que hagas… este hijo te lleva, te coge y te planta en lo que importa, te seduce de tal modo que lo demás queda… en su lugar.

Lo mismo ocurrió cuando llegamos a Belén. Creo que aquí sufrí más aún que en Nazaret. Era improbable que los soldados pudieran hacer una excepción con nosotros. ¡En cambio, en Belén! Tanto como le había hablado a Myriam de nuestra familia allá, cómo nos acogerían, con qué gusto la atenderían y cuántos consejos podrían darle sobre el niño, que ya íbamos viendo que iba a nacer entonces. Y qué grande es nuestro Dios, que así lo dispuso.

El viaje hizo que se adelantara el parto. Los esfuerzos que Myriam tuvo que hacer, las noches frías, las caminatas agotadoras, el cansancio… ¡Cómo la quiero, cómo la quería ya entonces! No negaba el cansancio, pero era como si el camino que teníamos que recorrer fuera ante todo lo que la separaba de ver a nuestro hijo. Como si el camino tuviera sentido.

Nos preguntábamos a menudo qué quería decirnos Yahvé con esto, con este viaje y, sobre todo, con nuestro hijo. Nos sobrecogía pensar en que Dios tuviera otros planes para él que los que tiene para todos los mortales. ¿O no era así, sino que en él, los planes de Dios se iban a cumplir? ¿Algo así como que, en un ser humano, los planes de Dios se iban a realizar exactamente? Para mí había sido tan doloroso el comienzo de esta historia… pero con el tiempo, fue como si Dios hubiera suavizado mi corazón y había hecho que aceptara esto que no esperaba. Hablábamos mucho de ello, y ahora veo que eso nos fue preparando el corazón para esperarlo. También hablábamos de cómo lo cuidaríamos, de quién nos ayudaría y nos enseñaría, puesto que no estaba Ana para ayudarla, ni ninguna de las mujeres del pueblo. Ahí es donde yo le decía que mi familia respondería, que ellos la ayudarían, que no tenía de qué preocuparse, porque ellos no iban a fallar.

No estábamos preparados para lo que nos encontramos al llegar a Belén. Una ciudad tan pequeña, completamente desbordada por el gentío. Mareas de personas, lo mismo de día que de noche, que ocupaban las calles, el mercado, la sinagoga. Muchas veces no podías avanzar durante un buen rato, de tanta gente que intentaba desplazarse a la vez. Fuimos a casa del tío Efraím, y ni siquiera pudimos verle a él, de tanta gente que había en su casa. Y lo mismo en casa de Abraham, y en la de Elí… al final, decidimos que tendríamos que ir a la posada, en vista de que nadie podía acogernos. Nos decían que allí encontraríamos sitio. Yo les pedía por favor, ya se veía, que Myriam estaba a punto de dar a luz, pero nos mandaban a otra casa donde habría más sitio, donde nos darían ayuda, donde las mujeres podrían… de un lugar a otro, nada.

Myriam cada vez con más dolor, los dolores del parto que hicieron que la tuviera que dejar en la calle mientras iba a pedir un lugar en la posada. No me podía creer que no vieran lo necesitados que estábamos. Cada uno tenía sus cosas, sus asuntos, sus necesidades, y con buenas palabras se nos quitaban de encima. Lo bueno que ha tenido esto es que nunca me he desentendido de un pobre, de alguno que viniera a nuestra puerta buscando ayuda. Entonces estaba enfurecido, y muy asustado.

En la posada aún era peor. Estaba llena de gente a rebosar, y los dueños, junto con otros de la familia, estaban sobrepasados, atendiendo a todos, trayendo paja, comida, haciendo espacio para nuevos huéspedes que venían…

Hablé con la posadera, creyendo que, como mujer, comprendería la situación de Myriam. Pero éramos demasiado para ella, y casi no me dejó hablar, a pesar de mi insistencia. No podían atendernos. No tenían gente, teníamos que ir adonde pudieran ayudarnos. No. No. No. Tanto le insistí, que le mandó a su hija Juana, una chiquilla espabilada pero demasiado joven, que nos llevara a las afueras de la ciudad, a un establo donde íbamos a estar, al menos, tranquilos. Y que no nos dejara hasta que tuviéramos el niño. Yo no tuve valor, tal como estábamos, de decir que no me iba a llevar, además, a aquella chiquilla. Parece que Yahvé me iluminó, y sin insistir más, le dije que cogiera telas y vino, y que nos pusiéramos en marcha, que Myriam ya había estado demasiado tiempo sola.

Imagen: Greg Weaver, Unsplash

2 comentarios en “Misterio de Navidad (I)”

  1. MARIA JOSE CARRIZOSA

    Gracias Teresa por ensanchar nuestra mirada, por permitirnos contemplar el MISTERIO con los ojos de José……… Es tan necesario haber vivido el desamparo, el rechazo…. para poder nosotros acoger al desolado, al rechazado, al pobre……
    FELIZ NAVIDAD!!!
    María José

    1. Feliz Navidad, María José! Perdón por el retraso… ¡sigue siendo igual de verdad, si nos abrimos a acoger al desolado, al rechazado, al pobre!

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