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“No es normal. Es malo”

En este día de Lunes Santo vamos comentar – coincide en nuestro comentario de Mateo- el fragmento del evangelio que está en el c. 26, 1-25

Es un fragmento demasiado largo, dada la densidad que tiene. Con él quiero acompañar a la lectura del Domingo de Ramos que hacíamos ayer.

Después, en los días más santos del año –porque en estos días la santidad se hace más densa, por así decir-, seguiremos comentando, al hilo de lo que sucede cada día, el relato de Mateo que, si bien no coincide con el comentario litúrgico, ofrece un contrapunto también evangélico y por tanto enriquecedor.

Voy a incluir también alguno de estos días la lectura de un texto de H. U. von Balthasar, El corazón del mundo,  que contribuirá a poner tu corazón en este Misterio inmenso al que se nos llama a participar. 

[1] Cuando terminó este discurso, Jesús dijo a sus discípulos: [2] —Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y este Hombre será entregado para ser crucificado. [3] Entonces se reunieron los sumos sacerdotes y senadores del pueblo en casa del sumo sacerdote Caifás, [4] y se pusieron de acuerdo para apoderarse de Jesús con una estratagema y darle muerte. [5] Pero añadieron que no debía ser durante las fiestas, para que no se amotinara el pueblo. [6] Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el Leproso, [7] se le acercó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume de mirra carísimo y se lo derramó en la cabeza mientras estaba a la mesa. [8] Al verlo, los discípulos dijeron indignados: —¿A qué viene este derroche? [9] Se podía haber vendido bien caro para dar el producto a los pobres. [10] Jesús lo advirtió y les dijo: —¿Por qué molestáis a esta mujer? Ha hecho una obra buena conmigo. [11] A los pobres los tendréis siempre cerca, pero a mí no siempre me tendréis. [12] Al derramar el perfume sobre mi cuerpo, estaba preparando mi sepultura. [13] Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia, se mencionará lo que ha hecho ella. [14] Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, se dirigió a los sumos sacerdotes [15] y les propuso: —¿Qué me dais si os lo entrego a vosotros? Ellos se pusieron de acuerdo en treinta monedas de plata. [16] Desde aquel momento buscaba una ocasión para entregarlo. [17] El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: —¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? [18] Él les contestó: —Id a la ciudad, a un tal, y decidle: El maestro dice: mi hora está próxima; en tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos. [19] Los discípulos prepararon la cena de Pascua siguiendo las instrucciones de Jesús. [20] Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. [21] Mientras comían, les dijo: —Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. [22] Consternados, empezaron a preguntarle uno por uno: —¿Soy yo, Señor? [23] Él contestó: —El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me entregará. [24] Este Hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay de aquél por quien este Hombre será entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. [25] Le dijo Judas, el traidor: – ¿Soy yo, maestro? Le respondió Jesús: – Tú lo has dicho. Mt 26, 1-25

Ayer era Domingo de Ramos, y en la liturgia leíamos el relato completo de la Pasión. De este modo contemplamos en perspectiva el amor y el dolor presentes en Jesús, el Hijo de Dios, por nosotros. Todo lo que vamos a contemplar a lo largo de estos días viene a detenerse, paso por paso, en lo que contemplábamos ayer en su conjunto.

Esa clave, el detenerse, nos va a ayudar en este día. Es verdad que cualquier relato de sufrimiento lleva espontáneamente a apartar el rostro, y el corazón, de aquellos hechos que nos van a causar dolor. Sin embargo, a lo largo del evangelio hemos visto constantemente que el modo de aprender de Jesús, el Maestro, requiere que escuchemos lo que nos dice, que miremos lo que hace, que guardemos en el corazón lo que hemos visto y oído, incluido ese más que no sabemos cómo nombrar y que está más allá de todo: la persona de Jesús, entregándose a nosotros en medio de todo.

Desde esta perspectiva, me gustaría que hoy habláramos de un misterio que va al centro del relato de la pasión: el misterio del mal, que está presente en todo lo que vivimos por más que intentemos esquivarlo. Y Jesús nos llama a mirar ahí, porque Él es la Verdad y nos llama a ser de la verdad, reconociendo cada cosa en lo que es. O quizá, reconociendo lo que no vemos ni sabemos para abrirnos a tanta realidad que nos desborda.

¿Por qué digo que no vemos ni sabemos? Porque si Jesús se entrega por nosotros, en nuestro lugar, es porque nosotros no podemos enfrentarnos al mal. En adelante, Jesús aparece como nuestro defensor (cf. 1Jn 2,2) ante el mal, y solo en él podemos vencerlo.

Desde aquí quisiera que nos detuviéramos a mirar todas esas situaciones de mal de nuestro mundo, las que se describen en este fragmento. Verás que son males de los que llamamos “normales” (¿no indica esto una mirada sometida al mal?), de esos de los que tenemos noticia o en los que participamos cada día.

Primero escuchamos la certeza de Jesús de que va a ser crucificado, y accedemos al escenario que es la causa de dicha certeza: el acuerdo entre los jefes de prender a Jesús con engaño y darle muerte. Esto de que los jefes intriguen en su propio beneficio, saltándose todos los límites, incluso el de la vida, es algo que sucede a diario en nuestro mundo: estas intrigas en beneficio propio y al precio que sea son algo que se da de distintas maneras y a todos los niveles. Y aunque nos parezca “normal” por lo común que es, no es normal. Es malo.

Después venimos a una escena familiar: Jesús en Betania. Allí se acercó a él una mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba sentado a la mesa.

Ante este hecho, primero tenemos la reacción del mal: la indignación de los discípulos, que vienen ahora a acordarse de los pobres y critican la acción de la mujer.

Luego, la reacción de Jesús, que es el Maestro, la Verdad, la Vida: lo que esta mujer ha hecho con él es una obra buena con la que anticipa su sepultura. Esto es, además, lo que sobrevivirá: la buena obra que ha hecho la mujer con Jesús.

¿Dónde está el mal aquí? En ese modo mezquino de mirar que es el nuestro, que no ve más que lo que conoce y no tiene ojos para la intuición, para el evangelio-antes-del-evangelio, para el derroche amoroso. Y aunque nos parezca “normal” por lo común que es, no es normal. Es malo.

La traición de Judas no necesita mucha explicación. Hasta nosotros, siendo malos (cf. Mt 7, 11), sabemos que esto es malo. ¿Dónde está nuestro mal, entonces? En el modo de mirar: en el modo de mirar que se resigna al mal, a que haya malos que se ponen de acuerdo para el mal, para poner precio a Jesús y acordarse en un dinero. Al victimismo, al juicio, al desaliento que se dejan vencer por el mal al verlo como ineluctable (algo contra lo que no se puede luchar, por si te lo preguntas). También esto, aunque nos parezca “normal” por lo común que es, no es normal. Es malo.

El siguiente fragmento de este relato de la pasión, con el que terminamos nuestro recorrido de hoy, es la preparación de la cena con los discípulos, y el anuncio de la traición de Judas.

En la preparación de la cena con los discípulos nos encontramos con lo contrario de lo que venimos diciendo. Hemos ido viendo que lo que nos parece “normal” son distintas formas de mal. Lo que vamos a ver aquí es que los discípulos se dirigen a Jesús y hacen lo que él les dice. ¿Cuál va a ser el resultado de su acción? Un bien. En medio del mal, cuando los discípulos permanecen unidos a Jesús como Jesús permanece unido al Padre, el bien se abre camino. Pero el texto nos está diciendo con esto lo mismo que venimos diciendo: siendo tan abundante el mal, el bien se realiza cuando está presente Jesús. Se cumple aquí esa otra palabra, tan verdadera y tan difícil de creer para nosotros: “Sin mí no podéis hacer nada” (cf. Jn 15, 5b).

El último fragmento que tenemos para este día es el del anuncio de la traición de Judas. Lo que Judas había maquinado a escondidas, Jesús lo saca a la luz. De la traición, ya lo hemos dicho, todos sabemos que es algo malo. Pero nosotros, que vemos la traición, no podemos hacer nada contra ella. Jesús sí: la saca a la luz, reconociendo el mal en las distintas formas que toma en esta Hora estremecedora, y aun le dice Judas y a los demás, a la vez que se enfrenta a lo que viene, la verdad en esta Hora de señorío y oscuridad: El Hijo del hombre se va, tal como está escrito de él; pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del hombre! ¡Más le valdría no haber nacido!

La palabra de Jesús se mantiene en su lugar, el del Hijo que se entrega unido al Padre, mientras nosotros nos doblegamos de distintas maneras al mal (la tristeza ignorante de sí en los discípulos, la traición hipócrita en Judas). De nuevo, en los discípulos que le preguntan entristecidos, la esperanza de salvación está en volverse a Jesús: ¿Soy yo, Señor? (a condición de que la pregunta no la hagamos con la mentira en el corazón. aunque nos parezca “normal” por lo común que es, no es normal. Es malo.

De nuevo, por última vez para este relato, la presencia del mal, del que Jesús está libre en su corazón (como veremos, Jesús consiente en el mal que se clava sobre él, pero Jesús responde según es: como quien no tiene pecado). Este escenario, que nos parece normal y no lo es, nos introduce en el corazón de la Pasión que necesitamos contemplar y guardar en el corazón, que quiere vivir unido a Jesús.

Imagen: Jonathan Rados, Unsplash

2 comentarios en ““No es normal. Es malo””

  1. Al principio de esta Semana, poder ubicarse así, viendo el mal que nos envuelve tanto, es un regalo. En mi caso, ahora se me ha dado reconocer la tristeza y el desaliento que se resigna… y que no es normal, es malo. Deseando, con esta “sacudida” necesaria, disponer mi corazón para esperar de Jesús, siempre, y esos días, de modo más intenso. Me alcanza esa Palabra, esa verdad, que dices: “si Jesús se entrega por nosotros, en nuestro lugar, es porque nosotros no podemos enfrentarnos al mal. En adelante, Jesús aparece como nuestro defensor (cf. 1Jn 2,2) ante el mal, y solo en él podemos vencerlo”. Pidiendo que venza en mí, y en tant@s de nuestro mundo!
    Gracias, Teresa!

    1. Pedimos, sí: que venza en cada uno de nosotros, y en tant@s de nuestro mundo. ¡Que venza, y entonces veremos en verdad! Gracias, Marta!

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