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Una ocasión para renovar

Vamos ahora con la segunda parte del texto (Mt 3, 11-12), aquella por la que el mismo Juan nos habla de su bautismo, no ya exhortándonos a vivir del modo que estamos llamados a vivir, sino como su propia llamada, como la misión a la que él ha sido llamado, y que forma parte de su anuncio: yo os bautizo con agua para que os convirtáis pero el que viene detrás de mí… os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Juan es consciente de que el bautismo que él realiza es preparación del bautismo definitivo, por el cual no solamente se nos perdonan los pecados y nos orientamos a dar frutos que manifiesten nuestra conversión, sino que el bautismo que recibimos en nombre de Jesús es un bautismo que purifica enteramente y nos hace capaces de acoger en nuestra vida -como en la suya, en la del propio Jesús… ¡increíble este “a imagen y semejanza” al que Dios nos invita!- al Espíritu de Dios que nos conducirá del mismo modo que ha conducido a Jesús.

Casi todos nosotros hemos recibido el bautismo de pequeños. No estábamos en condiciones de consentir en él. No experimentamos el arrepentimiento por nuestros pecados -seguramente tampoco lo hicimos en el sacramento de la confirmación, porque seguíamos siendo demasiado jóvenes para enterarnos de algo tan grande-. Tampoco nos orientamos hacia esa vida nueva que recibe su impulso, a nivel humano natural, del rechazo de la antigua. Y mucho, muchísimo menos, consentimos en desear vivir atravesadas por la salvación de Jesús -una salvación por la cual hemos sido asociados a su muerte, que es victoria sobre todo mal, y nos hemos abierto a la vida desde la victoria que es su resurrección, su vida nueva-. No nos enteramos de nada de esto, y de ese modo seguimos viviendo una vida en la cual esta salvación puede ser mero concepto -del mismo modo que les pasaba a los judíos que se apropiaban de su origen diciendo somos descendientes de Abraham, a lo que Juan les responde que no se trata de apropiarse de la bendición recibida sino de dar frutos en los que se manifieste esa conversión, que es vida nueva-, siendo muchísimo mayor el bautismo que hemos recibido de Jesús que el bautismo de Juan.

El encuentro con el texto de Mateo, el anuncio del bautismo de Jesús que ahora podemos acoger con mayor lucidez que en otros momentos de nuestra vida puede ser una buena ocasión para que actualicemos nuestro bautismo. Ese bautismo que no recibimos conscientemente -y que, sin embargo, se ha revelado valioso y nos ha mantenido la fe y la fidelidad hasta el día de hoy- y al que ahora podemos consentir con nuestra libertad y la consciencia que hemos adquirido. No se trata tanto de que hagas un gesto super lúcido o un rito bellísimo o ingenioso…, se trata más bien de que asientas con todo tu amor, con toda la fe de que seas capaz, con toda la esperanza en que Dios hará el resto, a aquello que entonces recibiste sin consciencia. Los elementos fundamentales son tres: el arrepentimiento y la humildad que ya eran condición en el bautismo de Juan, y la fe en Jesús que nos abre a otra existencia nueva, semejante a la suya. Si te puede ayudar, piensa qué forma darle a este gesto para que se te haga más significativo y marca el momento de tu consentimiento a la vida nueva.

Juan lo reconoce así y, al hacerlo, manifiesta su plena obediencia a Dios a través de la misión que ha recibido: El que viene detrás de mí, es, y no soy digno de quitarle la sandalias. La grandeza que vemos en Juan se revela pequeña ante la inminencia del reino de los cielos que llega con Jesús. Ante la inminencia de su venida, ante la inminencia de su bautismo, ante la inminencia de su grandeza que deja chiquitos a los testigos de Dios en este mundo. Y llega con autoridad para juzgar sobre todas las cosas –Tiene en su mano el bieldo y va a aventar su parva; recogerá su trigo en el granero, y la paja la quemará con un fuego que no se apaga… ¿Qué es lo que vamos a ver en Jesús? Si antes veíamos el juicio como consecuencia de nuestra respuesta al modo de vivir al que Dios nos ha llamado, al deseo y a la capacidad que ha puesto  en nosotros al crearnos, ahora nos encontramos al Señor, a este Dios que dará su vida (¡no son palabras!) para que tengamos vida, y nos reclama una respuesta no solo desde la justicia, sino desde la lógica del amor que se entrega. Este de Juan es un modo de vivir de nuestro mundo. No un modo lejano y extraño, sino el modo que, con la ayuda de Dios, puedes vivir.

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