Lectura del Libro del Éxodo 19, 2-6a
Sal 99, 2. 3. 5
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 5, 6-11
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 9, 36-10, 8
En aquel tiempo, al ver Jesús a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis.
“Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”. Esta es la respuesta al salmo 99 que vamos a escuchar en la Eucaristía de este domingo. El otro día leía a un psicólogo y guía espiritual que ha acompañado a muchas personas, y decía que todos tenemos algún problema sexual y algún problema con la autoridad. Lo he recordado al leer la respuesta al salmo. Es posible que ese posesivo –su pueblo y ovejas de su rebaño- despierte en alguno de nosotros este conflicto. O quizá sea el ser presentados como ovejas -que, además, se repite en el evangelio y por tanto, no lo deberíamos pasar por algo- sea lo que nos da problemas.
Las lecturas de este día nos hablan de esta posesión por parte de Dios. Nos hablan de este ser cosa suya. Por esto, en este diálogo con la Palabra que se nos ofrece para hoy, vamos a escuchar cómo nos mira Dios. Cómo somos, desde esta mirada suya que es, conflictos o no conflictos, la Mirada que nos constituye.
Lo escuchamos primeramente en el libro del Éxodo, cuando el Señor expresa la promesa, la bendición de la Alianza: seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. El término con el que se nombra la propiedad personal de Yahvé es Segullâ. El rey tiene posesiones inmensas: provincias, bienes, palacios, etc. Pero además tiene lo que le corresponde como suyo propio, y es a eso a lo que la Biblia llama Segullâ: la posesión particular, aquello a lo que afectivamente está atado. Así que Israel es Segullâ, su posesión particular, más querida, más cercana a su corazón.
Ya hemos dado un paso más en cuanto al modo como Dios nos ve posesión suya. Ahora vengamos a ver cómo se relaciona Dios, el Amor, con esta posesión suya que somos: Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo!
Si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvados por su vida! Y no solo eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
Dios se cuida de nosotros como posesión suya, amada y predilecta que somos. Es por eso que Dios, para rescatarnos del pecado que nos oscurecía la vida, entregó a su propio Hijo, a su Segullâ más cercana, para rescatarnos a nosotros, pecadores.
Esto es lo que hace Dios con su Segullâ, con la criatura amada que somos cada una y cada uno de nosotros, con todos los seres creados que esperan la salvación a través de nosotros.
Un amor tan grande que nos desborda, sin duda marca nuestra vida. Decíamos al principio que nosotros “miramos como miramos”: miramos desde nuestro miedo, o desde nuestra rebeldía, o desde las ideas que la cultura tiene de Dios y de la autoridad; miramos desde nuestra psicología, desde nuestras herencias… ¿qué pasaría si te miraras, como es en verdad, desde la mirada de Dios? ¿Qué pasaría si te atrevieras a ser lo que Dios ha dicho que eres: posesión suya, que cuida hasta el extremo de entregar a su Hijo para que tengas vida, que ama hasta el punto de organizar la marcha entera de su universo en favor de esta salvación… si lo supieras, dejarías de vivir de esa mirada tuya, tan estrecha, y te abrirías a este modo de mirar que conoce el amor infinito de Dios por ti, y confía, vive y se deja conducir desde ahí…
¿Lo dudas?
Mira lo que dice el evangelio, que culmina hasta el presente esta salvación de Dios. Mira cómo nos mira Dios, como “ovejas que no tienen pastor”, de las que Jesús se compadece. ¿Y qué hace cuando se compadece? Dar la vida, como hemos visto. Y también, enviar a sus discípulos. A esos discípulos que está preparando, que ha elegido y que ha llamado… los ha elegido, los ha llamado, los ha preparado con enseñanzas y pruebas de todo tipo para ti, en tu favor: para que puedas acoger la salvación de Jesús que se ha entregado por nosotros, para que, por su poder y por el don que has recibido, estés en la vida del modo que él ha querido que sea el tuyo, en favor de tus hermanos: Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Tanta vida entregada por Dios a estos elegidos y elegidas, en tu favor. Para que vivas como la Segullâ de Dios, pues es lo que eres.
Si crees esto, empezarás a dejar caer tu mirada -lo que pienso del ser oveja, los conflictos que tengo con la autoridad, lo abierta o cerrada que estoy a Dios, la adicción que me esclaviza o los planes, quizá muy buenos, que yo tenía sobre mi vida- y empezarás a mirar la vida desde la mirada de Dios, que todo lo mueve, en el cielo y en la tierra, para que vivamos unidos a él como él lo está a nosotros, y nos despleguemos según la vida que él nos ha dado.
¿Por qué no le dedicas un rato a contemplar cómo sería la vida así?
Imagen: Eye for Ebony, Unsplash
Esta Palabra y comentario me han obligado a trabajar.
Cuando yo digo: “eso es cosa mía” me refiero a que “eso” pertenece a lo íntimo mío, a lo que desde fuera no se abarca ni se explica.
Cuando Dios dice que “somos suyos”, tampoco desde fuera se abarca o explica. Pertenece a lo íntimo suyo.
Me ha costado ver que era cuestión de dejar caer mi mirada estrecha y analítica, para pasar, mucho más tarde, con los ojos cerrados, a la súplica.
En el Antiguo Testamento se dice que Israel es propiedad particular Segullâ El rey tiene posesiones inmensas: provincias, cosas, etc. Pero además tiene lo que le corresponde como suyo propio, a eso la biblia llama Segullâ: la posesión particular, aquello a lo que afectivamente está vinculado.
Esto te ayudará a leer el “cosa mía” de Dios.
Hoy me ha gustado mucho saber que soy ( y los otros don) Segullâ de Dios ( es bonito saber que eso tiene una palabra)
Y recordar que nuestra mirada es como es, pero hay Otra mas amplia, mas profunda,mas amorosa…
Gracias
Nos hace mucho bien, Ana! Lo que descubrimos de nuevo, y lo que recordamos para vivirlo. ¡Renovamos la vida desde ahí!