Lectura de la profecía de Ezequiel (34,11-12.15-17)
Sal 22,1-2a.2b-3.5.6
Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios (15,20-26.28)
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,31-46)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.” Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.” Y entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y él replicará: “Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.” Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
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… yo no soy monárquica, ni cosa que se le parezca. Encuentro anacrónico que los títulos honoríficos de la Edad Media hayan llegado hasta nuestros días: el que a alguien hace muchos siglos se le diera un reconocimiento por aquellas hazañas que realizó, y se le siga honrando como rey, como barón o conde hasta el día de hoy, tiene poco sentido. Al menos, yo no se lo veo. Se comprende, porque aunque culturalmente nos reconocemos todos iguales, a nivel inconsciente seguimos situándonos de modo jerárquico, poniendo a unos arriba para poner a otros abajo, procurando para nosotros mismos el mejor lugar posible en ese organigrama.
Vamos, que me resulta un poco absurdo que haya reyes y reinas y barones y duquesas. Estamos en el siglo XXI, y nuestra mentalidad líquida no se articula bien con la perpetuidad de los beneficios, de las encomiendas, de los títulos. Primero, porque resulta difícil de creer que la hazaña de alguien del siglo XIII –fuera hazaña o no lo fuera- haya sido tan “sonada” para honrar con un título a los hijos de tus hijos, y de tus hijos, y de tus hijos… Sobre todo, porque lo nuestro es limitado, o dicho de otro modo, nada de lo humano –las hazañas tampoco- tiene un valor como para ser recordado “hasta el fin de los tiempos”.
Igual te preguntas a qué viene esto. Y la verdad, no es que tenga mayor importancia lo que yo piense acerca de la realeza. Me resulta poco importante incluso a mí, que te lo estoy contando. Además, es del todo opinable: a ti te puede parecer lo contrario, y tan contentos.
No te lo digo por hablar de política, ni porque te quiera transmitir mis reflexiones sobre este tema.
Te digo todo esto porque voy a hablar de otro Rey. Del Rey que reina sobre toda la tierra. Del Rey que está por encima de todo, y por tanto, no sólo no está sujeto a los usos, culturas o costumbres del mundo sino que es quien hace posible que existan esos usos, costumbres y culturas (y conoce la relatividad de todos ellos).
Ahora vamos a hablar de otro Rey, y lo vamos a hacer en otra clave. Si antes hablábamos en clave humana natural, la de todos los días, la que todos entienden, ahora vamos a usar una clave teologal, que es la clave en la que ha sido escrita la Biblia, la clave a la que por nosotros mismos no tenemos acceso, sino que nos la otorga el Espíritu para que podamos mirar al modo de Dios.
Por tanto, aunque el término que usamos -Rey- es el mismo, vamos a hablar de otra realeza:
Ezequiel nos habla de que este Rey actúa como un pastor que cuida a sus ovejas: Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios–. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Este Rey cuida de cada uno de nosotros y nos da a cada un@ lo que necesitamos: nos libra, nos saca de donde nos hemos perdido un día de oscuridad y de nubarrones, nos apacienta y nos busca descanso, y es Él también quien venda nuestras heridas, nos cura y apacienta a las fuertes del modo mejor. Y por eso, porque somos suyas y nos ha cuidado con gran amor, es el único que nos conoce bien y puede juzgar sobre lo que somos: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.
En esta lógica teologal, está claro que Dios es Dios y nosotr@s sus criaturas. Y Dios nos dice más: que su modo de ser Dios se parece al modo que usa el pastor, un pastor bueno, con sus ovejas, que las cuida y las atiende y saca lo mejor de cada una, manifestando así el señorío que tiene sobre todas ellas, y que este señorío es en su favor. A nivel humano natural podemos aceptar que haya un rey para salir en las fotos pero en lo profundo nos resistimos a ser juzgados por su autoridad o la de quienes lo representan; a nivel teologal sucede de otro modo, porque nos abrimos a un marco inmenso: a nivel teologal no somos dos humanos frente a frente, sino que a nivel teologal, los que entramos en relación somos Dios, que me ama, y yo, que no sé vivir sin él (a nivel natural creemos que sí, pero solo a nivel teologal empezamos a saber que no sabemos nada). Y Dios se muestra como lo que es, como el que quiere serlo todo para mí, y yo… a mí, más me vale consentir en todo lo que hace, e incluso en lo que temo que haga, como el poder de juzgar la verdad y la mentira de mi vida hasta el tuétano. Pero la verdad es que Dios es el único que la conoce… mejor, también, que yo.
Resulta que este Rey del que nos habla Ezequiel no es como los reyes humanos, que miran por sí mismos o a veces por la gente, sino que es un Rey que vive a tiempo pleno como Pastor, cuidando de sus ovejas, conduciéndolas y llevándolas a la vida en todo.
Si venimos al evangelio, en esta parábola preciosa del juicio final se prolonga aquella última frase de Ezequiel que hemos escuchado en la primera lectura: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío. Este Rey, Jesús, que vendrá a juzgar al fin de los tiempos, que ha estado a nuestro lado y nos conoce como nadie nos conoce-tampoco nosotros mismos, tampoco los más cercanos-, mostrará a la luz la verdad de los corazones.
En este juicio del que habla la parábola se nos dicen muchas cosas acerca de este Rey, acerca de nuestras vidas y de lo que hemos de hacer con ellas, acerca por supuesto del mismo juicio:
- El Rey es una Luz penetrante que conoce los corazones y juzga sobre lo que hay en ellos.
- Lo que hay en los corazones se manifiesta en la vida -aunque igual nosotros no nos dábamos cuenta de ello-, y eso es lo que le importa a Jesús. Eso es lo que saca a la luz, puesto a juzgar.
- Lo que le importa es si has mirado con amor a tus hermanos necesitados, si te has implicado para cubrir su necesidad. Eso es lo que importa, y el juicio habla de lo que importa.
- No importa tanto, pues no se dice, desde dónde te ocupabas del que tenía hambre o sed, del que era forastero, del que estaba desnudo, en la cárcel. Lo que importa es si te has ocupado o no.
- Y es que Jesús habita ahí, en los pobres de la tierra, en la necesidad de tu herman@. Y cuando te encuentras con uno de ell@s y lo socorres, estás amando al mismo Dios. Y cuando no haces por tu herman@ lo que necesita, se lo niegas al mismo Dios.
- El texto de Ezequiel nos decía que Dios se ocupa de sus ovejas. Aquí se nos dice cómo está Dios con sus ovejas, especialmente con las heridas, abandonadas, descarriadas. Nuestro Dios habita en ellas, vive unido a ellas hasta el punto de hacerse indiscernible de sus pobres: a mí me lo hicisteis.
- Nosotros valoramos mucho el entender si Dios está, por qué está de este modo, o “yo no lo reconozco presente” (nuestro ego en definitiva, que valora sobre todo lo que él mismo comprende). Y sin embargo, en este juicio, no importa demasiado si tú te enterabas o no… tanto los que han hecho en favor de sus hermanos como los que no, no sabían que Dios estuviera allí: ¿Cuándo te vimos? ¿Cuándo te vimos, Señor?
- Se nos juzga por nuestro amor, cuando nuestro amor se revela como amor de Dios. Y se revela como amor de Dios cuando amamos a los pobres, cuando vivimos entregados a su necesidad. No se trata de que entendamos, sino de que manifestemos que el amor de Dios habita en nosotros.
- Si el amor de Dios habita en nosotros, iremos a amar a los que Dios ama, a los pobres de la tierra. Y así estaremos amando a Dios, lo conozcamos o no.
Ojalá tu siguiente palabra no sea la queja y la resistencia (y si lo es, que sea ante Jesús, para seguir hablando con él), sino que sea la adoración por este Dios que nos ama de este modo.
Pablo nos lo ha mostrado al poner ante nuestros ojos, en la segunda lectura, la imagen de Cristo crucificado. Cristo consintió en ser crucificado para padecer en nuestro lugar, en favor nuestro, el pecado y la muerte que habían destruido nuestra vida. Cristo ha sido buen Pastor hasta el punto de dar la vida por sus ovejas. El Rey que nos juzga, ha estado antes en el lugar en el que nos llama a habitar: él se ha entregado por nuestro mal y nuestra muerte, y ahora, vencidos el mal y la muerte, espera de nuestra vida que sea una vida nueva, entregada a vivir desde el amor de Dios, una vida que hace lo que el amor de Dios está haciendo todo el tiempo, por toda la tierra: entregarse a nosotros para darnos vida.
Por eso, adorar puede ser la última palabra ante este Dios que es Rey y quiere reinar en nuestro mundo a través de quienes, amando al modo de Dios, se entreguen a aquellos a los que Dios se entrega. Cuando vivas así, estarás en manos de Dios, y comprenderás también que el juicio sobre tu vida está en sus manos.
Celebra, adora, suplica su salvación a este Dios que reina sobre todas las cosas… te guste o no, lo entiendas o no, lo temas o lo ignores… más allá de eso tan natural, pídele que haga en ti lo que te ha llamado a ser, lo que en verdad eres…
Si, nos cuentas en los comentarios qué piensas de todo esto, cómo lo vives tú… ¡ahí nos vemos!
Y aquí, otra canción que celebra a Jesús.
Imagen: Toa Heftiba, Unsplash
Nunca me ha resultado fácil entender esta festividad, nacida además en un contexto político-eclesial de auge de las repúblicas y lucha contra la monarquía, Estados pontificios incluidos. Por eso agradezco mucho tu reflexión de este día, ya que sitúa la realeza en otra dimensión, la teologa,l que, aunque no me resulte fácil, me permite atisbar otra percepción de Cristo Rey. A ello contribuye la primera canción que nos invitas a escuchar. Soy poco amigo de las canciones religiosas con guitarra, que muy a menudo me parecen ñoñas y cursis. Pero debo confesar que ésta me ha gustado por su melodía y, sobre todo, por su letra, bien subrayada con las imágenes.
Buenos días, muchas gracias y feliz domingo.
Román
Qué bueno, Román, que te hayan servido, tanto la reflexión como la canción. Es muy grande que a través de estos medios podamos atisbar un poco más todo esto grande que nos da horizonte y nos encamina a más vida. Gracias por tu comentario!