Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (8,5-8.14-17)
Sal 65,1-3a.4-5.6-7a.16.20
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,1.15-18)
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,15-21)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
A lo largo de los domingos de Pascua se nos ha ido mostrando la vida nueva que brota de la resurrección de Jesús, para que conozcamos los contenidos de esta vida y la deseemos cada vez más. En este domingo anterior a la Ascensión se nos habla de una realidad pascual quizá más enorme que todas las demás, en cuanto que nos presenta la existencia cristiana como una existencia vivida en comunión, a imagen de la Trinidad. Una vida por la cual los creyentes vivimos unidos a Jesús, como Jesús vive unido al Padre. Esta unión indestructible, que consiste en Amor, es la que se da entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y es la vida que Jesús nos ha obtenido después de la Pascua. La unión amorosa de la vida trinitaria es nuestro referente definitivo para vivir. Ahora bien, si nuestro referente último para vivir es el amor que une al Padre, al Hijo y al Espíritu, entonces podemos comprender la enseñanza que Jesús nos comunica hoy en el Evangelio y que se corresponde con el primer anuncio del Paráclito que ya vimos hace algunas entradas. Ahora, en vez de fijarme en dicho texto en clave de primer anuncio, me voy a fijar en él en clave de comunión, y veremos la vida magnífica que se encierra en estas palabras de Jesús. Intenta escuchar estas palabras, no como afirmaciones misteriosas que “solo Jesús debe entender”, si no como la verdadera realidad que lleva a culminación la vida para la que hemos sido creados. La vida que, quizá sin saberlo, deseamos.
Comenzando por lo primero que dice Jesús, escuchamos que si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Como siempre decimos, olvidemos lo que nosotros pensaríamos de esto –si no entendemos en qué consiste guardar los mandamientos o si ya empezamos con poner condiciones o… -. Vamos a fiarnos de que lo que dice Jesús es la verdad. Cuando lo miramos así, podemos empezar a ver que Jesús nos enseña que el amor es el que nos lleva a guardar sus palabras: unas palabras, estas de los mandamientos, que son palabras-vida. Entendemos que esto sea así, porque también nosotros a nuestra medida ambigua, deseamos secundar los deseos de aquellos a los que amamos -y no lo hacemos por sentimentalismo, ni por una fidelidad malentendida-, sino porque al hacerlo así, entendemos que es la comunión con esa persona o personas a las que amamos la que nos hace un mismo espíritu con ellas (ya entendemos también que esto sucede cuando estamos hablando de un amor de la más profunda calidad, y no de cualquier amor…).
En esta comunión que Jesús nos llama a establecer con Él como respuesta a su Amor, a la vida que nos ha dado, él, por su parte, nos promete enviarnos otro Consolador -¿has mirado alguna vez a Jesús como alguien que ha traído un profundo consuelo, un descanso profundo a tu vida?-… alguien que consuele nuestro corazón como lo ha hecho Él. De este Espíritu que será nuestro defensor y nuestro consuelo, Jesús nos dice que es el Espíritu de la verdad. Nos dice también que el mundo no lo puede recibir, que no se da cuenta de su existencia, ni sabe que algo parecido pueda darse –¿te has dado cuenta de la distancia tan grande que hay entre los mensajes de nuestro mundo y esos otros más hondos que el Espíritu nos permite comprender?-, y nos dice también que nosotros lo conocemos porque mora con nosotros y está en nosotros. Y aquí nos preguntamos: ¿por qué está en nosotros el Espíritu Santo, si no es por nuestra obediencia a los mandatos de Jesús, porque estamos en comunión con su amor? Estamos unidos a Jesús, y por eso, el Espíritu de Dios está en nosotros como lo estaba en Jesús. ¿Ves que de lo que se habla aquí es de aquella misma comunión por la que el Espíritu moraba en Jesús? Y ahora, es porque nosotros estamos unidos a Jesús tenemos también al Espíritu de Dios en nosotros.
No sólo hablamos de que nosotros tenemos espíritu. Estamos diciendo que a nuestro espíritu viene a habitar el Espíritu de Dios porque nuestro espíritu está unido a Jesús… y lo está si guardamos sus mandamientos, si nuestra unión no es solo de palabras, sino de vida que traduce la suya.
El mundo no verá esto porque el mundo sigue habitando en esa lógica de separación que no solo ignora, sino que rompe toda comunión. También conocemos ese “espíritu del mundo”, ¿verdad? Cuando entre nosotros hay división, engaños, enfrentamientos que no solo debilitan la comunión, sino que nos hacen creer que es imposible. En cambio, nos promete Jesús que si permanecemos unidos a él, conoceremos al Espíritu que mora en nosotros y que nos mantiene unidos a Jesús.
Así que, recogiendo lo que hemos dicho y dando un paso más, podemos decir que si guardamos sus mandamientos, si queremos vivir de lo que Jesús nos ha dado para vivir, entonces el Espíritu que estaba en él, vendrá a habitar en nosotros y será el mismo Dios el que nos guíe desde dentro. Si se da esto, entonces el Espíritu nos irá haciendo semejantes a Jesús, y nuestra vida estará unida al Padre como lo ha estado la de Jesús. Viviremos una vida que está dentro (por hablar a nuestro modo) de la comunión que se da entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, que estarán en nosotros y nosotros en ellos. Y entonces sabremos qué es la comunión, y qué es el amor.
Igual piensas que esto tiene poco que ver con tu vida. Yo diría, sin embargo, que hay pocas cosas que deseemos tanto como vivir de verdad unidos a los demás, pocas cosas que deseemos tanto como esa comunión por la cual descansamos en Dios, que pasa a través de nosotros y llega a muchos.
En este sexto Domingo de Pascua se nos habla de esta comunión trinitaria en la que todo descansa. La comunión es la base de todo lo que vive en Dios, y la comunión alcanza incluso a lo que no sabe de comunión. Sobre esta base, por hablar a nuestro modo, se construyen las relaciones con el resto de los seres humanos que van a manifestar –lo sepa el mundo o no lo sepa- que Dios sostiene y está amando a todo lo que existe. Vamos a verlo con las lecturas.
En la primera lectura a través de la predicación de Felipe en Samaria se nos dice como el gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe: aquí tenemos el primer signo de comunión en esta escucha unánimemente atenta. También reconocemos la comunión en que los signos de curación que hace Felipe, no son signos que los humanos podamos hacer, sino que las liberación de espíritus, curación de paralíticos y otros lisiados que también indican que a través de Felipe está actuando Dios: este es un segundo signo de comunión que revela como Dios pasa a través de Felipe y llega a nosotros. El tercer signo de comunión nos muestra que esta salvación se transmite: La ciudad se llenó de alegría. Y hay un cuarto signo todavía cuando los apóstoles tienen noticia de lo que han sucedido en Samaría: al conocer esta noticia, no se limitan alegrarse por esta curación física que se ha dado entre los habitantes de Samaría, sino que quieren llevarles al Espíritu Santo como culminación de la salvación. Quizá lo anterior te había resultado un poco abstracto, -aunque ojalá se te conceda habitar en esta comunión trinitaria- pero seguro que los signos que nos cuenta el libro de los Hechos, los reconoces como muestras, señales de esa comunión, que viniendo de Dios se derrama sobre nuestro mundo.
Así sucede también, no solo entre los creyentes de los cuales hablaba el libro de los Hechos, sino también en lo que se refiere aquellos que se acercan a nosotros y nos piden razón de nuestra esperanza. En esta situación, Pedro nos aconseja dar explicación a todo el que nos pida con delicadeza y respeto, reconociendo así que más allá de la intención con que esa persona nos esté preguntando, nosotros nos acercamos a ella queriendo hacer visible la comunión con Dios que a todos nos une, la comunión que hemos dicho que estaba a la base, y lo manifestamos acercándonos a todos con delicadeza y respeto como signo de una comunión visible que puede allanar el camino para esa comunión más honda que solo el Espíritu puede realizar.
Hablamos de cosas enormes, ¿verdad? Ojalá en ellas hayas reconocido tu gran deseo de comunión así como, también, la dificultad de realizarlo por tus fuerzas. En este tiempo de Pascua se nos anuncia que la comunión trinitaria es el Amor del que todo procede y que todo lo integra. A nosotros, cristianos, por la comunión con Jesús nos corresponde realizar la comunión en el lugar donde nos encontramos, a través de la acción del Espíritu que quiere obrar en nosotros está buena noticia que es la Pascua, de modo que alcance a toda la tierra. Como ves en este texto se nos habla de cómo estar en el mundo, de cómo amar aquellos que están llamados a creer y también incluso a los que puedan estar enfrentados. Un programa de vida que procede de la comunión que se da en Dios, que viene a nosotros en forma de comunión y se transmite al mundo por el Espíritu.
Imagen: Engin Akyurt, Unsplash