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“Solo quiero hacer la voluntad de Dios”

Entre las muchas bendiciones que Dios derrama sobre mi vida, una que en este tiempo se me está haciendo muy especial es el poder escuchar a bastantes personas que dicen, con un deseo que viene de muy hondo, con la humildad de quien sabe que no está en su mano: “Solo quiero hacer la voluntad de Dios”. Son personas que están entre los cuarenta y los cincuenta años. No son chiquillos que hablan desde la emoción o el deseo de… tantas cosas, sino personas adultas que se hacen cargo de su vida y que han experimentado un deseo que ha ido cambiando de forma a medida que vivían.
En la juventud, también hay quienes dicen que quieren hacer la voluntad de Dios. No acaban de salir de la órbita de sus padres, y este deseo mayor expresa con fuerza lo que llevan dentro y que identifican, probablemente, con un más de lo conocido. Anhelan anchura y libertad, anhelan servir, o ser buenos, o que alguien les guíe la vida que ellos no saben llevar. O quieren ser los mejores, que otros los conozcan y los recuerden así…
… aún queda mucho camino por andar.
Lo cierto es que en esta etapa, el caso único que es Teresa de Lisieux -otros habrá que no conocemos, pero no muchos- manifiesta esto mismo, no como deseo, sino con su vida. Y esa vida ha estado atravesada enteramente por el sufrimiento, que es lo que ninguna persona joven desea en su vida y ama con un amor que la mayoría de nosotros no llegamos, por desgracia, a conocer. Así venimos a reconocer que en esta etapa, afirmar que quieres la voluntad de Dios, viene casi siempre motivado por el ambiente en que te mueves, por la emoción vivida, por la exaltación de las ideas o del grupo.
Hace falta que quieras hacer tu voluntad. Hace falta que te afirmes a ti misma. Por muchos motivos que tienen que ver con el crecer y el desplegarse como persona, y porque para que haya una verdadera relación con Dios, tiene que haber dos.
Así, a través de dolorosas y oscuras tensiones, a través de hallazgos y bloqueos, de reconocimiento de lo propio y de mucha desorientación, vamos aprendiendo a vivir. Los creyentes, vamos aprendiendo a vivir con Jesús. Descubrimos, los que hemos dicho que queríamos hacer su voluntad, que es lo que más tememos, que se nos aparece como indeseable muchas veces… y es, paradójicamente, aquí donde vemos nuestra resistencia a hacer la voluntad de Dios, cuando tenemos ocasión de “batirnos” con él, vencer o ser vencidos, aprendiendo, en la relación, que siempre, siempre, siempre, al final, lo que Dios quería (no mi voluntad de que sea lo que Dios quiera, sino su voluntad manifestada en lo real), es lo que me da vida.
Por eso digo al principio que cuando una persona, a esa edad que ya ha vivido tantas cosas, dice “solo quiero hacer la voluntad de Dios”, lo está diciendo con un amor atravesado de humildad que refiere todas esas batallas, todas esas resistencias a menudo tan profundas que han sido vencidas por Dios. Están diciendo, en la medida que sea en cada caso, que en su vida, Dios, está venciendo, ha vencido.
Esta palabra, expresada como un deseo que a veces suena agotado, a veces tembloroso y lleno de la propia incertidumbre, es en esta hora palabra firme de la persona que ha aprendido a fiarse de Dios y no de sí. Que ha aprendido a desear el deseo de Dios en su propia vida. Una persona que, magullada y herida, sabe dónde está la salvación.

Imagen: Brigitte Tohm, Unsplash

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