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Testigos de Dios

Juan oyó hablar en la cárcel de la actividad del Mesías y le envió este mensaje por medio de sus discípulos: —¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús respondió: —Id a informar a Juan de lo que oís y veis: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia; y, ¡dichoso el que no tropieza por mi causa!  Mt 11, 2-6

Juan el Bautista está encarcelado por proclamar la Palabra de Dios. Es, por tanto, uno de esos discípulos de los que Jesús hablaba en el capítulo anterior. Y Juan, disminuyendo para que Jesús crezca (cf. Jn 3, 30), se pregunta acerca de Jesús. Sabe que su persona sabe a Mesías: se atreve a pensar que un ser humano que vive en la misma tierra que él, es el Mesías. Se atreve, más aún, a preguntárselo al propio Jesús, sin que la limitación y la fuerza de la cárcel le impidan seguir buscando a Dios y orientándose en su favor.

Nos dice también Juan, con su pregunta, que es posible que no lo tengas todo claro en relación a Jesús. Sí ves que sus palabras comunican a Dios, pero quizá te parece menos… que lo que pensabas, o más… que lo que pensabas. En cualquier caso, se lo preguntas al mismo Jesús, puesto que en él reconoces a Dios.

Cuánta importancia tienen las preguntas entre nosotros, los humanos. Cuando dejamos de preguntarnos, bien porque hemos perdido el interés, o la esperanza de entender, o de encontrar respuestas, empezamos a vivir con las palabras viejas, las de siempre, no hechas nuevas con cada pregunta, con cada nuevo interrogante, con el nuevo matiz.

Juan, encarcelado, sigue viviendo de la misma pasión por Dios que le atravesaba en el desierto, cuando predicaba y bautizaba y le seguían las multitudes. Juan, en la cárcel, sigue buscando a Dios, y sabe que no serán los barrotes ni los muros lo que le impida encontrarse con él.

Así envía a sus discípulos a Jesús. A esos discípulos suyos que llevarán la pregunta de su maestro, y aprenderán así a preguntarse: —¿Eres tú el que había de venir o tenemos que esperar a otro? La pregunta comunica una vida atravesada por la esperanza, por la espera, por el deseo. Ninguna referencia a la cárcel, ni a la propia liberación, ni a la propia justicia (¿recuerdas lo que decíamos en el capítulo anterior acerca de los discípulos?). Juan pregunta de lo que le importa: qué patente se hace aquí que su corazón no está encadenado, que su libertad consiste en consentir a Dios, que la justicia viene de sus manos. ¡Pasión de Dios, tan extraña y tan ardiente, en medio de nuestro mundo!

Y Jesús le responde a Juan con palabras de liberación: Id a informar a Juan de lo que oís y veis: ciegos recobran la vista, cojos caminan, leprosos quedan limpios, sordos oyen, muertos resucitan, pobres reciben la Buena Noticia; y, ¡dichoso el que no tropieza por mi causa! No busquemos a Dios en lo oculto, cuando lo tenemos delante de los ojos. Su liberación se hace patente en nuestras dolencias: en nuestras cegueras, en nuestras cojeras, lepras, sorderas, muertes, pobreza, increencia. Reconozcamos la liberación, y miremos al liberador. Echemos a rodar nuestras ideas del Mesías, si estas no nos permiten reconocer a Jesús. Echemos a rodar nuestras ideas de Dios, si nos estorban para reconocer la buena noticia que es y trae Jesús.

Juan, el hombre de fuego y de desierto, pasión de Dios, reconocerá en la respuesta de Jesús la respuesta que estaba buscando y vivirá, en adelante, del gozo por la llegada del Mesías. Vivirá, en la cárcel, dichoso por la salvación que viene al mundo por Jesús. Encarcelado, es libre por la fe. Enmudecido, es fecundo por su obediencia. Criatura, alcanza la plenitud de quien ha acogido el amor de Dios y lo ha derramado según su designio.

En esta entrada en que contemplamos a los testigos de Dios, honramos la vida de los hombres y mujeres que han vivido en nuestro mundo la pasión por Dios. Ese amor apasionado que les ha ido despojando de todo lo que no fuera el mismo Dios, en las formas en que Él ha querido ser servido.

Esta vida admirable es una vida posible para el que cree. Más aún: es la vida que Dios desea para nosotros, los creyentes.

Imagen: Matt Hoffman, Unsplash

2 comentarios en “Testigos de Dios”

  1. María Luisa Gutiérrez

    Descubro un nuevo rostro de Juan que me impacta. Veneración, admiración. Al mismo tiempo la tentacion de rechazo.
    ¿Qué será preguntar para creer?

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