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Testigos del Dios que viene

Lectura del libro de Isaías (35,1-6a.10)

Salmo responsorial Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10

Lectura de la carta del apóstol Santiago (5,7-10)

Lectura del santo evangelio según san Mateo (11, 2-11)

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»

Puedes descargarte el audio aquí.

La tensión que atraviesa los cuatro domingos de Adviento se hace más aguda este tercer domingo, o por decir mejor, nos orienta más directamente a lo esencial. Ahora, la espera del Adviento no se va a referir a los acontecimientos del mundo ni al anhelo de que éste sea más justo o mejor, sino que la espera se centra en anhelar a Aquel por quien todas estas promesas se realizarán: la primera lectura nos dice que vuestro Dios… viene en persona; la segunda lectura nos recuerda que la venida del Señor está cerca, y el evangelio nos muestra a Jesús como aquel en quien se cumplen las promesas hechas desde antiguo.

La tensión de las promesas se concentra, por tanto, en Jesús. Deseamos que nuestro mundo deje de ser el escenario de infinitas injusticias y sufrimientos, deseamos que toda la creación pueda cantar al Creador. Deseamos que venza el bien y que se haga justicia a los oprimidos. Deseamos que la sabiduría se haga presente en cada pueblo y en cada corazón. Deseamos que Dios sea buscado, conocido, amado y servido, y que todos los pueblos caminen a su luz. Ahora bien, a medida que nuestro deseo se intensifica y se purifica –por ese proceso que ha de padecer todo lo humano-, descubrimos que esa decantación del deseo se va centrando en desear a Dios por sí mismo, y no solo por todas estas cosas que efectivamente serían tan buenas.

Es más… empezamos a sospechar que si se despegan los ojos del ciego, si se abren los oídos del sordo y salta el cojo como un ciervo y canta la lengua del mudo, con todo lo grande que es, lo es porque nos mostrará que a la tierra ha llegado la salvación de Dios. Empezamos a sospechar que esto tan grande será grande si el ciego, el sordo, el cojo y el mudo llegan a entusiasmarse con Dios por ello.

A la vez, cabe el riesgo de que olvidemos, porque tardan, las promesas tan enormes que se nos anuncian. Por ello parece que, a medida que pasa el tiempo, la inminencia de la promesa viene a reforzar nuestra esperanza, para que no decaiga por el paso del tiempo o el cansancio.

Empezamos así a anhelar a Jesús, nuestro Salvador, que según la palabra del profeta, viene en persona, os resarcirá y os salvará. Deja a tu corazón alegrarse con esta promesa. No racionalices, pensando que esto fue en los tiempos antiguos, para las gentes del pasado, mucho más crédulas que nosotros; no te acoraces frente a la esperanza, diciendo que por qué Dios se va a interesar por tus heridas, por tus penas, por tus pecados, por tus problemas. Más bien, deja que tu corazón cante, una y otra vez: viene en persona, resarcirá y os salvará, de manera que esta palabra consoladora, plena de promesas, vaya visitando las oscuridades de tu vida, de tu corazón, de tu mundo, del mundo. Deja que esta palabra bendiga y salve. Y proyecta, como hace el texto, la vida que vendrá en su lugar, cuando esté ya el Señor: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

La primera lectura nos ilumina también sobre algunas situaciones existenciales que se pueden dar en relación a la promesa:

  • Por un lado está la alegría: la alegría loca, que alcanza incluso al desierto y al yermo, al páramo y a la estepa, a toda la realidad. Toda la realidad, la creación y los seres todos salidos de las manos de Dios, estamos hechos para alegrarnos locamente con la venida del Mesías –nos suele costar experimentarlo, pero la verdad es que no hay nada que dinamice la vida como la alegría de estar con Dios, de esperar a encontrarnos con Él-;
  • A la vez, otra experiencia humana familiar al tiempo de espera es el cansancio: las promesas son enormes, pero la estrechez de corazón y de mirada propia de nuestra condición hace que a menudo nos cansemos de esperar. Frente a este cansancio, al desaliento que encontramos en nuestro caminar, también somos advertidos por el profeta. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios… viene en persona, resarcirá y os salvará”. También la carta de Santiago, en la segunda lectura, nos da instrucciones contra el cansancio, en la persona de los testigos que han sabido vivirlo bien.
  • Ante estas actitudes que se dan en nosotros, encontramos a otros seres humanos que siguen manteniendo la tensión y así, nos salvan. Este tercer domingo de Adviento nos enseña también a esperar a Jesús a través de los testigos: los testigos son los hombres y mujeres que otean el horizonte buscando las señales de Dios. Son los hombres y mujeres que, una vez que reconocen dichos signos, se entregan a ellos con toda su vida. Por eso, los testigos hacen visible, encarnan, anticipan y traen el sabor de su presencia en nuestros días.

Como ellos, hemos de permanecer en la historia atentos a las señales, también cuando todo está oscuro, cuando se nos hace largo… así, vamos aprendiendo, en medio de la historia, a vivir de las promesas.

¡Por cierto! Hoy celebramos a María Inmaculada. ¡Que tu corazón celebre también en este día a la que ha llevado en su vientre al que esperamos con tanto amor!

En el evangelio, Jesús, el Mesías, el Ungido, el Hijo de Dios lleva a plenitud lo que anunció Isaías. Aquellos anuncios de salvación a los ciegos, a los sordos, a los cojos y a los mudos, se han realizado en Jesús. Así responde a los que Juan el Bautista, que desde la cárcel sigue atento a servir a Dios, ha enviado para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? No se trata de seguir a cualquiera. Es necesario interrogarse, discernir, y entregarse después, avanzando por el camino que el discernimiento nos ha mostrado.

Jesús, cuando le preguntamos, nos responde mostrándonos que en él se cumple lo que había anunciado el profeta: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!

Efectivamente, en Jesús se cumplen las palabras de Isaías, y de este modo manifiesta que en él se están realizando las obras de nuestro Dios, que viene en persona a resarcirnos, a salvarnos. No te escandalices de Jesús porque lo que hace te parezca enorme o inquietante o desconcertante. Cree en las promesas, que ahora se están realizando. Ahora se realizan dichas promesas como se realizaron en tiempo de Jesús, y nos va la vida en creer en él por las obras que hace: ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!

El evangelio nos muestra a Jesús, hecho hombre, encarnando en sí mismo el horizonte de aquellas promesas y su realización, llenando de esperanza los corazones de los que se encuentren con él. Y nos muestra a Juan el Bautista como profeta que otea su época interrogándose sobre el “sabor a Dios” que reconoce en algunas personas, en algunos hechos, para entregarse a toda realidad suscitada por Dios. Poco importa que Juan esté en la cárcel: el vigor de su fe, de su esperanza, de su amor son mucho mayores que las condiciones materiales en que se encuentra. Esto también es sabor a Dios y vida suya.

La carta de Santiago, en la segunda lectura, nos orienta también hacia los testigos: los testigos son todos aquellos hombres y mujeres que viven su vida esperando la venida del Señor. Los profetas, ejemplo de sufrimiento y paciencia, y también los hermanos de la comunidad cuando, teniendo ante los ojos la venida del Señor, no nos cerramos en nuestros egoísmos, justificaciones, temores, sino que nos abrimos a los hermanos incluso hasta el punto de llevar sus cargas, que son tantas. Los profetas nos han dado ejemplo de ello, mostrándonos que la vida humana es capaz de manifestar a Dios cuando refleja en sí misma el modo de actuar de Dios. Y es que los que viven habitados por Dios lo reflejan en que pueden esperar con paciencia la venida del Señor, y viven para ella. La tensión del Adviento se presenta aquí como síntesis de espera paciente que se entrega con ardor a amar lo concreto, pues sabiendo  que la venida del Señor está cerca, busca acoger en sí la acción de Dios. Como los profetas, que descubren el más de Dios reflejándose en el aquí concreto, así los creyentes, por la fuerza del Espíritu, reflejamos, en nuestra paciencia, fortaleza, espera concretas que podemos ver en ellas la presencia del Señor, que viene, y vivimos de esta síntesis que hemos dado en llamar ya, pero todavía no. Esta síntesis da a nuestras vidas creyentes una densidad por la cual lo concreto y cotidiano se comprende a la luz del amor del Señor que está presente en todas las cosas y se manifestará un día plenamente. Ese día… qué grande es la vida si vivimos bien arraigados en el presente, a la vez que vivimos orientados hacia ese día.

En todos los casos, hemos ido viendo que la indicación concreta que conviene en cada caso nos orienta sobre la necesidad de tirar, sacar, echar de nosotros aquello que no es apto para recibir la promesa. De este modo, vivimos atentos, entregados a las promesas.

Otear el sabor a vida, discernir para reconocerla en medio de la ambigüedad de lo cotidiano, reconocerla como luz en  medio del dolor, caminar junto a los testigos que ya reflejan esta presencia de Jesús en sus vidas nos ayuda a permanecer en nuestra esperanza, anhelando que el Señor venga a nuestras vidas de modo más pleno en este Adviento.

Mira a tu alrededor. Reconoce a aquellos creyentes que manifiestan la presencia de Dios en ellos, y deja que su vida sea estímulo en tu caminar. Aprende de ellos a esperar a Jesús. Por tu parte, desea ser para otras personas testigo de esa presencia del Dios vivo, del Dios que viene a totalizar cada vez más nuestra vida.

¿Cómo lo harás? De nuevo, la oración aparece como camino para este mirar que no observa ni analiza, que no se apropia y que tampoco se distancia… ese mirar que mantiene la distancia y se vincula a la vez, que desea ser y reconoce lo que aún no es… la oración, lugar de verdad y de súplica, es espacio apropiado para que la Palabra que en este domingo se nos proclama sea, en tu vida, palabra-vida.

La imagen es de Pixabay

2 comentarios en “Testigos del Dios que viene”

  1. Muchas gracias por esta palabra y por el audio, ayuda mucho escucharlo. Que lo vivamos y lo esperemos así, por nosotros y por los que se nos confía pedir.

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