En este caso, la entrada de esta semana trae una historia real. Entiéndeme… la Palabra de Dios que leemos cada semana es lo más real de todo, aunque a veces nos resulta más lejana porque nosotros estamos lejos de esa vida enorme, verdadera, plena.
Nos resultan más cercanos el fuego de Moria, los agobios para llegar a fin de mes, o la muerte.
Hoy te traigo una historia de muerte. Y de vida, que es lo que hace elocuente la muerte. Una historia real de hace pocas semanas. Me la ha contado una mujer -llamémosle Arantxa-, amiga de otra, de la que protagoniza esa vivencia llena de luz y de maravilla -llamémosle Rosana-. Solo la voy a copiar. Luego, puedes detenerte y fijarte en aquello que será la mejor lección para ti.
Agradecidas a Rosana y a Arantxa por transmitírnosla.
El jueves pasado, poco antes de acostarme, me llamó mi amiga Rosana y me dijo:
“Arantxa, llamo para despedirme. Me voy al cielo”.
Yo le dije:
“¿Eso es así? ¿ya?”
Me dijo: sí.
Estuvimos hablando de las opciones que le había ofrecido su doctora: quedarse en casa con atención domiciliaria para cuidados paliativos o ingresar. Siendo fin de semana, lo más acertado era ingresar. Que era lo que ella había decidido, y yo solo se lo confirmé como mejor opción. Al terminar, llorando me dijo, “por favor, ven mañana a verme al hospital”.
Al terminar esta mini conversación, pensé:
– ¡Madre mía, deja a 5 hijos! La mayor tiene 22 años y la pequeña 14. ¡Con lo importante que es para mí mi madre, aunque tenga alzhéimer!
– ¡Cuántas cosas hemos compartido en estos 3 años de cáncer y cuando le he acompañado en la quimio!
– ¡Cuántas cosas he aprendido con ella y su familia! Porque en este tiempo, también han estado ingresados dos hijos suyos con alguna que otra complicación.
– Ella y su marido, han sido los que han llevado los campamentos de la parroquia durante muchos años. Han llevado a mis sobrinos de niños, de premonitores y monitores. Y han sido un ejemplo de fe para ellos.
Ayer fui a verla a hospital. Estuvimos hablando un rato y también llorando en algún momento.
En este proceso de enfermedad, un día me comentó que estaba angustiada por cómo sus hijos vivían su enfermedad.
Recordé que mi hermana me comentó cuando tuvo el último aborto (hace ya 10 años), que cuando terminó el proceso de recuperación, que fue largo y con complicaciones, hizo una comida especial y comiendo, preguntó a todos cómo habían vivido este proceso. Cada uno desde su forma de ser fue hablando.
Le conté esto a mi amiga. Y lo hicieron. La sorpresa fue todo lo que hablaron.
Ayer me contaba que recordando esto, el jueves en la comida, dijo a sus hijos que se iba al cielo. Y esta vez, sacaron cervezas y coca colas. Antes de ingresar en el hospital, rezaron todos juntos laudes, el sacerdote de la parroquia le confesó y celebraron la unción de enfermos. ¡Se ha ido bien preparada al hospital!
Para mí ha sido un regalo estar acompañándola, escucharla, reírnos y llorar juntas, almorzar juntas los días de la quimio… El ver la fe de su marido, y los ratos que hemos compartido, su entereza…
Al día siguiente, fui a verla, hablamos un ratito, lo suficiente. Y después de despedirnos y darnos largos abrazos, dijo: “todo para bien” y “Dios sabe”. Vive, me dijo para terminar.
Esta experiencia de acompañar a Rosana hace que disfrute más de la vida y me pregunte frecuentemente dónde estoy poniendo el centro de mi vida, que es lo verdaderamente importante.
Imagen: Mukul Wadhwa, Unsplash
Qué lección! Me quedo con las últimas palabras: Dios sabe y Vive! Es importante que nos demos cuenta de dónde ponemos el centro de nuestra vida.
Gracias Teresa
“todo para bien” , “Dios sabe”, a traves de estas frases Dios me reconfirma que lo mejor que debo hacer en medio de cualquier situacion es abandonarme en El y su Voluntad. Su sabiduria sabe como mover los hilos de mi vida para mi bien y para su Gloria.
¡POR LA VIDA!