Me llegó ayer este vídeo de Iker Jiménez, Diabólica Anestesia[1]. Dice que los medios de comunicación nos han acostumbrado a demasiadas noticias malas, a demasiado dolor de cerca y de lejos, y eso ha hecho que ya no veamos, ya no sintamos, ya no nos dejemos alcanzar. Protegidos en la ilusoria creencia de que eso siempre pasa a otros, y que seguiremos contemplando esas imágenes con indiferencia hasta el fin de los días. Iker dice que no sabe qué se puede hacer con esto, pero propone al menos caer en la cuenta, reflexionar sobre este grave hecho de nuestra “diabólica anestesia”.
Es verdad que esto nos sucede, y es verdad que requiere reflexión. La mía, mi reflexión, mi experiencia, mi reacción ante esto es lo que quiero contaros hoy.
No es lo mío pensar en qué habría que hacer a nivel de medios de comunicación. Sé que es complejo, y no me parece causa, sino consecuencia de un malestar más radical que nos afecta como sociedad. Tampoco me veo movida a hacer esa reflexión a nivel educativo, que también es necesaria, pero no es mi ámbito. Parece más necesaria aún que la primera, por estar más cerca de las personas, de la raíz, pero tampoco va al centro de todo. No, mientras no sepamos qué hacer. Lo primero es saber qué hacer.
No es que la solución sea fácil. Cuando Iker decía que él no conoce la solución… está claro, no es fácil. Y sin embargo, a medida que escuchaba y también después, se me fue iluminando una respuesta, la mía. No pretendo ser maestra de nadie, pero humildemente, tengo una propuesta, y la dejo aquí, para que sirva a quien sea.
Una propuesta humilde, digo en el título. Una propuesta humilde como el Nacimiento. Una propuesta que me parece que puede aportar. Y lo que creo es… que a las propuestas humildes, Dios las da su fecundidad.
Lo primero que creo que hace falta, ante estos grandes problemas de nuestro mundo, es tener los ojos, y más el corazón, abiertos, no protegidos. Que te dejes alcanzar por lo que viene, por lo que hay. Aquí ya viene la primera matización. Este primer paso, que es el primero para vivir en este mundo, requiere haber hecho mucho camino de no cerrarse a la propia verdad, a la verdad violenta o destructiva que nos rodea… sólo por este camino de apertura abres los ojos a las realidades dolorosas de nuestro mundo.
2.Después de este reconocimiento hace falta ser humildes. Ser humildes en dos sentidos.
- La primera reacción que nos sale cuando, ante tantos males, vemos que nos anestesiamos, que no soportas, que quieres olvidar, es culpabilizarte porque no puedes, porque no te dueles más, porque no haces más, etc. Cuando haces esto, estás engañándote sobre ti misma: puedes lo que puedes, y castigándote por no poder, no harás sino bloquear tu capacidad actual de apertura, sea la que sea. Aquí hace falta humildad para reconocer que no lo podemos todo, sino solo “algo”. Afrontar ese algo acalla la culpabilidad insana y te posiciona en apertura hacia lo que sí puedes –ahora, abierto, tendrás que descubrir qué es-.
- La segunda forma de humildad es más bien emocional. Es aquella por la cual justificas tu anestesia diciendo “es que soy muy sensible y lo paso fatal con estas cosas”. Te has echado un piropo, te lo has creído, y eso te justifica para cerrar los ojos ante los males que te vengan. La humildad aquí pasa por reconocer que tu sensibilidad está mal orientada cuando te cierra a los demás. Habrá que trabajar sobre esa sensibilidad tuya, habrá que sensibilizarla en favor de los otros, de los que tendrán que procesar después sus sufrimientos porque ahora se enfrentan a la traición, al hambre, a la muerte, al golpe inesperado, a la separación de los suyos. Ante esto, tu sensibilidad tiene que abrirse camino hacia los otros, o no vale para nada.
La humildad permite reconocer qué puedes y qué no, y te abre a reconocer lo que puedes hacer, te propone hacer “algo” porque no puedes mirar “a todo”, y te reorienta hacia la vida en vez de detenerte en las justificaciones que te separan de ella. La humildad de reconocer tu verdad y dar un paso pequeño, pero real, desde lo que hoy puedes vivir. Quizá sea poco, pero es más que la “nada” en que te cierra el ideológico “una más de este horrible mundo” o el egocéntrico “es que lo paso fatal”.
Si reconocemos nuestra verdad, por pequeña que sea, por pequeña que nos parezca, podemos avanzar.
3. Y nuestra verdad nos sitúa en algún lado en relación al dolor, al mal, a la muerte. La verdad guiará el siguiente paso. La verdad de nuestro rechazo a todo dolor, pero también, quien se atreva a reconocer lo que llevas dentro, la vinculación con algún tipo de dolores. Por la razón que sea, hay dolores que te llegan más, dolores que, sin saber por qué, te escogen, te llegan. Dolores con los que te sientes vinculado.
Quizá descubras que tu corazón está con los refugiados de los campos de Calais, aquí al lado. O que está con tantos niños robados, o con la esclavitud infantil o los niños que por otros motivos nunca han podido ser niños. Quizá descubres que te aterran, pero también te llevan a suplicar a Dios, los atentados terroristas. O que sí, que todo esto es enorme y es muy grave (al decirlo, ya no cierras los ojos, ya no te justificas), pero que lo que atraviesa tu corazón son las personas que viven solas, que no tienen a nadie para contar una pena o una alegría, o los que llevan años en el paro, o los ancianos que no pueden salir de casa porque no pueden bajar solos las escaleras y no tienen a nadie que les ayude. O los secuestrados. O los que están en la cárcel. O las mujeres que padecen maltrato o a las que no se les ha recompuesto la vida después de aquella violación. O te pesan los niños no nacidos o las penalidades que padecen los migrantes o…
Tu corazón ha descubierto dónde amar, y eso lo cambia todo. Supongamos que lo reconoces, que reconoces esa vinculación doliente que hay en tu corazón. La reconoces, y ya no cierras los ojos. Ya no te justificas. Ahora, te implicas. Empiezas a experimentar que en la vida somos con otros, somos para otros, y te entregas a algunos de esos “otros”, los que te tocan por dentro, como solemos decir. Reconociendo que no puedes a todos, y también que no te toca a todos. Reconociendo que puedes poco. Eso sí, entregándote todo lo que puedes en servicio de aquellos que han alcanzado tu corazón. Y como siempre es poco, nunca te detienes, tu corazón no se detiene. Y como descubres que se trata de amar, el corazón desea más. No sólo a los de tu familia, aunque cuando toque nos centremos en ellos, sino que en tu corazón caben más personas cada vez, no sólo como deseo, sino que, en la realidad de tu vida, vives con ellos, vives para ellos.
Desde ahí, cuando miras las noticias, cuando escuchas tantas penas, tantas desgracias, conectas con lo que miras, con lo que ves. Y lo haces desde la comunión en que vives con aquel dolor que se ha hecho tuyo (tuyo de un modo en el que no importa mucho si tienes salud o no, fuerzas o no, porque lo uno como lo otro pueden servir, pueden hacerte comunión con otros, con esa porción de dolor en nuestro mundo con la que vives comprometida). Ya no te justificas porque no puedes llegar a todo, porque estás en lo que te toca y confías en que Dios, que lleva muy bien nuestro mundo, está despertando otros corazones para colmar esa realidad, para llevar consuelo. Y tú, despertándote por el encuentro con ese dolor, bajas al fondo, a Dios, y le suplicas por eso, y recibes nuevas fuerzas para entregarte a lo que te toca, porque del corazón de la muerte, cuando entramos en comunión con él, brota una vida misteriosa.
4.Cuando vives así, puedes mirar los dolores de nuestro mundo porque tú tienes otra mirada y otro corazón. No es que no te desborden, no es que no te sobrepasen, pero no te desesperan, ni te angustian. Pero descubres que no te matan la esperanza. No los esquivas, no los niegas. Es más… llevas para siempre el dolor en el corazón, porque los que amas sufren, pero el dolor no es excusa para defenderte de él, sino acicate para que mitigarlo en ellos, cuyo sufrimiento te importa tanto. No te rebelas contra el mundo, como no sea desde la palabra profética, esa que grita desde el compromiso, desde la urgencia amorosa que anhela que se cumpla, para cada ser vivo, aquello que todas las personas y todas las cosas son: la llamada a ser plenas, bellas, buenas, como salieron de las manos de Dios. Tu mirada se ha hecho capaz de resistir el dolor, por lo menos algunos. Y los males con los que no puedes, reconoces que no puedes –de nuevo, humildad que nos fundamenta en la verdad-. No niegas que son dolores, y tu reclamación para que alguien se ocupe de ellos la haces desde tu propia implicación, más entregada, más amorosa cada vez.
Cuando vives así, tienes confianza. Tienes alegría de fondo. Una alegría que convive con el dolor, pero no por eso es menos alegría. Una alegría que tiene que ver con que Dios ya ha vencido sobre todas las cosas, y ahora estamos en el tiempo en que hemos de llamar a todo lo que vive a que viva, a que participe de esta vida. Estamos en el tiempo de la batalla contra el mal, pero eso no hace menos real la victoria hacia la que nos encaminamos. Eres con otros, eres comunión porque nuestro Dios, que te habita, es comunión y nos hace comunión, que es el camino de la vida.
5.En el día a día, todo esto tan enorme tiene una forma muy pequeña. Una forma tan pequeña que si la miras aislada, no puedes ver. Hace falta este arraigo en nuestro Dios que nos fundamenta (algunos dicen el Fundamento o el Todo, pero sin duda, están fundamentados en la confianza en algo o alguien más grande que nos sobrepasa, nos sostiene y nos da sentido) y que puede sacar, hasta de la muerte, vida de la mejor calidad.
Esta misma propuesta, que me da sentido en medio de tantos males, es humilde como el Nacimiento: igual que en un niñito recién nacido solo la fe puede ver la magnífica victoria de Dios que llegará a través del dolor y la muerte, así en esta propuesta humilde que vale para vivir cada día, sé que se puede cantar de gozo –a condición de no ignorar el mal, el pecado, la muerte- en medio de nuestro mundo transido de dolor.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=BYAwLqL_mCc
Es verdad, también yo me siento interpelada por tantas formas de mal que hay en nuestro mundo. A veces te llevan a sentirte impotente y a suplicar al Dios de la Vida para que nos transforme el corazón y la mirada. Mirar con esperanza, como dices, sabiendo que Jesús es el Señor de la Historia, que todo está en su mano. Desde ahi me gusta pensar o sentir que ante tanto mal, la vida ha de brotar de algún modo silencioso y de forma muy discreta.
Creo que la magnitud de esas voces no ha de acallar nuestros esfuerzos solidarios y de lucha por un mundo mejor y mas justo. Quizás en las pequeñas opciones de cada dia ycomenzando por nuestro entorno cercano, y si podemos ampliando en circulos concéntricos, hasta abarcar a toda la humanidad doliente.
Me gusta pensar y sentir que nos vivimos en comunión, mejor, que somos comunión. Que los dolores deotras personas, los dolores del mundo… son mi propio dolor. Asi le pido al Señor ¿que puedo hacer para paliar tanto sufrimiento? Siento que me va dando respuestas.
Creo que estamos en un momento importante d toma de consciencia, no podemos esconder la cabeza y menos el corazón ante el dolor de nuestros hermanos.
Creo que seria bueno que fueramos creativos en la respuesta, buscando responder no solo a nivel personal sino colectivo.
Pensaba estos dias, teníamos que estar todos en la calle para dolernos por la masacre en Siria, por ejemplo, en vez de estar en los centros comerciales.
Ojalá El Señor nos ilumine para despertar y actuar con esperanza. No debemos dejarnos anestesiar. No podemos.