Lectura del libro del Apocalipsis (11,19a;12,1.3-6a.10ab)
Sal 44,10bc.11-12ab.16
1ª carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,20-27a)
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56)
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En el calendario que hay sobre mi mesa de trabajo leo que el 15 de agosto se celebra “la Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos”. ¡Qué cosa! me digo. ¿Qué es esto?, ¿qué hay aquí que se anuncia de una forma tan solemne? Porque cuando los seres humanos nombramos así las cosas, es porque con esa rotundidad queremos expresar la importancia de aquello a lo que hacemos referencia, ¿y qué será eso tan importante?
Una vez escuché en un taller de formación, en el que participaba, que la vida de Jesús era la única vida que ya había sido juzgada y de la cual conocíamos el parecer de Dios, es decir, de la vida de Jesús conocemos lo que Dios dice de la misma. Así como sobre cada una de nuestras vidas pende una palabra de Dios, sobre la vida de Jesús Dios ya se ha manifestado. Y sabemos que es una vida que le ha complacido totalmente, porque le ha servido, le ha respondido y sobre todo porque le ha amado y sobre la cual Dios ha pronunciado su palabra definitiva: la VIDA.
Con el tiempo he ido viendo que la fe de la Iglesia extendía esta misma afirmación, no en la misma medida que en Jesús (“primero Cristo como primicia, después todos los que son de Cristo” como nos dice Pablo en la segunda lectura), a la vida de María. Cuando pienses en la fe de la Iglesia, no pienses por favor en un grupo de sesudos y acartonados señores que se sientan para determinar lo que se debe o no creer, sino que la fe de la Iglesia es como una corriente de verdad que el Espíritu de Dios va desplegando. Y si el Espíritu ha mostrado esto, entonces la vida de esta mujer ha sido grata a Dios hasta el extremo de resucitarla colmándola de esa manera que la Iglesia proclama de una forma tan radiante. En su vida podremos reconocer las claves de lo que para Dios significa vivir una existencia plena. Esto puede iluminar nuestras vidas para orientarlas hacia ese mismo lugar. ¡Tenemos ni más ni menos, acceso a reconocer bajo qué luz mira Dios nuestras vidas!
¿Reconocemos las claves de la vida de María en las lecturas de este domingo? ¿Qué hay de excelso en la vida de esta mujer?
Lo primero que nos encontramos es con una historia. No se nos cuenta una leyenda o relata un mito, sino algo que ha acontecido y en eso que sucede Dios se va a manifestar. Vemos que María se pone en camino hacia la casa de su prima Isabel, que no estaba precisamente cerca sino en una región distante de Nazaret. Lo que vemos es que María no parece guiarse por los criterios que a nosotros normalmente nos regirían (¡cómo vas a hacer semejante viaje siendo mujer tu sola por las montañas estando además en estado! No es el momento más oportuno la verdad). Pero es que en María impera otra lógica: la del Espíritu de Dios. El Espíritu la levanta y la encamina y lo hace “deprisa”, con el ardor y la premura que anima a los creen, a los que esperan, a los que aman María entra en casa de Isabel haciéndolo llena de Dios y Dios la ha podido llenar, porque María estaba vacía de todo aquello que impide que Dios nos haga suyos. Y la vida misma de Dios se cuela a través de María convirtiéndose en bendición para Isabel, que iluminada por el mismo Espíritu, reconoce quién es María “la madre de mi Señor”, nombrándola por su nombre más profundo y verdadero.
Ambas mujeres se abrazan y no lo hacen de cualquier manera, sino que en comunión, porque es Dios quien las vincula revelándose así como habríamos de encontrarnos los seres humanos: en una honda armonía que desde lo que Dios hace en ti te unes al otro. Isabel bendice a María y los cumplidos de Isabel no la envanecen ni tampoco los niega, lo cual saca a la luz una profunda humildad (“porque ha mirado la humildad de su esclava” dirá más adelante) y una grandísima libertad a la que ni los halagos ni la conciencia de haber sido elegida consiguen someter. Isabel felicita también a María diciéndole “dichosa porque has creído”. Vemos que el fundamento de la alegría de María y lo que ha posibilitado todo ha sido la fe (no su empeño ni determinación), sino haber creído (haber consentido en que Dios SEA).
María responde a todo esto que recibe y lo hace cantando (yo me la imagino hasta danzando bajo la mejor de las músicas: el Espíritu de Dios) y como Dios ocupa en ella el lugar que a Dios le corresponde: ser el centro de todo, María se deshace en adoración a Dios. Se sabe bendita y sabe que lo que Dios ha hecho en ella tendrá una proyección inmensa, a la medida de Dios. No se vuelve sobre si misma (aquí no hay ni un nanogramo de ego) ni tampoco se hace de menos. La alegría coge además en ella la dimensión, por decirlo de alguna manera, “justa” y es que como vive con el corazón descubierto las alegrías y también las penas, serán vividas con la hondura y verdad que les corresponde. En su canto, María, manifiesta que Dios le ha revelado sus secretos y cómo actúa Él en la historia y todo esto nace de tener con Dios una relación de intimidad en la que ella vive abierta a la realidad y en esa realidad Dios le va mostrando su acción de amor en favor de los pobres, de los humildes, de los hambrientos. Y ante eso que reconoce, María celebra que Dios tenga ese corazón que prefiere y opta por sus hijos más necesitados, gozándose de las mismas prioridades que Dios. Su corazón y el de Dios se asemejan. Tenemos a una mujer transida por Dios ¿lo ves? Que no solo se queda extasiada por lo que Dios es en un momento determinado, sino que esto le lleva a comprometerse y así vemos que se quedó con Isabel unos tres meses, dedicando este tiempo a permanecer junto a su prima, en el lugar que Dios la ponía en ese momento.
¿Y cómo reacciona Dios ante alguien que le responde y le ama de tal manera? Literalmente se desborda y este desbordamiento es reconocible en todas las lecturas de este domingo. Dios se comporta con ella como un enamorado “prendado está el rey de tu belleza”, dice el salmo y la llena de regalos extraordinarios que solo Dios puede dar “una mujer vestida de sol, con la luna a sus pies…” saliendo en su defensa frente al mismo mal (“el dragón”) como nos dice la lectura del Apocalipsis.
Y aún falta por mencionar algo mucho mejor. Dios no nos da la vida de María para que la contemplemos y nos quedemos simplemente maravillados, sino que desea concedernos a cada uno de nosotros lo mismito. Recibe por ello todo esto como si fuera una promesa de amor que Dios te hace y reconoce la alegría que experimenta tu corazón cuando ves a alguien vivir así y lo deseable que se nos hace esta vida. Celebremos pues este día de fiesta magnífico y pidamos esta vida resucitada que hace ya real, aquí y ahora, ese cielo que Dios ya ha regalado a una de nosotros, María de Nazaret.
Imagen: Blog
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El comentario es de Fran Alegría
Que alegría leerte, Fran. Muchas gracias por acercarnos a la persona de María a través de este domingo. Pido humildad para mi y para todos los que queremos reflejar a Dios. Es posible, Maria lo hizo 🙂
Qué regalo que nos compartas este comentario y nos abras asi la Palabra y lo que se nos llama a celebrar y vivir,Fran.
Gracias. Gracias por hacerlo así, transmitiéndonos de forma tan limpia y gozosa lo que significa para ti.