fbpx

Una vida que dé vida

Lectura del libro del Deuteronomio (26,4-10)

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (10,8-13)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,1-13)

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»
Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”.»
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.»
Jesús le contestó: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”.»
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”.»
Jesús le contestó: «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”.»
Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Puedes descargarte el audio aquí. En los domingos de Cuaresma, es Raúl Tamarit quien nos presta su voz y su fe para escuchar las lecturas. ¡Muy agradecid@s por ti, Raúl!

Cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo. Esta frase, dicen que de un proverbio chino, expresa sarcásticamente una actitud que, nos guste o no, retrata el modo de estar en la vida que tenemos muchas veces.

Y es que… ¡¡cuántas veces la mirada se nos queda prendida en lo inmediato, sin poder ir más allá!! Máxime cuando “el dedo”, eso que tenemos inmediatamente ante los ojos, resulta para nosotros tan importante: así, te quedas dando vueltas al si reclamarás esos cinco euros que has pagado de más, a pesar de no necesitar ese dinero y no ser la cosa importante; y te preguntas si, no habiendo respondido a esa broma, es que no sabes hacerte respetar; o te “enganchas” interiormente a una frase que has dicho que no es la que querías decir y que te parece que te hace quedar como…

… tener, poder, querer o querer ser… dioses que seducen nuestra mirada y nuestro corazón y no nos dejan ir más allá. Sinceramente, ¿cuántas veces a la semana, no, al día, te ves enganchado/a por alguno de ellos? ¿Te extrañas de que la vida resulte tan angustiosa, sentirte encorsetada, sin dinamismo? Es lo que tiene mirar y vivir en un ámbito pequeño…

Jesús, que se ha hecho hombre y ha vivido entre nosotros, nos enseña, en primer lugar, a mirar. A mirar con amplitud, de modo que la mirada no se nos quede prendida en lo que brilla, en lo que atrae, en eso que te engancha el corazón. Porque si entregas el corazón a una de esas cosas que invaden tu horizonte inmediato, si no vas más allá, tu corazón y tu vida quedarán atrapados por ese horizonte estrecho que te impide alegrarte incluso de eso que llamas “tuyo”.

¿Conoces esta sensación?

Jesús, en cambio, tiene en el corazón al Padre. Ama sobre todas las cosas la voluntad del Padre, y a cada oferta que le hacen, a cada cuestión que le presentan, su corazón responde, aunque cambien los modos, una sola y la misma cosa: el Padre. Su mirada es amplia y atiende a lo que está más allá: es desde lo que está más allá, desde lo absoluto, desde lo definitivo, desde lo estable, desde el Amor, como mira a lo que está aquí. Justo al revés que como hacemos nosotros. Y como veremos, mucho mejor.

A nosotros no nos pasa así. A nosotros, si nos ofrecen pan después de unos días de pasar hambre, nos vemos tan completamente sometidos por el hambre que perdemos la perspectiva y no vemos más: ¿qué no darías, qué no harías, qué no dirías en ese caso para calmar tu hambre, que te domina entero? ¿Qué no harías si tuvieras, además, capacidad para ello? (dile a esta piedra que se convierta en pan).

La respuesta de Jesús: no solo de pan vive el hombre, no niega que en algunos momentos podemos sentir la carencia acuciante de algo necesario, pero también en ese caso, lo primero es su vinculación a Dios, a quien ha ofrecido ese tiempo en el desierto, lleno del Espíritu Santo. Su ser Hijo de Dios no le justifica para hacer un milagro en su favor, sino que le lleva a querer la voluntad del Padre por amor… relativizando así incluso una necesidad básica, como es el hambre.

Aprendemos de Jesús otro modo de ser humanos: no aquel en que antepones a todo tus necesidades materiales y te sientes justificado para que tu ciego deseo se imponga sobre cualquier otra cosa, sino otro en el cual descansas en la comunión con el Padre de modo que, incluso en los momentos en que la naturaleza te tienta para usar los dones en tu favor, antepones Su palabra, Su voluntad, a todo lo demás (y resulta que ahí vamos descubriendo una vida enorme).

Veamos qué estrechamiento produce la segunda tentación. Nosotros, si recibimos poder en forma de responsabilidades, en forma de capacidades o habilidades, en forma de recursos económicos o culturales, entendemos “naturalmente” que ese poder “es mío y lo uso como yo quiera” (es la misma lógica que usa el tentador, si te fijas). Y para lo que lo solemos usar, ese “yo quiero”, suele ser para “mí y los míos”, muy habitualmente. Por eso, cuando alguien nos arrebata espacios de poder, sentimos que nos ha herido en lo nuestro, en lo “mío”. Cuántas veces nos vemos apropiándonos de más poder, de más reconocimiento, con un argumento parecido al que está en la base de esto: “este poder yo lo voy a usar bien, no como otros”. Fíjate si Jesús, ante la tentación de recibir el poder y la gloria del mundo, no podría haber dicho eso y mucho más… Jesús no lo ve así. Jesús, consciente de que lo ha recibido todo del Padre y sabiendo que toda la vida viene de él, no responde consintiendo en apropiarse, sino adorando a Dios. De nuevo, ve más allá del deseo de poder. Ve algo que es más que el poder y que solo se experimenta cuando se renuncia a ser Dios: ese encuentro con Dios que llamamos adoración… la forma más gratuita, más alegre y más libre de amar.

Aquí no es solo que la persona renuncie a tener lo que “necesita” porque desea a Dios más que el pan para comer, sino que renuncias a la apropiación, a todo poder, para hacerte siervo del único Señor.

El tentador lo sigue intentando: quizá sea posible que Jesús, el Hijo de Dios, quiera hacer un milagro a la vista de todos para que creamos. ¿No es el Hijo de Dios? ¿No ha venido a anunciarnos la buena noticia? ¿No haría “lo que fuera” para que creyéramos en él?

Pues no. Si te quedas en lo inmediato, en “el dedo”, quizá parezca que sí, que este milagro a la vista de todos, que no beneficia a Jesús sino que contribuye a la misión que le ha encomendado el Padre, sería algo muy bueno… para nosotros esto sería bastante tentador, ¿no es verdad?

Sin embargo, el horizonte de Jesús, ya lo vamos viendo, no es ni “su” hambre, ni “su” gloria, ni “su” misión. Jesús no tiene otra voluntad que la del Padre, porque no se fundamenta en sí, sino en la relación con el Padre. Su vida descansa en la relación, en el amor del Padre, y eso le permite ver todo lo demás –el tener, el poder, la misma misión recibida del Padre- en función de la voluntad del Padre. Solo eso importa, porque el Padre es la Verdad, y el Amor, y la Vida.

Así lo ha visto Israel, como nos describe la lectura del Deuteronomio. Siendo un pueblo pequeño y sometido, “clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. Israel, año tras año, en tantas situaciones como se encontrará, no va a olvidar esta fidelidad del Señor. En vez de resignarse a la mirada estrecha de quien no se tiene más que a sí mismo, cabe esta mirada amplia que reconoce la fidelidad del Señor y descubre en ella que de Dios nos viene todo lo que necesitamos para vivir: en medio de las dificultades, él nos sacó con mano fuerte y brazo extendido… y no solo eso, sino que Él nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Israel no ha olvidado que el Señor los salvó en el momento de la dificultad y les regaló esta tierra… por eso, cada año los israelitas ofrecen al Señor las primicias de eso que tú, Señor, me has dado. Tener al Señor como horizonte de nuestras alegrías y de nuestros dolores, de nuestros aferramientos y de nuestros disfrutes da a la vida no solo anchura sino su verdadera medida.

La Cuaresma se nos ofrece como el tiempo para ensanchar la mirada, dejar caer lo que atrapa nuestro corazón y llegar a la Pascua con la mirada limpia y el corazón libre, para poder acoger así la salvación que nos viene en ella.

¿Quién no quisiera poder mirar “al infinito y más allá”, y poder ver el rostro del Dios que, en todas las situaciones de nuestro mundo, vive amándonos? ¿Quién no quiere vivir liberado de tantas cadenas que parecen “bienes” y sin embargo, no logran que tengas una vida, de verdad, libre, de puertas abiertas, una vida que dé vida?

Imagen: Edwin Andrade, Unsplash

2 comentarios en “Una vida que dé vida”

  1. Gracias, Teresa. Precioso comentario que me/nos ayuda a entrar en este tiempo con el deseo de poner el corazón en lo esencial, como Jesús. Y gracias a Raúl, que con su bella lectura nos ayuda a acogerlo y orar.

Deja aquí tu comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Al enviar aceptas la política de privacidad. Los datos que proporciones al enviar tu comentario, serán tratados conforme la normativa vigente de Protección de Datos y gestionados en un fichero privado por Teresa Iribarnegaray, propietario del fichero. La finalidad de la recogida de los datos, es para responder únicamente y exclusivamente a tu comentario. En ningún caso tus datos serán cedidos a terceras personas. Consulta más información en mi Política de Privacidad.