(habla Jeshua)
Abbá, tengo sed… tengo sed de la sed de todos los seres humanos, tengo sed de todos los dolores, desgarros y dramas de la tierra, tengo sed de todas sus traiciones y rupturas, de todas las muertes que se comunican y padecen, de todos los engaños, las simulaciones y las apariencias. De toda la frivolidad, la ignorancia y la indiferencia; de toda la insolidaridad, de toda la impotencia, la soledad, el desamparo, el miedo atroz, la angustia mortal y la inquietud permanente; de toda maquinación y de toda destrucción, de la crueldad y el ensañamiento, de las violaciones, abusos, imposiciones, de las ofensas grandes y pequeñas; de las miserias cotidianas, de la impaciencia y de la pereza, de la irritación y de la murmuración, de la cobardía y la hipocresía, la vileza y el cálculo, los tropiezos cotidianos y las tristezas sin nombre; tengo sed de la derelicción de todos los abandonados, de los perseguidos por su fe o por su raza, de los desplazados y los refugiados, del mal de los que no se mueven ante su mal; de las crisis mundiales, de las guerras y de los anuncios de guerra que estremecen los corazones; de la codicia y de la voracidad del deseo, de la codicia que separa a los hermanos, de la codicia que te hace creer que el dinero lo es todo; de la falta de misericordia con los pobres, con los desheredados, con los proscritos, con los que no cumplen o desconocen los estándares sociales, o culturales, o familiares; tengo sed del dolor de todos los que no son mirados, de todos los que no son vistos, de todos los olvidados y los arrepentidos y los siempre tristes y los siempre responsables y los siempre irreprochables y los siempre incapaces. Tengo sed del cansancio de las mujeres y del dolor de todos los que luchan, palmo a palmo, por mantener la vida; tengo sed de todas las heridas, las de las personas, las de las familias, las de los pueblos; las heridas visibles y las invisibles, las incurables, las intocables, las indecibles. Tengo sed…
Y tú, Abbá, tienes sed. Sed de salvar y de curar, de perdonar, de recomponer, de reconstruir, de dar vida nueva. Sed de bendecir y de enviar, sed de transmitir esperanza, de fortalecer, de reanimar y reavivar. Sed infinita de engendrar vida, deseo infinito de amar. Y éste de la cruz es el camino que hemos deseado para manifestar nuestra sed infinita. Tu sed infinita de amar, mi sed infinita de hacer visible, cercano, tangible Tu amor. Una sed tan inmensa que atraviesa el tiempo y el espacio y alcanza a todos los seres. No hay dolor que no queramos sanar, no hay pecado que no queramos redimir. Aún ahora, el Espíritu de este Amor que somos sobrepasa infinitamente todos los dolores y los males de la tierra. Por eso, tengo sed… tengo sed del mal, del sufrimiento y del llanto hondo de todos los seres humanos, porque el mismo Amor que me mueve hacia ellos desea cargar con todos sus males, con todo mal. Y cómo deseo que me los den! Que vean, en mi carne traspasada, qué hace el mal en el ser humano, y vean que no pueden con ello. Que solo puedo Yo. Que siempre, para siempre, desde siempre, solo puedo Yo, y por eso el mal han de entregármelo a Mí, para quedar libres de la carga, para poder amar.
A veces me pregunto, Abbá, si llegarán a verlo. Tanto como hemos deseado que llegara esta Hora, la Hora en que se verían libres del mal para siempre. Desde el principio quisimos que fuera así. ¿Qué mejor que un hombre como ellos para hacer visible lo que hace el mal, y cómo responde el Amor, incluso en medio del mal? ¿Qué puede haber mejor que el Amor hecho carne para descubrir el único camino de vencer al pecado? A veces me pregunto… y me abandono en Ti. Nuestro Espíritu está, en esta hora, actuando en su corazón y en su entendimiento, iluminando la experiencia y el modo de mirar, para que vean. Lo que a mí me toca es entregarme, experimentar esta sed, la más alta que cabe a lo humano, y derramarla en intenso deseo, amorosamente fecundo, sobre cada ser que hemos creado.
¿Se dan cuenta, se darán cuenta, Abbá, del Dios que somos, del Dios que tienen? Un Dios que se ha hecho víctima con las víctimas para rescatarlos de las garras del mal que los tiene cogidos. Un Dios que se ha hecho pobre con los pobres, para rescatar a los pobres y liberar a los ricos. Un Dios que se ha hecho doliente, vulnerable, y ha padecido la muerte como ellos para mostrarles así otro modo de vivir. Un Dios que se ha hecho hombre para rescatar lo humano y mostrarles que lo humano está hecho para reflejar a Dios.
Esta Sed que me embarga es también sed de verdad. Abbá, qué poco les gusta a los humanos la verdad. La confunden con la mentira a cada momento; a menudo prefieren el engaño, la opresión, la crítica, la manipulación, el malentendido, la confusión. Y yo vengo con esta sed de que vean, de que crean, de que se aparten de la mentira que los tiene sometidos, y no hago más que ser molesto para ellos. Por eso, quieren echarme del mundo que se han construido. Si fuera un dios a su medida, un dios que hace milagros para calmar su hambre de pan y curar sus dolencias, si fuera un dios como ellos lo entienden, que dice palabras de bondad y pasa por alto su injusticia… creerían. Creen que creerían. Pero soy un Dios justo y fiel, que denuncia su mentira, que quiere implantar la justicia y el derecho, que llama a vivir en paz y en comunión… y ellos no desean eso, que destruiría su modo de vida, el mundo que se han construido. Por eso, quieren sacarme fuera. No es por hacer el bien por lo que me envían a la muerte. Esto les parecería bien, si lo hiciera para contribuir a su modo de vida, a su modo de entender las cosas. Pero he denunciado su injusticia y su incredulidad, he traído la misericordia de Dios a su pobreza y les he obligado con ello a mirar a los pobres, a dolerse con los pobres, a moverse hacia los pobres; he sacado a la luz su culto vacío y su palabra estéril, que frustra a los que vienen buscando a Dios; he reclamado para Dios el lugar central, absoluto que le corresponde y he mostrado, con mi vida, cuál es la vida que se llama, en verdad, humana; me he compadecido de la viuda y del huérfano, he sanado a los enfermos, he devuelto la vista a los ciegos y les he dado poder para hacer lo que yo hago… y no han querido. Mi sed de verdad es irrefrenable, porque la conduce el Amor. Más tumultuosa, más profunda, más desbordante que su deseo de matarme. Sigo teniendo sed de despertarlos a la verdad, a la vida. Una sed que me llevará a la muerte, porque ellos no quieren que viva. Una sed que me llevará a la muerte para que tengan vida.
Tengo sed. Tengo sed de que todos los que me has dado vengan a Mí y vivan en Mí, y yo en ellos. Tengo sed de que tu Espíritu viva en ellos y les dé nuestra vida. Tengo sed de que se reconozcan como hijas e hijos tuyos, tengo sed de que vivan como hermanos y den testimonio de la Vida que vence a la muerte. Tengo sed de que tengan sed de amar a los hermanos con el Amor que somos y que pasa a través de ellos y llega, como mi Sed, como mi Amor, hasta el confín de la tierra.
Tengo sed de que, por esta vida que les traigo, ellos tengan sed, y Mi sed despierte la suya: sed de Ti, sed de Mí, sed que les lleve a sus hermanos. Tengo sed de que tengan sed, y sea esa sed de amor, como a mí, lo que les mueva…
Este texto ha sido publicado en Una fe que escandaliza y seduce (Sal Terrae, 2019) con el título “Diálogo trinitario” en las pp. 279-296. Lo transcribo aquí con permiso de la editorial Sal Terrae.
Imagen: Scott Rodgerson, Unsplash
Puedes descargarte el audio aquí.