En este capítulo 14 que acabamos de terminar, Mateo recoge una serie de textos con acciones de Jesús que rubrican (como ya había hecho en los cc. 8-9 respecto del discurso del monte), las parábolas que vimos en el c. 13. Es un modo de decir que en Jesús, las palabras y las acciones son una sola cosa. Y es que Dios, lo que dice, lo hace.
En este capítulo hemos visto la ternura de Jesús doliéndose de la oscuridad y la crueldad ciega de los poderosos; lo hemos visto curándonos y compadeciéndose de nuestra hambre; lo hemos visto invitándonos a caminar por un camino que es posible para el que tiene fe, y se nos ha vuelto a insistir en que Jesús cura a todos. A unos con palabras, a otros con las obras… a todos, y a cada uno del modo como necesite. Siempre, desde el encuentro con él.
Jesús ha sido salvación y vida para la vida de todos los que se encuentran con él, porque ha amado con todo lo que es. Al hacerlo, nos ha abierto un camino de ternura y compasión que es salvación y vida para todos.
Como en la entrada anterior, tomo prestadas otras palabras, en este caso las de Xavier Quinzá, para proclamar y comunicarnos mutuamente este mensaje revolucionario (no te puedo dar la cita porque lo encontré, hace ya tiempo, en su página de Facebook):
VOLVER A LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA
Los lugares de nuestra geografía corporal se nos cierran demasiadas veces, Señor siempre Compasivo. Cada día cerramos infinidad de veces nuestros ojos para no ver más miserias, nuestros oídos ahítos de gritos, llantos y gemidos. Pero, sobre todo, se nos cierra nuestra carne, la doliente y amante carne que ha sido asumida por ti para revestir la humilde gloria de nuestro Dios.
Necesitamos exponernos más, dejarnos acariciar, abrazar y tocar por tu Mano que nos cura. Lo queremos, lo deseamos como la cierva herida, como tierra reseca y sin agua. Nos hemos sentido convocados al llanto, pero no a la risa; hemos comido el pan del destierro, pero nos falta saborear la dulzura del vino de tu corazón… Queremos desatarnos el sayal del desencanto y vestirnos la túnica de peregrinos.
No sabemos volver sobre nuestros brazos, heridos de tanto recoger víctimas al borde de nuestros caminos, y ver nacer en ellos las flores abiertas y fragantes de tu unción sanadora.
Nos falta el vino para vendar las heridas, propias y ajenas, se nos escapa el cariño para cargar con nuestros hermanos en un abrazo tierno y fraternal.
Padre, esposo, Dios y madre nuestra, escucha nuestro clamor y llena nuestros dedos de caricias y de toques amorosos y curativos. Que te sintamos Cuerpo amante y entregado, bendición y arrebato para nuestro ser de carne, que se cierra de compulsión y de temor, de rabia frente a la soledad y el miedo a ser dañados y tirados al margen del camino: rotos, inservibles.
La conversión que te imploramos es que nos regales ojos, oídos y manos para ver, oír y tocar tu nuevo rostro, que no se nos hurte sino para la sorpresa de encontrarte de nuevo entre los árboles del nuevo Edén de tu humanidad. Queremos disfrutarte como exceso, como abundancia de justicia, derroche de dignidad en esta tierra nuestra tan devastada y tan estéril.
Enséñanos a elegir la pobreza, a ser compasivos, a saber aguantar, felices de que tú seas el rey de nuestro pequeño corazón. Ensancha tú la tienda del Encuentro para que nos sintamos entre tus brazos, rendidos de amor y de ternura, abiertos ante la inmensidad de tu Presencia, ante el embate de la perennidad de tu amor.
Haznos para ti más atentos y flexibles; para los demás más íntimos y reales en sus impotencias, en sus incapacidades. No nos dejes caer en la tentación de prescindir de nuestro cuerpo para alabarte cada día, en cada ocasión, en cada encuentro.
Revélanos el querido rostro de tu amado, el de Jesús, el que llevamos impreso en nuestras pupilas del corazón, bésanos con sus labios en la frente, en la mejilla, en nuestras manos tendidas a tus pequeños. Empápanos en tu Ternura para que podamos ser enteramente tuyos y dejar que los demás nos curen también con la suya, la Tuya…
Xavier Quinzá
Imagen: Jonas Vincent, Unsplash