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Aprendiendo a mirar la vida (V)

En el café evangelio de hoy terminamos el comentario del capítulo 8 del evangelio de Lucas. También nos despedimos hasta después del verano, que dedicamos a dar ejercicios espirituales y a descansar. Seguimos publicando, eso sí, las entradas de los jueves, donde comentamos el evangelio del domingo.

Cuando volvió Jesús, lo recibió la gente, porque todos lo estaban esperando. En esto se acercó un hombre, llamado Jairo, jefe de la sinagoga; cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa, pues su hija única, de doce años, estaba muriéndose. Mientras caminaba, la multitud lo apretujaba. Una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, [que había gastado en médicos su entera fortuna] y que nadie le había podido sanar, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto. Al punto se le cortó la hemorragia. Jesús preguntó: —¿Quién me ha tocado? Y, como todos lo negaban, Pedro dijo: —Maestro, la multitud te cerca y te apretuja. Pero Jesús replicó: —Alguien me ha tocado, yo he sentido que una fuerza salía de mí. Viéndose descubierta, la mujer se acercó temblando, se postró ante él y explicó delante de todos por qué lo había tocado y cómo se había sanado inmediatamente. Jesús le dijo: —Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz. Aún estaba hablando, cuando llegó uno de casa del jefe de la sinagoga y le anuncia: —Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro. Lo oyó Jesús y respondió: —No temas; basta que creas y se salvará. Cuando llegó a la casa no permitió entrar con él más que a Pedro, Juan, Santiago y los padres de la muchacha. Todos lloraban haciendo duelo por ella. Pero él dijo: —No lloréis, que no está muerta, sino dormida. Se reían de él, pues sabían que estaba muerta. Pero él, tomándola de la mano, le ordenó: —Muchacha, levántate. Le volvió el aliento y enseguida se puso de pie. Jesús mandó que le dieran de comer. Sus padres quedaron sobrecogidos de admiración y él les encargó que no contaran a nadie lo sucedido. Lc 8, 40-55

En este último relato del capítulo 8 nos encontramos a gente que tiene muy diversas motivaciones para acercarse a Jesús. Está Jairo, que tiene una necesidad, que es la salud de su hija, y está esta mujer adulta que también está enferma desde hace muchos años. Los dos tienen en común la motivación de la salud. Luego hay otras personas que lo están esperando, pero se acercan a Jesús por otros motivos, como veremos enseguida.

La primera escena nos presenta a Jairo acercándose a Jesús para pedirle ayuda con su hija, que tiene doce años y está a punto de morir. Jesús camina con él hacia su casa, y la escena queda interceptada por otra situación: la de esta mujer que también lleva doce años padeciendo hemorragias, y se acerca a Jesús con la intención de tocarle el manto.

Ya vemos semejanzas entre esta niña de doce años, que aún no es mujer, y esta mujer que va dejando de serlo y que lleva doce años enferma.

Esta mujer se acerca a Jesús para tocarle la orla de su manto, y al punto nota que se le ha cortado la hemorragia. Jesús reconoce inmediatamente que una fuerza ha salido de él, y pregunta “quién me ha tocado”. Aparece aquí la diferencia entre el contacto de esta mujer, que le ha tocado con fe y se ha abierto a la salud que es Jesús, y la mucha gente que le apretuja sin tocarlo verdaderamente.

Cuando Jesús insiste, la mujer confiesa todo y así Jesús nos mostrará que, efectivamente, ha sido su fe la que la ha sanado. Su fe que le ha sostenido a lo largo de tantos años, su fe que, finalmente, la ha puesto en contacto con Jesús, que trae la salvación. Cuando miramos atrás, vemos qué poderosa es la fe y cómo nos mantiene a través de las distintas situaciones. Jesús nos enseña aquí también a mirar la vida: no solo estar en medio de la gente, sino ser consciente de qué demandas se te hacen, a qué otras no respondes (o de las que no te enteras), siempre unido al Espíritu.

De nuevo, un desplazamiento de la escena: vienen a decir a Jairo que su hija ha muerto. Jesús dirá que no, que la niña está dormida, y sostendrá a Jairo en su fe: No temas, basta que creas y se salvará. Aquí también hay mucha gente que rodea a Jesús. Como en el caso anterior, lo de Jesús causa extrañeza: antes Pedro se sorprendía de que Jesús preguntara “quién me ha tocado”, ahora la gente se ríe de Jesús porque dice que la niña está dormida. De nuevo, aprendemos de Jesús, de su modo de situarse en la vida.

De nuevo, la fe silenciosa, la de la mujer como la de Jairo, que creen en Jesús en medio de lo que sucede, abrirán camino a la actuación de Jesús, que cura a la niña y la devuelve a su vivir de mujer.

Cuánto para aprender también en este relato de hoy, ¿verdad? Ojalá te ayude a seguir escuchando a Jesús, que nos enseña a mirar la vida.

Imagen: Annie Spratt, Unsplash

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