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El amor de Jesús como raíz de la vida (II)

No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y os darán: recibiréis una medida generosa, apretada, remecida y rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y añadió una comparación: —¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que lleva tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la mota de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás distinguir para sacar la mota del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano. Por los frutos distinguís cada árbol. No se cosechan higos de las zarzas ni se vendimian uvas de los espinos. El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro interior bueno; el malo saca lo malo de su tesoro malo, porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. ¿Por qué me invocáis: ¡Señor, Señor!, si no hacéis lo que os digo? Os voy a explicar a quién se parece el que acude a mí, escucha mis palabras y las pone por obra. Se parece a uno que iba a construir una casa: cavó, ahondó y colocó un cimiento sobre la roca. Vino una crecida, el caudal se estrelló contra la casa, pero no pudo sacudirla porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha y no las pone en obra se parece a uno que construyó la casa sobre la tierra, sin cimiento. Se estrelló el caudal y la casa se derrumbó. Y fue una ruina colosal.

En esta segunda parte del evangelio hemos visto que el evangelio nos habla de otra lógica que la que nosotros conocíamos. Hoy tenemos esta enseñanza de Jesús que nos da pautas bien concretas para la vida.

Vamos a empezar por escuchar la clave de lo que Jesús nos está diciendo: ¿Por qué me invocáis: ¡Señor, Señor!, si no hacéis lo que os digo? Os voy a explicar a quién se parece el que acude a mí, escucha mis palabras y las pone por obra. Se parece a uno que iba a construir una casa: cavó, ahondó y colocó un cimiento sobre la roca. Vino una crecida, el caudal se estrelló contra la casa, pero no pudo sacudirla porque estaba bien construida. En cambio, el que escucha y no las pone en obra se parece a uno que construyó la casa sobre la tierra, sin cimiento. Se estrelló el caudal y la casa se derrumbó. Y fue una ruina colosal.

Si eres de los que quieren atender a lo que Jesús quiere, comienza por aquí. Acude a Jesús, escucha sus palabras y las pone por obra.

Nuestra vida, nos dice Jesús, se fundamenta en él. Nosotros vivimos cuando nos arraigamos en la relación con Jesús y vivimos unidos a él. Y es esta vinculación con Jesús, que cuenta con él en las dificultades y en todo lo que sucede, viniendo a él para escuchar su palabra y haciendo lo que él dice, la vida tiene un suelo inquebrantable. En todas las zozobras, en todas las tensiones de nuestro mundo, este es el modo de estar en la vida. Contar con Jesús, escuchar su palabra y ponerla por obra.

Escuchar su palabra es de lo que nos ha hablado en toda esta perícopa. Si vuelves a leer desde el versículo 37, nos dice que no juzguemos, que no condenemos, que demos, que no digamos a los hermanos lo que tienen que hacer sin mirarnos primero, es esencial apoyarnos en esta palabra de Jesús para vivir, desplazando esa palabra concreta que yo tengo. Abrirme a esta palabra que Jesús dice, sabiendo que la palabra de Jesús es la palabra que transforma la vida.

Te propongo que vayas leyendo estas palabras de Jesús como palabras concretas para tu vida, que veas dónde se aplican y te abras a concretarlas en tu vida.

Te hará mucho bien.

Imagen: Kelly Sikemma, Unsplash

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