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Fecundidad (I)

Después de haber profundizado en el encuentro entre Jesús y la samaritana, después de haber reconocido en nosotros su proceso, continuamos con ella el caminar que nace de dicho encuentro. Un caminar que es fecundidad, porque la comunión con Dios, como dice Teresa de Jesús en las moradas séptimas, da lugar a que broten “obras, obras, obras”. Estas obras, una vez desapropiadas de lo nuestro, no tienen nada que ver con lo nuestro, sino con la vida de Dios en nosotras, en cada uno. El punto álgido de esta relación no es, como nos hubiera podido parecer al principio, las palabras enormes que dice Jesús a la mujer, el momento en que ella consiente o el proceso por el cual se va dejando conducir por Jesús. El punto culminante se da cuando el encuentro que al principio era promesa, se hace realidad. Cuando, por fin, el amor de Jesús llega a ocupar en nuestra vida el espacio que merece, es decir, Todo. Así habitada por Dios, la mujer deja el cántaro que ya no le hace falta y se lanza a anunciar la Vida que la habita. Jesús es el Amor, Jesús es el Agua que calma la sed, Jesús es Fuente de Vida de esa que quita la sed para siempre.

La fecundidad de la que vamos a hablar no es como la de antes. No son “ganas” de hablar de Jesús, ni “empeño” ni “mandato”. Puede que a veces tengamos que hacerlo así, puede que sea necesario hacerlo así (Dios tiene muchos caminos), pero de lo que aquí se habla es de sobreabundancia. La mujer está tan colmada en su interior, que se ve llevada a los de su pueblo, y va según un modo nuevo, según el modo como ha sido transformada.

Por eso dice dejó allí el cántaro. Hemos hablado de que en este camino hay que soltar, renunciar, perder, y es un hecho que a menudo lo vivimos así. Pero cuando llegas a este modo culminante de existencia que es la unión con Jesús, dejas el cántaro, sencillamente, porque no hace falta. Cuando llegas a este punto, ves que no se trata de perder, de soltar, de renunciar –aunque desde esa mirada nuestra limitada haya que hacerlo para acceder a ese punto en que comprendes-, sino que se trata de sobreabundancia, de sabiduría, de amor que pone todas las cosas en su lugar. Te descubres libre para vivir con lo que se te da y dejas lo que ya no sirve… ¿para qué sirve un cántaro cuando llevas el manantial en tu interior?

La mujer está ahora habitada de fecundidad. La que antes conducía o intentaba conducir su vida, ahora es llevada por esa fecundidad. Grávida de Jesús, de su amor, de su presencia, se deja conducir, y derramará su fecundidad allí donde es llevada:

Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será el Mesías?

A veces nos preguntamos en qué cambia una persona habitada por Dios. Intentamos comprenderlo racionalmente, y no lo logramos. Intentamos poner ejemplos, y tampoco. Es la vida la que nos muestra la transformación, si tienes ojos para ver. Vamos a mirar en esta mujer, una vez más, y vamos a procurar reconocerlo.

Hace un momento lo decíamos en relación al cántaro. La que antes usaba su cántaro como instrumento de poder –¡al final, no parece que le haya dado de beber a Jesús! J-, lo ha dejado ahora como inservible y vive gozosa su caminar hacia los demás. Se dirige a los de su pueblo a derramar su agua, con toda la intención de derramarla sin tasa.

Llegada a su pueblo, su mensaje a los vecinos es para llevarlos a Jesús. Y el contenido de ese mensaje tiene sabor bíblico: me ha dicho todo lo que he hecho. A nivel humano natural, nadie se gloría de lo que le avergüenza. Sabemos que su pasado la avergonzaba porque Jesús la felicita por haber dicho la verdad, una verdad costosa. Y sabemos que no estaba satisfecha con la vida, pues seguía buscando (el pozo, símbolo de la propia profundidad, representa también la búsqueda). Sin embargo, cuando llega al pueblo, liberada de su pasado y de todo pesar, es a la revelación de su pasado a lo que se refiere para mostrar a los de su pueblo lo extraordinario que acaba de vivir. Y eso que entonces le había hecho decir a Jesús: Señor, veo que eres profeta, ahora le lleva a preguntarse ante los de su pueblo si será el Mesías… No sé si con esto Juan quiere sugerirnos que esa fecundidad que se despliega en anuncio tiene siempre la forma de la persona que anuncia, o si quiere sugerirnos un modo femenino de anunciar (¡?). En cualquier caso, lo primero que ha hecho la mujer al llegar al pueblo es hablarles de Jesús. Y lo ha hecho con tal ardor que muchos de los habitantes de aquel pueblo, más adelante, creyeron en Jesús por el testimonio de la samaritana. Los testigos son aquellos hombres y mujeres que, habitados por Dios, lo irradian. Y los que irradian a Dios, los que lo reflejan, son presencia, lugar de Dios en medio del mundo, que atrae a los seres humanos que reaccionan a ese deseo de Dios puesto en el interior de cada uno de nosotros.

Descubrimos así que toda vida, tenga externamente la forma que tenga, es fecunda cuando se vive unida a Dios, Fecundidad Infinita (si no lo ves, no lo dudes, no lo cuestiones… si no lo ves, es que no ves esto que es tan patente cuando se mira desde la fe).

La fecundidad toma en este punto, en este modo nuevo de vida, otro significado: no se refiere al resultado de un esfuerzo, a la mayor o menor capacidad que tengas o a los recursos más o menos elaborados de que dispongas… la fecundidad tiene que ver con que Dios te habita, y es él mismo quien dispone de qué modo, y cuándo va a hacer fecunda tu fecundidad.

Pero esta segunda parte (4, 27-42) que estamos comentando habla aún de una fecundidad mucho mayor. Decíamos antes que el momento culminante de la vida de la mujer y de todo ser humano es este del encuentro con Jesús, al que todo apuntaba y del que procede toda fecundidad. Es así para la mujer, y vemos que es muy bueno el modo como la relación con Jesús es la más grande transformación en nuestra vida, y la transforma en existencia trinitaria infinitamente fecunda: la mujer se encamina a su pueblo como templo vivo de Dios, habitada por el Hijo, inspirada por el Espíritu para anunciar la salvación de Dios a sus vecinos. Es grande, en verdad.

Puedes volver a tu interior…

Escucha tu interior , escucha los rumores de vida que te habitan, y reconoce de qué te está hablando Dios a través de ellos.   

Reconoce la presencia en ti de un deseo profundo en relación con esta vida a la que nos llama Jesús, amalgamada quizá con otros deseos que no tienen la misma fuente. 

Descubre con qué recursos cuentas, internos y externos (la ayuda de otros, el ejemplo de los testigos) para fortalecer la parte de ti que se alegra con lo que Jesús te llama a vivir.

Resuena y déjate habitar por la vida que la samaritana transmite, con la dicha que comunica, con el gozo de anunciar y llevar la vida.

Lánzate a la vida según esos rumores, esos anhelos, dando a luz la palabra pronunciada en tu interior.

La imagen es de Adriel Kloppenburg, Unsplash

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