Lo que en ti no quiere, no puede, no ve, no cree: de obstáculos, resistencias, bloqueos, voces, depredadores y toda clase de dificultades
En todo lo que vamos viendo se va perfilando un movimiento que es dinamismo vital: Jesús viene a darnos algo y para acogerlo hay que hacer espacio en nosotros, esto es, tirar o soltar lo que nos impide acoger eso que viene. Nuevo, quizá temible en apariencia, pero que sabe mejor que lo anterior. Recibir –nombrar, reconocer- lo nuevo, soltar lo viejo, saltar a la otra orilla, de donde viene la vida. En el encuentro entre Jesús y la samaritana vemos cómo Jesús es el referente que la guía. En la vida, muchas veces pasa así: lo que vemos es tal situación o relación que así no da vida, y que primero tengo que recibir como lo que ahora es –nombrar, reconocer-, luego soltar el modo antiguo que ha quedado obsoleto, finalmente saltar al modo nuevo proponiendo, denunciando, provocando, atreviéndote a más. Jesús nos habla a través de la vida, y en todas las situaciones que nos toca vivir podemos descubrir el destello de su más, que nos lleva a lo nuevo por el camino de dejar lo viejo, lo que ya no es o nunca ha sido.
De todos modos, veremos que con estas pequeñas escaramuzas no avanzamos: has dicho que sí a la vida, has dicho que sí a Jesús, pero tu vida sigue renqueando, sigues balanceándote entre lo viejo, que ya no quieres, y lo nuevo, que a veces no puedes descubrir, otras veces anhelas ardientemente y otras veces temes. Aquí el obstáculo es no ver, estar desorientada, o bien, sospechar que no ves porque no quieres ver… sea como sea, hace falta implicarse en este camino a fondo. No se trata solo de remover obstáculos a medida que aparecen, dejando el núcleo de tu yo inatacado, intacto. Hace falta meterse al interior y atreverte a poner toda tu vida, tu yo y todos tus amores, todas tus cosas, a la luz de Jesús, que te lleva a la verdad. A veces la verdad será dolorosa, o costosa, te resistirás con uñas y dientes a soltar aquello que está tan aferrado, que lleva toda la vida en tu pozo, que es parte de ti… sin embargo, experimentarás liberación cuando escuches la palabra que te abre camino: En esto has dicho la verdad, y empieces a querer más esa verdad que Jesús te muestra (y lo hará a través de todo: de una canción o de un libro, de una puesta de sol o de un cartel en un periódico, de algo que te dice un amigo o de algo que has visto en la tele…) y que reconoces como pista para caminar hoy, como luz para este tramo del camino, como impulso después de tantos meses parada… Sea como sea, todas esas resistencias que cada vez se revelan más poderosas, más profundas; los bloqueos que aparecen como negativa al vivir; las voces de todo tipo, entre las que has aprendido a reconocer aquellas que usa el depredador para someterte (el depredador de la psique, que sometía a tu yo psicológico y te impedía vivir; el depredador existencial que te hace aparecer como una ilusa o una soñadora por desear una vida en plenitud, o el depredador espiritual, que te envía mensajes en los que aniquila tu deseo de más o invalida las promesas que escuchaste a Jesús…). Cada vez tienes más conciencia de la gravedad y la persistencia del mal, no porque te lo hayan contado sino porque lo experimentas. Y cada vez tienes más conciencia del sabor a vida de la Vida. También, de que este camino no tiene vuelta, y a la vez, ¡cuántas vueltas y revueltas en él a causa de los obstáculos, cuántos pasos atrás! Has empezado a percibir, a intuir, porque la intuición es arma poderosa para vencer a los obstáculos de todo tipo, que en la vida es donde reconoces al que es la Vida, y que entregándote a vivir te encuentras con Jesús que puso en ti tan grandes anhelos de Vida.
A medida que la Vida vaya venciendo en ti, no te apoyarás en ti –el pozo se va haciendo morada, ya no es lugar inhóspito al que no deseas ir, sino desierto que anhela albergar un amor- sino en Jesús. A él le confías todo, de Él esperas todo. Eres más tú que nunca, y has elegido –se llama sabiduría- que él te oriente para vivir: Señor, veo que eres profeta. Nuestros antepasados rindieron culto a Dios en este monte; en cambio vosotros, los judíos, decís que es en Jerusalén donde hay que dar culto a Dios.
Y tú querrás y consentirás en lo que dice Jesús, dejando caer lo que en el pasado pensaste. Aquí, el entendimiento ha quedado sometido. La memoria, llena de interpretaciones que amenazan esta confianza, se va sometiendo, pero el apego a lo conocido, a lo tanto tiempo amado, amenazará en ocasiones esa confianza. Poco a poco, tu entendimiento se acalla, dejándose atravesar por la cruz de Jesús. Luego vendrá la memoria, como hemos dicho, y después la voluntad: ha llegado la hora en que los que rinden verdadero culto al Padre, lo adoran en espíritu y en verdad. El Padre quiere ser adorado así. Y tú, como Jesús, “sabes” que quieres lo que Jesús vive, lo que Jesús quiere. “Sabes” que has sido creado para amar y vivir así, en obediencia al Padre, y que dicha obediencia es libertad plena, inmensa, incomparable. Será la hora de experimentar las resistencias de la voluntad, que no se ha doblegado todavía. Una nueva batalla para ser de Dios, más estrecha, más amorosamente, más plenamente cada vez.
Y cuando ya todo –no la imaginación, que no se acalla hasta el final, según nos dice Teresa de Jesús- se haya acallado, acogerás a Dios con toda la plenitud con que se te quiera dar: Soy yo, el que está hablando contigo. Cesarán las resistencias, y en la mayoría del tiempo, la voluntad de Dios entrará en ti como mano en el guante, y te conducirá, y quedarás iluminada por su Luz, y serás Luz allá donde vayas.
También encontrarás resistencias en las relaciones con los otros, con los de tu pueblo. Las resistencias en las relaciones con los otros son semejantes a las que hemos encontrado aquí… nuestra vida, para llegar a la paz, para vivir serenas, tiene que librar antes muchas batallas.
Puedes volver a tu interior…
Escucha tu interior –y detente, a medida que descubres cuán necesario es escuchar los rumores que vienen de la vida, de ti- y reconoce con qué ha resonado de lo que hemos dicho. Qué dice esto de ti.
Reconoce tus aferramientos, los bloqueos más significativos, los depredadores que te mantienen atado a lo viejo, las resistencias a abrirte a lo nuevo, a la vida que viene de Jesús.
Descubre el espesor, la potencia de lo viejo en ti. No para quedarte fijado en ello, sino para saber a qué te enfrentas, y combatirlo en condiciones.
Resuena al ritmo de este anhelo de vida nueva que tiene potencia para sacar de ti lo viejo y ocuparte entera.
Lánzate con confianza y empeño a la tarea de soltar lo viejo y abrirte a lo nuevo, a la vida, a esto enorme que te ofrece Jesús… Lánzate… a él.
La imagen es de Johnhain, Pixabay
Tirar lo que no vale, guardar lo que importa (y guardarlo donde importa)
Este paso, aunque el caminar vital arranca del comienzo mismo, nos va aportando unas cuantas constataciones que, cuando se hacen certeza, aligeran el vivir: La de que hay cosas que valoran otros o tú mismo valoras mucho, pero no te valen para vivir. La de que hay cosas que te cuesta mantener mucho más de lo que valen. La de que con alguna frecuencia te descubres dando tiempo, fuerzas, valor a cosas que no merecen tu tiempo, tus fuerzas o tu valor, o no en esa medida. La de que las cosas que otros valoran no tienen por qué ser las mismas que a ti te valen. La de que las cosas que no valen hay que echarlas fuera para caminar a tu propio ritmo -¡pero echarlas!-, para caminar ligera. Y que las cosas que importan, en cambio, no se pueden tirar, porque dan a la vida su valor. La constatación de que hay algunas cosas buenas que no debes tirar, pero has de cambiarlas de lugar, darles la importancia que tienen. La experiencia de que soltar libera, y permite compartir las cargas, o dejar caer cosas que sobran… La sorpresa, tantas veces repetida, de que la vida nos pide o nos arranca cosas que decimos que no estamos preparadas para vivir, y sin embargo, gracias a ese “sobresalto” nos conocemos en nuestra verdadera capacidad y nos colocamos, si nos abrimos a la vida, en otro nivel de apertura, de desafío. La dicha de ir descubriendo que Dios está presente en todas estas batallas. Tanto más presente cuanto más libre estés para quitar lo que te estorba, y que también te impide verle a Él. Un ejercicio bastante instructivo es el de ponerte a tirar cosas que tienes en tu armario, en tu habitación, en tu casa (si la tienes). Ponte a tirar, regalar, reubicar las cosas que tienes en él, y deja que este tirar físico, hecho despacio, libre y contemplativamente, te vaya conectando con las cosas que tienes que tirar, guardar o cambiar de lugar en tu vida. Luego, cuando acabes con el armario/habitación, le tocará a tu pozo, y estarás más abierta a hacerlo cada vez, porque empiezas a descubrir la vida que promete. |