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¿Felices, o dichosos?

El sermón del monte que ocupa los cc. 5-7 del evangelio de Mateo equivale al discurso programático de Jesús en el evangelio de Lucas. Por medio de él, nos anuncia qué es lo que ha venido a hacer en nuestro favor, para que tengamos vida.

Este discurso, como reconocerás en seguida, tiene un tono provocador: se construye sobre, o contra, las promesas de felicidad de nuestro mundo. En nuestro mundo escuchamos decir: “Felices los que siempre están contentos, porque encontrarán a gente que quiera estar con ellos.”

“Felices los que tienen dinero, porque podrán comprar todo lo que deseen.”

“Felices los que tienen salud, porque pueden organizar su vida según sus propios planes y fuerzas.”

“Felices los que tienen amigos, porque nunca estarán solos.”

“Felices los que no tienen que depender de los demás, porque no se sentirán traicionados.”

No sigo, porque ya sabes de qué hablo… Ya sabes qué es lo que nuestro mundo llama “feliz”, y que esta felicidad alcanza solo a unos pocos, siempre los mismos, y deja fuera a todos los demás.

Sobre esta forma de bienaventuranzas que imperan en nuestro mundo, se pronuncian las de Jesús. Las suyas, en cambio, no son excluyentes: para los ricos, o para los listos, o para los que nuestro mundo considera felices. Las bienaventuranzas que anuncia Jesús son para todos, nos interesan a todos porque nos alcanzan a todos. Unas bienaventuranzas –las de Jesús- que no se apoyan sobre el tener, sino sobre el ser –un ser muy particular, en el que nuestro mundo no se fija-. Unas bienaventuranzas que no se consiguen con esfuerzo, sino que vienen contigo como dificultad de vivir y se convertirán, si las vives junto a Dios, en ocasión de una vida que es, como verás, buena noticia. Una vida que es, como verás, plenitud.

Hemos dicho que este es un discurso programático. Esto significa que Jesús lo anuncia como propuesta, que dirige a todos los que le estamos oyendo, y al hacerlo, nos ofrece su buena noticia, la noticia mejor posible: esto es lo que Jesús nos anuncia que nos dará si seguimos a su lado, si seguimos escuchándole.

Esto que viene a decirnos es buena noticia para los seres humanos. Pero solo después de caminar a su lado lo podremos comprender, y vivir.

¿Con qué puedes conectar ahora, en este momento en que acabas de escuchar su discurso llamado de las bienaventuranzas?

Puedes conectar con tu deseo de otra cosa, si es que el discurso de nuestro mundo te resulta vacío y gastado.

Puedes conectar con esa “otra” vida que se manifiesta en Jesús: no sabes qué tiene Jesús, pero deseas lo suyo más que lo tuyo.

Puedes conectar con esa humanidad doliente que escucha en este anuncio de Jesús palabras de sentido para su vida, palabras de esperanza de esas que solo él dice a favor de los pobres.

Desde sus palabras, desde este “dichosos”, aunque no entiendas cómo, conectas con los anhelos mejores de nuestro mundo…

Sigue poniendo tú aquí lo que significan para ti las bienaventuranzas.

Así es como esas palabras suyas preparan el terreno a una vida nueva, a una vida que te gustaría llegar a vivir…

Y ahora vamos con lo que Jesús está diciendo aquí.

Lo primero no es lo que dice, sino a quién se lo dice: dice el texto que al ver a la gente, Jesús subió al monte, se sentó… y comenzó a enseñarles con estas palabras. Vio a la gente, a esa gente a la que Jesús quiere enseñar, y sanar, y curar, y cuando los ve, con ese deseo suyo de darnos luz, de prender la luz en nuestro interior, le salen las bienaventuranzas. Ya sabe que no las podemos vivir, que es posible que no las entendamos siquiera… pero nos las dice, para que escuchemos lo que quiere hacer con nosotros, lo que hará si seguimos con él, si nos dejamos enseñar por él de tantos modos como va a emplear…

Y empieza a decir lo que nuestro mundo no ha escuchado jamás:

Dichosos los pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos.

Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará.

Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, porque Dios los saciará.

Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.

Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

Como ya hemos dicho, este discurso suena más cuando somos conscientes de cuál es el de nuestro mundo, y hasta qué punto este mensaje es réplica, y reacción, contra el de nuestro mundo. Réplica por parte del mismo Dios, que es el que piensa hacerse cargo de esa pobreza, tristeza, hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, etc. Vamos a verlo ahora en concreto, sin dejar de admirarnos del modo como Dios entra en la historia a través de los suyos –de los que, como Jesús, quieren ser esto para sus hermanos-.

Y tú, ¿cómo te sitúas ante las bienaventuranzas? ¿Nos lo cuentas en los comentarios?

 

La imagen es de Glen Carrie, Unsplash

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