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Jesús, ¿cómo escuchar tus palabras?

Lectura del primer libro de Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23)

Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,45-49)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

Puedes escuchar el audio aquí.

De nuevo, como en el evangelio de la semana anterior, Jesús nos dice cosas imposibles para nosotros. Cosas que solo pueden escucharse por la fe. A vosotros que me escucháis os digo. No porque tú seas más constante, ni mejor discípula, ni porque tengas mérito alguno por estar escuchando. Igual estás, como tantos otros, por inercia, medio porque no te atreves a irte, medio porque no conoces nada mejor… pero no porque tu escucha sea acogida absoluta, porque seas de esos “limpios de corazón” que ven a Dios en todo. A ti, que, quizá distraída, estás escuchando, se te dirige esta palabra. A ti, que has recibido el don de la fe que te permite escuchar. A ti, que no tienes en absoluto fuerzas para lo que Jesús va a proponerte. A ti se te dirige esta Palabra. O quizás tú eres de los que escuchan. De aquellos que están abiertos a toda palabra que venga de Dios. Porque el mundo no te da respuestas, porque sabes que Dios las da, porque has descubierto en Jesús otro modo de vivir y de amar que sí es tal. A ti que escuchas, a ti que estás con los oídos y el corazón abiertos para acoger su Palabra… a ti se te dirige, para sembrarse y dar fruto en ti. En ambos casos, escucha:

Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla, ofrécele también la otra; y a quien te quite el manto, no le niegues la túnica. Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no se lo reclames. El Evangelio ha de ser acogido como si hoy se pronunciara por primera vez. Déjate tocar por el estupor que producen estas palabras. La rebeldía, la impotencia, la locura de estar escuchando unas palabras así. No puedes.

A nivel humano, ¿qué pasaría? Que perderías el control de tu vida, que no sabrías dónde parar, que todos podrían pisarte, que el final de este camino es la humillación, la pérdida de respeto y de criterios, el vaciamiento progresivo y sin control. Lo contrario de lo que dice el sentido común sobre proteger la propia vida, y lo contrario de lo que resulta válido en nuestro mundo. No sería sólo la falta de límites personales, sino también familiares, sociales… la pérdida de toda referencia objetiva al uso en nuestro mundo y, por consiguiente, la alienación y el caos.

¿Y a nivel espiritual? A nivel espiritual resulta atractivo hacer lo contrario de lo que dicta nuestro mundo. Resulta atractivo el mandato de amar a los que nos odian, de bendecir a los que nos maldicen, de orar por los que nos calumnian. Cuando te proyectas actuando así, es previsible imaginar la admiración de los nuestros, e incluso la de los enemigos, porque en actuaciones así sobresale, luminosa, nuestra superioridad.

A nivel humano, como a nivel espiritual, estos planteamientos son los nuestros, y no los de Dios. El planteamiento a nivel humano olvida que la realidad vivida por Jesús, la que nos llama a vivir, no se vive desde nuestros criterios ni desde nuestros límites, sino desde los suyos. Será despojo, será vaciamiento, será ruptura y herida, pero de otro modo.  Y ese modo nuevo, que viene de lo alto, es una realidad de la que no tenemos noticia.

A nivel espiritual, el que así proyecta olvida que se propondrá a menudo amar a los enemigos, hacer bien a los que le odien y rezar por los que le calumnien. Pero en este esfuerzo errará en dos puntos: primero, la frustración, si es honesto, de reconocer que no lo consigue nunca. Que todo se queda en propósitos, porque la gratuidad no está en él; y que si una vez, una única vez, una sola en su vida, lograra algo parecido, se sentirá tan por encima de los mortales que eso mismo le alejará de aquellos a los que tenía que amar. Y segundo, que si el proyecto es suyo no es de Dios, y llamará enemigos a los que él perciba como tales, gentes que, si tuviera una mirada menos oscurecida, sabrá que acumulan motivos objetivos para odiarle, por su superioridad orgullosa e inmisericorde.

En ambos casos, los intentos desde-nuestras-fuerzas por vivir lo que Jesús nos llama a vivir, nos llevarán a la frustración, al fracaso, a la decepción o a la amargura. Si partimos de nosotros, no hay camino para vivir lo que Jesús propone.

La única posibilidad es vivirlo desde Jesús. Creyendo en Él. Creyendo lo increíble: que aunque yo no puedo, si creo en Ti, tú puedes en mí. Que cuando Jesús te llama a vivir esto, es porque Él puede. Porque está dispuesto a hacerlo Él. Y aunque tantas veces te vas a resistir, aunque no te atreves, aunque es posible antes de que seas llamada a esto que tengas que vivir otras cosas, lo cierto es que estas palabras son para ti, que escuchas a Jesús con todo tu miedo y toda tu debilidad. Mira en qué momento te encuentras: pero no dejes de querer lo que Jesús quiere, por más que aún no puedas.

La llamada no es humana, en el sentido estrecho que nosotros damos a esta palabra. La llamada es humana, sí, pero según la humanidad de Jesús. No la respuesta estrecha que dan los pecadores, sino la medida colmada, remecida, rebosante que da Jesús, y que estamos llamados a dar los discípulos de Jesús, los que creemos en su poder y en su salvación.

No hay que olvidar que nosotros no podemos, que quien puede es Jesús en nosotros. Y tampoco olvidar que, no pudiendo, ésta es nuestra auténtica medida, la que plenifica la vida y la lleva más allá de sí, haciéndola a la medida del Reino. La plenitud de la medida humana es el Espíritu de Jesús, que nos lleva siempre más allá de nosotros mismos.

Imagen: Oleg Laptev, Unsplash

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