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Palabras de Jesús: fuertes… y reales

Lectura del libro de Jeremías (17,5-8)

Sal 1,1-2.3.4.6

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12.16-20)

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26)

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas».

Puedes descargarte el audio aquí.

Es fuerte el evangelio de hoy, y choca con algunas de nuestras ideas sobre Jesús: la de que Jesús es siempre paciente, siempre comprensivo, siempre amable… Si queremos conocer a Jesús, si queremos entrar en relación con él, hoy se nos da una palabra por la que también se abre la vida, a pesar de la resistencia que nos produce escucharle hablar así.

En la línea de la primera lectura, Jesús proclama unas bienaventuranzas que nos enseñan algo sobre cómo valora Dios la realidad, a las personas que vivimos en ella.

Hemos escuchado en la primera lectura: Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.» Se habla en el texto de dos tipos de seres humanos: los que se apoyan en el hombre y buscan su fuerza en lo que se ve, apartando su corazón del Señor. Las personas que viven así experimentan la sequedad de la existencia, la dureza de la vida de los que se apoyan en sí mismos, incapaces de abrirse a lo nuevo: no verá llegar el bien, y padecerá en la dureza y la dificultad de una vida que se vive desde las propias expectativas, los propios proyectos y las propias fuerzas. Cerrada para la novedad que viene de Dios.

Por otra parte están los que confían en el Señor y ponen en el Señor su confianza. Esas personas tienen una vida rica, llena de abundancia de amor, de posibilidades – en medio del realismo de la vida, que a veces nos muestra su dureza-, porque el amor de Dios imprime a todo el signo de su abundancia (paz en el corazón, creatividad, corazón sereno y abierto para comenzar de nuevo)…

Es posible que cuando estamos diciendo esto, desconfíes. Quizá desconfías porque te suene a discurso que defiende a Dios sin escuchar la realidad; o porque te acuerdas de los que tienen hambre en África o de tantas otras injusticias, y eso te hace pensar que Dios está castigando a los buenos, y dices: “lo que ven mis ojos no es lo que dice el texto de Jeremías, o el comentario de Teresa, voy a creer a mis ojos más que a la Palabra de Dios”. Pues es ahí mismo donde te alejas de Dios y te quedas sin su mirada para comprender y para afrontar la realidad: Es ahí donde creces como cardo en la estepa, y no ves llegar el bien del que habla la Palabra. Dios es Amor, y la realidad se puede mirar desde el Amor cuando estamos con él. Si no, nos quedamos solos para ver la realidad, y ahí ya no se ve ni se entiende nada. La realidad se entiende desde el Amor de Dios. Y hay que quitar aquello que estorbe al Amor de Dios, y no aquello que nosotros, desde nuestra mirada aislada y sola, no comprendemos.

Sobre este texto, venimos al evangelio, a Jesús que nos lleva más allá. El salmo había hablado de que es Dichoso el que vive unido a Dios. Jesús dice que la dicha pertenece a aquellos que aceptan la realidad que les toca, y en ella se unen a Dios: los pobres, a los que Dios mira tiernamente y a quienes desea regalarles su reino; los que tienen hambre, a los que desea darles toda clase de abundancia; los que viven perseguidos por su nombre, porque recibirán la bendición del Hijo.

Puedes sacar aquí tu ironía y preguntar por qué Dios no hace nada ahora, que es cuando lo necesitan. Pero esto indica que tu ironía, que es tu riqueza, la enarbolas contra Dios. Y nadie te responderá, porque cuando no vives unida a Dios, te quedas sola contra él. Quien quiera mirar a este Hombre Crucificado con fe, se queda sin ironías, se queda sin motivos para decir “¿Y Dios qué hace?”. Es verdad que hay muchas cosas que no entendemos, pero el camino no es el de cerrarse en el “como yo no lo entiendo, no es posible”. Con la experiencia que tengas de la vida puedes ver que ese camino es errado: ¿quién eres tú para decir que lo que tú no ves o no comprendes, no es?

El que se apoya en Dios en toda circunstancia es ese pobre que sabe que Dios es Rico, ese ignorante que sabe que Dios es sabio, ese hijo que sabe que Dios es Padre, y se fía de Él en lo que pasa. El que cree, espera, y ama, que es quien comprende oscura y ciertamente en esta historia.

Por el contrario, quien se aferra a lo que ve, a lo que le da seguridad, a lo que le hace sentir que es fuerte o que puede, ese es rico: lleno de sí, lleno de cosas, lleno de deseos, de empeños, de trabajos y de toda clase de cosas que intenta aferrar y le llenan el corazón y le ocupan la vida. Ese está solo para afrontar la realidad, y más que solo: el que intenta resolverse la vida desde sí, aferrándose a los propios bienes, valorando la apariencia y el quedar bien, las mentiras de distintos modos, ese está mirando la vida desde sí y para sí, y la está perdiendo.

Si intuyes que lo que dice Jesús es verdad, tiembla y pide, como un pobre que no sabe. Estamos hablando de cosas que nos sobrepasan, del sentido de la vida y del modo de vivir en verdad, desde lo que importa (esto nos sobrepasa). Si dices que sabes, si valoras –lo tengas o no lo tengas- lo que puedes conseguir por tus manos, si te quedas en lo que se ve o en lo que tus empeños o tu lógica te muestran, te quedarás con eso, y escucharás el ¡ay de vosotros! de Jesús, dolorosamente.

¿Y si soy rico pero quiero llegar a ser como dice Jesús, con esa pobreza que se vincula a él?

Acepta las ocasiones en que la vida te golpea, como una ocasión de despojarte, y llama a Jesús para que las viva contigo.

Vive lo que tienes como algo que no se queda en ti, sino que te lleva a compartir con los hermanos.

Renuncia, y descubre qué camino se te abre en esa renuncia para reconocer que puedes vivir con Jesús.

Pide comprender tu pobreza radical y vivir desde ella, pues en la pobreza se nos abre el camino de vinculación con Dios y con los hermanos.

Hemos empezado diciendo que lo que dice Jesús es verdad. Quizá sigues pensando que es más verdad lo que tú crees, lo que tú entiendes, lo que ven tus ojos… pues no ves: la verdad es lo que dice Jesús, y más nos vale, si queremos seguirle, que ajustarnos a sus palabras y a su vida.

Imagen: Eberhard Grossgrasteiger, Unsplash

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