Esta entrada, breve, viene a reflexionar sobre un aspecto que afecta a las relaciones de larga duración. No es propio de un tipo de relaciones, sino que atraviesa todas las relaciones personales cuando llevan mucho tiempo: yo lo he llamado hartura, y entenderás perfectamente a que me refiero.
Cuando nos relacionamos con otras personas, incluso queriéndolas, valorándolas o necesitándolas mucho, ocurre que hay cosas de ellas que no llevamos bien. Que esas son cosas muy pequeñas que en sí mismas no tienen importancia, cuando se va acumulando una, otra, y otra, y otra, y otra, y otra… hacen que eso pequeño empiece a volverse obstáculo. Puede ser que te he dicho mil veces que me avises antes de venir o que no te cierres a lo nuevo; puede ser que gastas dinero en tonterías o que nunca te permites ni me permites un capricho; puede ser… algo incluso que antes te había parecido bien, pero que acumulado, agudizándose por el tiempo, ya no te lo parece…. el caso es que te hartas.
La relación ha sobrevivido a otros problemas, pero la hartura también puede agotar la relación.
Hay que plantearse, por lo tanto, qué hacemos con la hartura. La hartura que me conecta con que no vas a cambiar, no como yo quiero; la hartura que me dice que mi amor tiene límites; la hartura que me indica que no te quiero tanto o tan incondicionalmente como pensaba; la hartura de reconocer que eso que me irrita o me cabrea de ti va a formar parte de mi vida toda la vida… y la hartura te pilla a los quince, veinte, treinta años de relación… te pilla cansad@, sin ganas de reconducir, sin fuerzas para aceptar, con los músculos del alma a menudo un poco contraídos después de tanto tiempo…
¿Qué haces? Solo hay dos salidas, como ya sabes para estas alturas: te abres, o te cierras. Te abres a esto que no te gusta, te cierras a lo que no te gusta. Al abrirte a lo que no te gusta, te abres a que no controlas, te abres a amar lo que te cuesta amar, te abres a consentir una vida que no es como tú la hubieras querido. Si te cierras, te pierdes todo eso de grande y de bueno que tiene la relación; te quedas, es verdad, con lo tuyo, con lo de siempre, con tu idea de esa persona, de lo que te acomoda, te proteges ante el padecimiento de incorporar a nuestra vida lo que te desagrada.
Pero es más que eso. Si te abres, te abres a no controlar, escoges amar. Si te cierras, escoges controlar, pero te pierdes ese amor que te saca de ti y te une a esa otra persona más allá de tu idea de lo que es, de lo que tiene que ser, de lo que está llamada a ser. Igual no rompes… pero si te cierras, te mueres y matas la relación en la medida en que te cierras, y tu amor se vuelve, en esa misma medida, rígido y acostumbrado -al amor no nos podemos acostumbrar-.
La hartura, uno de esos pequeños padecimientos cotidianos. No muy grande, a no ser que lo agrandes tú; no muy molesto, salvo si te empeñas en cambiarlo por miedo a que las cosas sean lo que no quieres… La hartura, padecimiento irritante, te habla de muerte de tus fuerzas, tus expectativas, tus deseos acerca del modo como tiene que discurrir la vida. La hartura, padecimiento humilde, te puede enseñar a vivir la vida con lo que la vida trae, con lo que la vida es: aceptación de muertes que nos llevan a la vida.
Imagen: Lemuel Butler, Unsplash