El día siguiente, al bajar ellos de la montaña, les salió al encuentro un gran gentío. Un hombre del gentío gritó: —Maestro, te ruego que te fijes en mi hijo, que es único. Un espíritu lo agarra, de repente grita, lo retuerce con espumarajos y a duras penas se aparta dejándolo molido. He pedido a tus discípulos que lo expulsen y no han sido capaces. Jesús contestó: —¡Qué generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros y soportaros? Trae acá a tu hijo. El muchacho se estaba acercando cuando el demonio lo arrojó y lo retorció. Jesús increpó al espíritu inmundo, sanó al muchacho y se lo entregó a su padre. Y todos se maravillaron de la grandeza de Dios. Como todos se admiraban de lo que hacía, dijo a sus discípulos: —Prestad atención a estas palabras: este Hombre será entregado en manos de hombres. Pero ellos no entendían este asunto; su sentido les resultaba encubierto; pero no se atrevían a hacerle preguntas respecto a esto. Lc 9, 37-45
Vamos a detenernos, como venimos haciendo en este capítulo 9, de las miradas presentes en el texto.
En este texto venimos de la transfiguración, donde los discípulos, aunque no se han enterado de esto inmenso que sucedía, han sido testigos de ello y ahora lo guardarán en su interior hasta que el Espíritu, después de la resurrección de Jesús, les explique lo que ha sucedido.
En primer lugar, se nos presenta a este espíritu que zarandea al muchacho y que representa tantos demonios que nos zarandean a nosotros. Puede ser la ira, puede ser el miedo, puede ser una adicción… si lees el texto desde esta clave, verás que describe con exactitud eso que nos sucede.
El hombre se acerca a Jesús y le dice que los discípulos no han sido capaces de curar a Jesús. La respuesta de Jesús no es la que nosotros solemos esperar cuando decimos “no he sido capaz, no he podido”. Y Jesús responde ¡Qué generación incrédula y perversa!, y con eso dice que, cuando se trata de Dios (y siempre se trata de Dios en último término), el “no puedo” se tiene que transformar en “creo”. Esto significa que, desde la mirada de Jesús, si puedes, crees. Nuestra fe ha de dejarse conducir por lo que el Espíritu nos dice. En cambio, si la sometemos a nuestra razón, a nuestras emociones, deja de ser fe porque la sometemos a lo que no es.
Nuestra falta de fe es perversión, porque la falta de fe está sometida al pecado.
Mira cómo Jesús habla al espíritu malo con poder, y el espíritu malo sale del muchacho. Este es el modo de mirar y de vivir desde la fe.
El texto termina, en medio de la admiración que Jesús produce, con unas palabras de Jesús que manifiestan su mirada, una vez más, diferente a la nuestra: Prestad atención a estas palabras: este Hombre será entregado en manos de hombres. Pero ellos no entendían este asunto; su sentido les resultaba encubierto; pero no se atrevían a hacerle preguntas respecto a esto.
Desde nuestra mirada, la admiración quiere ser luminosidad sin contraste. Para Jesús, el mismo que acaba de manifestar el poder de Dios es el que va a ser entregado en favor de esta generación incrédula y perversa. Aquí también se oponen la mirada poderosa de Dios, que contempla la cruz desde su victoria, y nuestra mirada, que quiere apropiarse de lo glorioso y quedarse allí, sin saber cómo hacer con el mal, el sufrimiento, la muerte. Y menos, con la de Jesús.
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