Primera lectura: Lectura del libro del Génesis (15,5-12.17-18)
Segunda lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (3,17–4,1)
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,28b-36)
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Puedes descargarte el audio aquí.
Acabamos de comenzar la Cuaresma, y la liturgia nos propone un texto de éxtasis, de revelación. Seguramente, la mayoría de nosotros, cuando escuchamos el evangelio que se acaba de proclamar, entendemos poco…pero sí entendemos que lo que se dice aquí es algo grande. Vamos a detenernos en esto “grande” que se nos está proponiendo, para ver cómo eso grande puede alentarnos en el camino hacia la Pascua.
Destacaremos, en primer lugar, el elemento psicológico: a nosotros, que en la Cuaresma somos animados a caminar hacia la Pascua, se nos presenta, en clave de Pasión, el horizonte “luminoso” al que nos dirigimos, para así animarnos en el camino que estamos recorriendo.
La Cuaresma, de la que en el domingo anterior se nos subrayaba el carácter de tentación y de opción radical en favor de Dios, de su Palabra, de la adoración que merece, es tiempo de combate. En la vida hay que combatir siempre: contra el arrendador que te pasa la factura, contra el desánimo que sientes cada mañana, contra las pequeñas tristezas o dificultades que amenazan o logran quitarte la alegría, contra nuestra tendencia a la apropiación de bienes o de reconocimiento, contra la mentira y el miedo, contra las fantasías que, en infinidad de formas, nos quieren evadir de la realidad, la única manera de vivir. La tentación, en todas sus formas representadas en aquellas tres que veíamos el domingo pasado, busca cerrarnos en nosotros mismos, nos estrecha el horizonte, nos limita la vida a una serie de reclamos que se resumen en uno: “yo, mi, me, conmigo”.
En cambio, la realidad es más. La vida que Dios nos ofrece es más. Es mucho más que nuestras fantasías y que nuestros mejores deseos, supera con mucho todo lo que los humanos llamamos bueno. Qué bien recogido está lo que Dios quiere ofrecernos en la expresión de Pedro: Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías.
Y fíjate que un momento antes, con el Jesús que conocían, el de carne y hueso, dice el texto que estaban agotados, que se caían de sueño. Pero sucedió algo que los espabiló: ese Jesús, el Maestro, al que veían cada día y admiraban tanto, se les reveló de pronto a su verdadera luz. En su verdadera naturaleza, radiante y victoriosa. Y lo que contemplaban no solo les espabiló, sino que les reveló aquello que todos los humanos anhelamos sin saberlo: nuestra plenitud es Dios, y cuando podemos contemplarlo, experimentamos esos momentos cumbre que marcan un antes y un después en la vida: Maestro, qué bien estamos aquí.
Y eso, cuando Dios está por medio, sucede sin cambiar en nada la realidad: hablaban de su muerte, que se iba a consumar en Jerusalén. Hablaban de muerte, pero lo hacían desde ese otro lugar desde el cual Dios mira: desde su victoria. Hablaban de una muerte, y hablaban de una victoria.
¿No es eso lo que a nosotros nos estorba tantas veces? Como decíamos la semana anterior, nos vivimos tan atados a lo inmediato que perdemos la perspectiva, y eso nos pierde.
Caminamos hacia la Pascua, y lo hacemos inmersos en un combate. En el combate contra alguna de las formas de muerte que has visto que te matan. En ese combate concreto que quiere arrancar la muerte de ti, estás acercándote a la Pascua de Jesús, donde toda muerte ha sido vencida. Permanece en esta batalla en favor de la salvación y de la vida. Permanece en ella porque Jesús ha luchado primero. Permanece en ella por la confianza en que el Espíritu te sostiene. Permanece, porque esta es la voluntad del Padre para nosotros, y para muchos hermanos a través de nosotros: que tengamos vida.
Y en medio de este camino, el Espíritu que te guía te mostrará en algún momento ese resplandor de la gloria, que tocará tu corazón. Quizá sea en la forma de inmensidad que te sobrecoge, como en el relato de Génesis; quizá tenga esa otra forma que reconocemos como experiencia mística, gozosa y exaltante. En ambos casos, en medio de ese fulgor reconocerás a Dios, que te precede en el camino y quiere llevarte hacia la Pascua. En todos los casos, sabrás que tu combate contra lo que es muerte en ti es combate, por la fe en Jesucristo, que trae la resurrección y el don del Espíritu a muchos hermanos.
¿Quieres seguir a Jesús? Permanece en el combate que te toca. El Espíritu, en formas ordinarias y en estas otras que tienen el fulgor de lo extraordinario, te conduce en medio de todo hacia la Pascua.
Imagen: Fritz Bielmeier