En estas entradas leeremos el capítulo 22 del evangelio de Lucas. De las muchas cosas que podemos aprender en cada uno de los textos, hay una que es esencial: escuchar esta palabra como Buena Noticia que es, de manera que ilumine y configure nuestra vida al modo de Dios.
En esta entrada y en las que siguen, leeremos la Palabra así, como Buena Noticia.
Salió y se dirigió según costumbre al monte de los Olivos y le siguieron los discípulos.40 Al llegar al lugar, les dijo: —Pedid no sucumbir en la prueba.41 Se apartó de ellos como a un tiro de piedra, se arrodilló y oraba:42 —Padre, si quieres, aparta de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.43 [[Se le apareció un ángel del cielo que le dio fuerzas.44 Y, en medio de la angustia, oraba más intensamente. Le corría el sudor como gotas de sangre cayendo al suelo.]]45 Se levantó de la oración, se acercó a sus discípulos y los encontró dormidos de tristeza;46 y les dijo:
—¿Por qué estáis dormidos? Levantaos y pedid no sucumbir en la prueba. Lc 22, 39-46
En esta ocasión nos encontramos con el relato de Getsemaní en el que Jesús nos muestra cómo se vence en las pruebas confiando en la fuerza y el amor del Padre.
Nosotros tenemos dos modos de enfrentar la prueba. Las distintas dificultades que se hacen presentes en nuestra vida. Un modo es el de Jesús, apoyándonos en el Padre. El otro, cerrándonos en nuestro dolor, nuestra desesperación, según el modo de la prueba. Desde Jesús, Dios hecho carne, que hasta el último momento de su vida ha vivido unido al Padre, el modo es abandonarse al Padre en la necesidad.
Lo primero que vemos es el consejo que Jesús da a los discípulos, y a todos nosotros, tanto en los sufrimientos grandes como en los pequeños: Pedid no sucumbir en la prueba. Les dice que recen, les dice qué tienen que pedir en esa oración. Después, se acerca al lugar donde él va a orar. Y se nos dice también qué le pide al Padre: le dice lo que quiere, y como última palabra, le dice que se haga su voluntad. Con esto nos enseña el abandono al Padre, y que, sostenido por el Espíritu, le dice al Padre lo que hay en su corazón. Su deseo, y el deseo más profundo de hacer en todo lo que el Padre quiera.
Esto nos da luz a la hora de pedir, y a la hora de vivir, que será consecuencia de este modo de pedir. A la hora de pedir nosotros solemos hacernos lío entre “no le voy a pedir al Padre lo que quiero, él ya lo sabe/que haga lo que él quiera”, o “yo le tengo que decir lo que quiero, hay que expresar lo propio”, en ambos casos sin salir de lo nuestro … Jesús, conducido en todo por el Espíritu, pide y hace lo que el Espíritu le inspira, y ese es el criterio para nuestra oración, no el “decir-no decir”. Habla con el Padre como el Espíritu te inspira, al modo de Jesús.
Y luego, la última palabra es ese amor ardiente por el Padre en el que lo definitivo es su entrega a lo que el Padre haga, el Padre responde. No responde como nosotros entendemos o esperamos, sino que responde amorosamente para sostener aquello que Jesús va a hacer. Le envía un ángel del cielo para darle fuerzas en su sufrimiento extremo, y gracias a esa fuerza de lo alto, ora más intensamente. Vemos así que la oración es la fuerza que nos sostiene en las pruebas, por dolorosas y graves que sean. La oración, el vínculo que se entrega al Padre cuando todo lo demás ha fracasado, es nuestra victoria.
Una vez que ha recibido esta confirmación del Padre y esta fuerza que necesita -¡qué hay más conmovedor que esto!- vendrá a sostenernos a nosotros desde la misma certeza que nos alienta para ponernos en pie y seguir suplicando… siempre.
Pedimos al Espíritu que ilumine y transforme nuestras vidas, en favor de muchos, a la luz de lo que la Palabra que Dios viene a mostrarnos. Que la lectura de esta Buena Noticia te ayude a reconocerla en otros textos también.
Imagen: Rummam Amin, Unsplash
